1. La
situación.
Irene,
de 8 años, ha vuelto al cole después de la Navidad. Una de las cosas que han
hecho en clase nada más comenzar la actividad escolar ha sido contar lo que
cada uno ha hecho en las vacaciones. Lucía comentó, entre otras cosas, que
había estado poniendo el Belén y leyendo con sus padres un libro muy bonito
sobre la Navidad, que cuenta cómo Dios se ha hecho un niño como cualquiera de
ellos. Su amigo Javier le dijo que eso era una tontería, que lo de Dios es un
cuento, y que lo bonito de la Navidad son las vacaciones y los regalos. Al
llegar a casa, le pregunta a su madre: «¿Por
qué hay personas que no creen en Dios?».
2. Las
pistas.
2.1. Dios,
una verdad desechada en la sociedad.
Hemos
pasado de una época en la que se extendía la indiferencia ante lo religioso a
otra en la que, abiertamente, muchos rechazan la posibilidad de la existencia
de Dios, y se considera esta idea como una patraña. Todo lo importante en la
vida se reduce a lo que se puede tocar y sentir, y no hay más que lo que vemos,
según ellos; lo demás es engañarse o consolarse tontamente.
No se
puede negar la parte de responsabilidad que cada uno tiene a la hora de no
aceptar la existencia de Dios. En muchas ocasiones las personas vivimos a toda
prisa, sin echar una mirada profunda a la realidad, sin dejar que sea ésta la
que nos invada a nosotros, en lugar de estar continuamente pensando en
transformarla.
Pero
no es menos cierto que, con frecuencia, los propios creyentes hemos facilitado
la increencia al presentar el contenido de lo cristiano como algo extemporáneo,
totalmente ajeno a la realidad que se vive. O al intentar que las leyes digan
exactamente lo que nosotros creemos, porque no somos capaces de vivir en una
sociedad que no apoye explícitamente nuestras creencias. O al olvidarnos de que
es esencial para el cristiano el testimonio, y no la imposición o la coacción.
La auténtica Verdad no necesita imponerse por la fuerza. Tenemos un Maestro que
se dejó matar por los que le perseguían, antes de desenvainar la espada y
defenderse por la fuerza.
3. La
respuesta.
"Mira, Irene, las personas una veces somos
muy complicadas, y otras somos tan simples que no nos damos cuenta ni de lo que
pasa a nuestro lado. ¿Sabes que antes de ser novios papá y yo, él ya me llevaba
queriendo una temporada, y yo ni siquiera lo sabía? Tuve que ponerme mala, y
entonces me di cuenta de que él se preocupaba de verdad de mí, que me visitaba
y me cuidaba. ¡Si no hubiera sido por aquella enfermedad, a lo mejor nunca me
había dado cuenta de que papá me quería! Pues eso le pasa a mucha gente, que no
se da cuenta de lo que Dios le quiere. No se dan cuenta, como tú y como yo, de
que el mundo y la vida son tan bonitas que necesitan que alguien muy sabio y
con mucho amor lo haya hecho así de bien. Y llegan a pensar que el mundo se
hizo él solito.
Por eso es importante que las personas que
creemos en Dios lo digamos todas las veces que podemos, y además nos portemos
bien unos con otros, como quiere Jesús. Así es posible que acaben abriéndose a
la realidad que niegan. Pero si decimos que creemos en Dios y luego no nos
portamos bien, ¿tú crees que les ayudaremos a que ellos crean?"
Revista
“Catequistas” nº 193, Enero 2009