Seguramente has tenido la
experiencia de una decepción, un fracaso, una traición, de cuando tal vez
alguien que considerabas un buen amigo o un buen socio te da una puñalada por
la espalda, un ser querido que desaparece cuando más lo necesitas y te deja en
completa soledad, un tiempo prolongado de inestabilidad en tu casa, de un
hermano, un hijo o un amigo que se va, de alguien que no cumplió su palabra y
tú sufriste graves consecuencias, un sueño en el que has invertido mucho y se
te derrumba... Me refiero a la experiencia de haber puesto tus esperanzas en
alguien o en algo y que todo se te venga abajo.
Experimentas una gran decepción.
Surgen en la mente todo tipo de preguntas. Te cuestionas si fuiste tú el
culpable. Dudas de todo y de todos.
Hay personas que en éstas
circunstancias se desmoronan, caen en profunda depresión. Son situaciones
difíciles, a veces muy difíciles, pero también pueden ser muy provechosas. Yo
creo que, por más dolorosas que se presenten, son oportunidades de oro para
afianzarse y crecer. Cuando se te desmorona un edificio, es una oportunidad
privilegiada para construir, ahora sí, sobre roca firme, para madurar y
superarse.
Lo que se echa de menos en estas
situaciones es la fidelidad. Viene una gran nostalgia de un amor que sea fiel,
que no falle, que no pueda fallar. Algo o alguien que dé garantías de
estabilidad. El amor no puede pisar sobre arenas movedizas, necesita tierra
firme: FIDELIDAD.
En el contexto bíblico, la
fidelidad es sobre todo un atributo divino: Dios se nos da a conocer como Aquél
que es fiel para siempre a la alianza que ha establecido con su pueblo, no
obstante la infidelidad de éste. En su fidelidad, Dios garantiza el
cumplimiento de su plan de amor, y por esto es también digno de fe.
No porque Dios sea fiel se
acabaron los problemas. El es fiel, pero sus designios no dejan de ser
misteriosos. Por nuestra parte, seguimos siendo libres: otro gran misterio.
Nuestra relación con Dios, nuestro fiarnos de Dios, no está completamente
resuelto en Él. Somos libres y por ello nuestra relación con Él mantiene un
carácter fundamental de pregunta.
Si vivimos estos momentos como
personas humildes, profundas y coherentes, en lugar de caer en un hoyo, son
oportunidades excelentes para crecer en el conocimiento de Dios y en amistad
con Él. En tiempos de "arenas movedizas" creo que hay que buscar
espacios de silencio y soledad y hacer oración. Este es el consejo de Santiago:
¿Sufre alguno entre vosotros? Que ore. (Santiago 5, 13)
En la oración experimentamos a
Alguien que sí es fiel, la Roca firme en la que podemos confiar. Y no es que
haya que ir a la oración como un escape o en busca de un sedante, sino en busca
de Alguien, del único que es eternamente fiel. A la oración vamos a pisar Roca
firme, vamos a abrazarnos a un Amor seguro, a descansar en un Amigo eterno.
Dios es y será fiel a su Alianza.
¿Buscamos certezas? Aquí está la
más sólida de todas. Del amor de Dios podemos estar siempre seguros,
completamente seguros. Lo sintamos o no lo sintamos. A veces dudamos del amor
de Dios porque no nos concede lo que pedimos, pero no es que diga
"no" sino "te tengo algo mejor"; otra cosa es que no lo
entendamos.
Sada, E.