martes, 14 de agosto de 2012

¿Por qué Jesús tuvo que sufrir tanto?


1. La situación.
Nuria, de 8 años, acude a la catequesis familiar de ini­ciación cristiana, preparán­dose para recibir la Primera Comunión. Al final de la Cuaresma, han hecho una oración delante del crucifi­jo de la parroquia. Le han llamado mucho la atención las heridas del Crucificado. Además, una tarde sus pa­dres acudieron a un cine-fo­rum sobre la película «La Pa­sión», de Mel Gibson. Aun­que los niños tenían una actividad paralela, Nuria pudo entrever una de las es­cenas más sangrientas de la película. Al llegar a casa, pre­guntó a sus padres: ¿Por qué Jesús tuvo que sufrir tanto?

2. Las pistas.
2.1. ¿Salvación por el sufrimiento?
La mentalidad sacrificial es una mentalidad muy arrai­gada en el judaísmo antiguo. Algunas de sus celebracio­nes más importantes ocurrían en torno al sacrificio de un animal, con función expiatoria: en el animal que se sa­crificaba se ponían los peca­dos de los asistentes, que así serían perdonados por Dios. Esto refleja una imagen de Dios como alguien que ne­cesita que se le «satisfaga» con un sacrificio para poder perdonarnos. Y así esperaban muchos judíos que se cumpliera la salvación que Dios había prometido. Sufrió el castigo para nuestro bien, y con sus heridas nos sanó... El Señor cargó sobre Él todas nuestras culpas (Is 53,5-6. Cuarto poema del siervo del Señor).
Sin embargo, es difícil admi­tir que la causa de la salva­ción sea la intensidad del su­frimiento de Jesús en su Pasión. Asumiendo que, efec­tivamente, fue muy intenso, no sería difícil pensar en otras situaciones de mayor sufri­miento, y la historia humana demuestra que es capaz de mayores perversiones.

2.1. Un sufrimiento aceptado, más que buscado.
La experiencia cristiana nos presenta a un Dios que es Padre amoroso (Le 11,13) que hace salir el sol sobre buenos y malos (Mt 5,45), que se preocupa por la oveja descarriada y la mo­neda perdida (Le 15,1-10), que acoge sin condiciones previas al hijo «pródigo» (l,c 15,11-32). Es difícil pensar que este mismo Dios nece­site del sufrimiento de al­guien para expiar los peca­dos de los hombres. Ni siquiera del sufrimiento de su propio Hijo.
Pero lo que sí está claro que Dios asumió, en Jesús, los riesgos de vivir entre los hombres. Esta es la grandeza de nuestro Dios, la grandeza que parte de asumir la pro­pia pequeñez humana. Como el rey que se marchó y mandó a su propio hijo a tratar con los viñadores «ho­micidas» (Mc 12,1-12), no vaciló en mandar a su Hijo (en hacerse hombre junto a nosotros) para mostrarnos su inmensa cercanía. Y no va­ciló en aceptar las conse­cuencias de esa actitud.
Se trataría, por tanto, de un sufrimiento asumido, más que buscado. Lo que nos salvaría no sería el sufrimiento de Jesús, causado por la maldad de los hombres, sino su entrega generosa y sin límites a pesar de todo. Es el mismo Amor de Dios (su gracia), ma­nifestado de forma excepcional en Jesús.

3. La respuesta.
«Sí, hija, sí, Jesús sufrió mucho. Y eso nos muestra que las personas, a veces, hacemos cosas horribles, ¿verdad? Sin embargo, Jesús aceptó todo ese sufrimiento porque nos quería, e incluso llegó a perdonar a los que le tor­turaban. Así nos mostró cómo es Dios con nosotros, y cómo quiere también que sea­mos los unos con los otros.
Si te parece, esta Semana Santa nos acercare­mos a la celebración de la Muerte de Jesús, no para llorar por lo que sufrió, sino para darle las gracias por haberse portado tan bien con nos­otros, por habernos amado tanto. Y para pedirle también que nunca maltratemos nosotros a las personas que nos rodean. ¿Te parece?»
Revista “Catequistas” nº 195, Marzo 2009