viernes, 17 de agosto de 2012

¿Dios no cuida a los pobres?


1. La situación.
Julián acude regularmente a la catequesis familiar de primera comunión, en la que se trabaja la idea y la experiencia de la bondad de Dios. En algunas ocasiones ve las noticias del mundo junto a su familia, y no es excepcional que aparezca alguna catástrofe en ellas. Su madre le explica que, debido a la pobreza de muchos países, no tienen medios para construir edificios de calidad, y cuando ocurre algún desastre las casas se hunden. En otra ocasión, en la que aparece una nueva tragedia, Julián le dice espontáneamente a su madre: «Mamá, ¿es que Dios no ha podido ayudar a esa gente? ¿Es que no cuida a los pobres?»

2. Las pistas.
2.1. El gran problema del mal en el mundo.
Que en el mundo existan catástrofes, y que continuamente mueran hermanos y hermanas nuestras, nos entristece profundamente. Pero además es uno de los problemas que con más frecuencia interroga a nuestra experiencia de Dios. Y no es fácil encontrar respuesta para estos interrogantes, ni siquiera para un adulto.
Se suele decir que Dios creó a los hombres con libertad, y que nosotros somos responsables, con nuestras decisiones, del mal que existe en el mundo. Si bien hay parte de verdad en este argumento, no siempre es útil. Ni aún con los mejores medios del mundo se pueden evitar algunos accidentes. Hay una parte de lo malo que ocurre en el mundo que no depende, en modo alguno, de la voluntad de las personas. ¿A quién atribuimos este tipo de males?

2.2. La limitación de la vida humana.
Es evidente que no somos dioses. Nuestra experiencia de limitación es continua: equivocaciones, disputas, enfermedad y muerte acompañan nuestra realidad cotidiana. Y a pesar de que nos gustaría una vida prolongada, incluso inmortal, y de que quisiéramos lo mismo para las demás personas, hemos de admitir, como parte de nuestra realidad, la enfermedad y la muerte. Es esta nuestra realidad: no podemos negarnos a nosotros mismos.
Es justo aquí donde interviene Dios, y donde nos abre la esperanza: su amor nos acompaña más allá de la muerte. Incluso allí donde parece fracasar nuestra reaIidad, nos espera con los brazos abiertos. Y menos mal, porque por mucho que nos esforcemos, y que nos ayudemos unos a otros, la muerte acabará venciendo. Aparentemente, claro.
Ello no debe servirnos de excusa para no hacer lo posible por aliviar el sufrimiento y la indigencia de los demás. Sabemos a ciencia cierta que Dios, pase lo que pase, colmará todas las expectativas. Pero también sabemos que en nuestra respuesta ante ese sufrimiento se juega nuestro mismo ser humano como ser en plenitud, abierto a Dios. Ningún dolor humano nos puede ser ajeno. Pero dada nuestra limitación, confiamos que, aquello que nosotros no lleguemos a poder solucionar, Dios lo tomará en sus manos amorosas y transformará el dolor en alegría. «Bienaventurados los que lloran, porque reirán».

3. La respuesta.
"Es cierto que hay mucha gente que sufre y muere en el mundo. Y ello a pesar de que Dios lo hizo para que lo pudiéramos disfrutar. Lo que pasa es que, a veces, nosotros mismos, no hacemos lo posible para que todos podamos vivir felices.

A veces ocurren desgracias que no podemos evitar. Como los terremotos y las inundaciones que aparecen en las noticias. Acuérdate también de lo que hemos hablado alguna vez sobre la abuela, que, a pesar de que los médicos la cuidaron y la quisieron curar, acabó muriéndose. Era ya muy mayor, y estaba muy malita. Pero estamos seguros de que Dios la tiene junto a él, en el cielo, cuidándola mucho mejor de lo que nosotros podríamos hacerlo. Pues eso mismo creo que Dios hace con los pobres y los que sufren. Eso sí, nos pide que les ayudemos a tener lo que necesitan y a comprender que Dios les quiere mucho.
Revista “Catequistas” nº 194, Febrero 2009