1.
La situación.
Nuria,
de 8 años, acude a la catequesis familiar de iniciación cristiana, preparándose
para recibir la Primera Comunión. Al final de la Cuaresma, han hecho una oración
delante del crucifijo de la parroquia. Le han llamado mucho la atención las heridas
del Crucificado. Además, una tarde sus padres acudieron a un cine-forum sobre
la película «La Pasión», de Mel Gibson. Aunque los niños tenían una actividad
paralela, Nuria pudo entrever una de las escenas más sangrientas de la película.
Al llegar a casa, preguntó a sus padres: ¿Por qué Jesús tuvo que sufrir tanto?
2.
Las pistas.
2.1.
¿Salvación por el sufrimiento?
La
mentalidad sacrificial es una mentalidad muy arraigada en el judaísmo antiguo.
Algunas de sus celebraciones más importantes ocurrían en torno al sacrificio de
un animal, con función expiatoria: en el animal que se sacrificaba se ponían los
pecados de los asistentes, que así serían perdonados por Dios. Esto refleja una
imagen de Dios como alguien que necesita que se le «satisfaga» con un sacrificio
para poder perdonarnos. Y así esperaban muchos judíos que se cumpliera la salvación
que Dios había prometido. Sufrió el castigo
para nuestro bien, y con sus heridas nos sanó... El Señor cargó sobre Él todas nuestras
culpas (Is 53,5-6. Cuarto poema del siervo del Señor).
Sin
embargo, es difícil admitir que la causa de la salvación sea la intensidad del
sufrimiento de Jesús en su Pasión. Asumiendo que, efectivamente, fue muy intenso,
no sería difícil pensar en otras situaciones de mayor sufrimiento, y la historia
humana demuestra que es capaz de mayores perversiones.
2.1.
Un sufrimiento aceptado, más que buscado.
La
experiencia cristiana nos presenta a un Dios que es Padre amoroso (Le 11,13) que
hace salir el sol sobre buenos y malos (Mt 5,45), que se preocupa por la oveja descarriada
y la moneda perdida (Le 15,1-10), que acoge sin condiciones previas al hijo «pródigo»
(l,c 15,11-32). Es difícil pensar que este mismo Dios necesite del sufrimiento
de alguien para expiar los pecados de los hombres. Ni siquiera del sufrimiento
de su propio Hijo.
Pero
lo que sí está claro que Dios asumió, en Jesús, los riesgos de vivir entre los hombres.
Esta es la grandeza de nuestro Dios, la grandeza que parte de asumir la propia
pequeñez humana. Como el rey que se marchó y mandó a su propio hijo a tratar con
los viñadores «homicidas» (Mc 12,1-12), no vaciló en mandar a su Hijo (en hacerse
hombre junto a nosotros) para mostrarnos su inmensa cercanía. Y no vaciló en aceptar
las consecuencias de esa actitud.
Se
trataría, por tanto, de un sufrimiento asumido, más que buscado. Lo que nos salvaría
no sería el sufrimiento de Jesús, causado por la maldad de los hombres, sino su
entrega generosa y sin límites a pesar de todo. Es el mismo Amor de Dios (su gracia),
manifestado de forma excepcional en Jesús.
3.
La respuesta.
«Sí,
hija, sí, Jesús sufrió mucho. Y eso nos muestra que las personas, a veces, hacemos
cosas horribles, ¿verdad? Sin embargo, Jesús aceptó todo ese sufrimiento porque
nos quería, e incluso llegó a perdonar a los que le torturaban. Así nos mostró
cómo es Dios con nosotros, y cómo quiere también que seamos los unos con los otros.
Si
te parece, esta Semana Santa nos acercaremos a la celebración de la Muerte de Jesús,
no para llorar por lo que sufrió, sino para darle las gracias por haberse portado
tan bien con nosotros, por habernos amado tanto. Y para pedirle también que nunca
maltratemos nosotros a las personas
que nos rodean. ¿Te parece?»
Revista “Catequistas” nº 195, Marzo 2009