1. La situación.
Santi tiene cinco
años y está montando el belén junto a sus
padres. Al coger la cunita de paja con el niño para ponerla en el pesebre, se
cae la imagen de Jesús al suelo, y se agacha a recogerla. ¡Es tan
pequeña! Y de repente se acuerda de la reunión de la catequesis familiar en la
que hablaron de lo grande que era Dios, y de que se había hecho niño.
Espontáneamente le pregunta a sus padres: "pero ¿de verdad puede caber un Dios
tan grande en un niño tan pequeñito?"
2. Las pistas.
2.1. Hablar de Dios a los niños.
No hay que
esperar a la catequesis de Primera Comunión para hablar a los niños de Dios,
para comenzar a educar en ellos la fe. Desde muy pequeños se puede empezar con
ellos a orar, a narrarles historias de la Biblia, a tener a Dios presente en
muchos momentos de la vida. Eso sí, habrá que hacerlo de una forma adaptada a
su capacidad de comprensión y de experiencia. De ahí que, con frecuencia,
utilicemos imágenes muy simples, como la idea de grandeza para transmitirles
nuestra fe en un Dios todopoderoso (también todo-amoroso). La catequesis familiar,
con otras familias y sus niños, incluso
a edades tempranas, ofrece un buen ambiente para el intercambio de estilos de
vida cristiana y experiencias de familias que viven la fe. Esto favorece y
enriquece las posibilidades de transmisión de la fe a los niños. A partir de esas
ideas simples, el niño, en su crecimiento, irá encontrando algunas paradojas,
que podrá ir expresando y, así, superando. Habrá que estar atento a las mismas,
ya que significan un elemento fundamental en su proceso de maduración, y,
resolverlas bien, supone poder avanzar en madurez cristiana.
2.2. ¡Un Dios tan grande que cabe en un niño
tan pequeño!
Esta es una de
las paradojas de la fe cristiana: que Dios, el Dios todopoderoso y creador «de
lo visible y lo invisible», ha querido estar tan cerca de los hombres que se ha
hecho uno de nosotros, y de la manera
en que solemos hacerlo nosotros: naciendo pequeñitos y necesitando unos papás. El signo tiene un doble significado: el
amor que Dios nos tiene, que llega a hacerse un ser tan necesitado como es un
bebé; y la riqueza de lo pequeño, que puede llegar a ser signo de realidades
muy grandes, con sólo tener los ojos y los oídos bien abiertos (como los
tuvieron los pastores y los magos). Este es el núcleo
central de la Navidad cristiana: la total presencia de Dios en uno de nosotros
en su máxima expresión de debilidad: en un bebé. Pero también en toda la
debilidad y Iimitación de un ser humano, que, a pesar de crecer y hacerse
grande, continuará siendo vulnerable, y, a pesar de todo, continuará siendo
Dios, continuará siendo el Hijo único de Dios. Tremenda paradoja también para nosotros,
los adultos.
3. La respuesta.
“Pues sí, Santi, ya ves que es algo muy difícil.
Pero sí, Dios ha querido estar tan cerca de nosotros que se ha hecho bebé, como
tú también fuiste bebé al nacer y nosotros, tus papás. Y necesitó pañales y que
le cuidaran sus papás y que le cogieran en brazos... Precisamente eso es lo grande
de nuestro Dios: que siendo grande y poderoso, ha querido hacerse pequeñito y acompañarnos. Pero,
además, decidió de nacer en un portal tan sencillo como éste, donde pudieron ir
a visitarle todos los que quisieron: los magos, los pastores, los niños...
Hasta los animales le hicieron compañía. ¿Te imaginas que hubiera nacido en un
palacio? Casi nadie hubiera podido visitarle, los guardias no les habrían
dejado. Hay
cosas que no entendemos del todo y a eso lo llamamos misterio, es decir, una
realidad tan grande que comenzamos a andar por ella y siempre descubrimos algo
nuevo y siempre nos queda mucho por descubrir, nunca se nos acaba el camino.
Que Dios se haga frágil en un niño nos asombrará siempre y nos mantendrá con
los ojos abiertos para admirar y callar y rezar y adorar sorprendidos... Mira,
vamos a poner al niño en su cunita, y, si te parece, nos vamos a sentar aqui en
frente, en silencio, a mirar muy bien el pesebre. Y tienes razón: ¡Qué
maravilla, que un Dios tan grande pueda caber en un niño más pequeñito que tú!”
Revista
“Catequistas” nº 192, Diciembre 2008