1. La situación.
Lorena está en el segundo año de la
catequesis de preparación para la Primera Comunión. En la catequesis, le han contando
algunos relatos del Antiguo Testamento, entre ellos el de la salida de Egipto.
Le ha llamado mucho la atención el final trágico de los primogénitos y de los
soldados de Egipto, que no ve muy coherente con la bondad de Dios de la que le hablan
tanto sus padres como sus catequistas. Cuando le pregunta a su padre, éste le dice
que los egipcios eran malos, y se estaban portando mal. Lorena pregunta: «Entonces, ¿Dios quiere que los malos mueran?»
2. Las pistas.
2.1. La ira de Dios.
Son frecuentes en el Antiguo Testamento
(AT) las imágenes de un Dios guerrero y vengador, que da la victoria a Israel aniquilando
a sus enemigos; por eso, se le pide
venganza o castigo para los que persiguen
a los justos. Podemos verlo así en la huida de Egipto (muerte de los primogénitos
en la última plaga y de los soldados del faraón en el Mar Rojo. Éxodo, capítulos
11-15), en la conquista de la tierra prometida (losué 6), en la venganza de Sansón
(que derriba el edificio en que está prisionero, matando con él a muchos filisteos;
jueces 16,22-31) ... Incluso se incita a los hombres a tener un comportamiento
similar: "Ojo por ojo y diente por diente»
(Levítico 24, 20).
Es cierto que junto a esta imagen
de Dios exterminador, hay otras imágenes de Dios en las que aparece como clemente,
rico en misericordia, etc. Pero la imagen de un Dios justiciero tiene su fuerza
a lo largo de todo el Antiguo Testamento.
2.2. Antiguo y Nuevo Testamentos.
Sin embargo, los cristianos no somos
judíos: para los cristianos está la novedad de la presencia de Jesús; no nos quedamos
en el Antiguo Testamento. Antes bien, y dada la unidad de Antiguo y Nuevo Testamento,
la importancia salvadora del Hijo de Dios hace que los libros del AT que «contienen elementos imperfectos y pasajeros»,
«alcanzan y muestran su plenitud de sentido en el Nuevo Testamento» (Concilio
Vaticano 11, Dei Verbum 15-16).
Si en algo es constante el AT es en
la percepción que tienen los judíos de la presencia de Dios en todo lo que acontece.
Y esa misma experiencia tiene su prolongación y culminación en Jesús de Nazaret,
el Revelador por excelencia de nuestro Padre Dios. La experiencia directa que Jesús
tiene de Dios (Juan 14,6-9) se convierte en clave de comprensión del resto de la
Escritura. Y esta experiencia es la de un Dios misericordioso, que deroga la ley
del Talión, que hace salir el sol sobre justos e injustos, y que perdona a los pecadores.
Si algo quiere Dios no es la muerte del malvado, sino «que todos los hombres se salven» (1ª Timoteo 2,4).
La forma de narrar y revelar a Dios
el Antiguo Testamento es culminada en el Nuevo. Por otra parte, es normal que al
escribir los libros sagrados, se atribuyera o apuntara a Dios las victorias del
pueblo elegido pues era Dios que había «pactado» fidelidad y alianza con su pueblo.
En este proceso de descubrimiento se nos ha manifestado la pedagogía de Dios, de
un Dios que se nos revela en el Amor (1ª Juan 4).
3. La respuesta.
«No,
Lorena, Dios no quiere la muerte de nadie. Antes bien, Dios quiere que todos los
hombres seamos felices. Lo que pasa es que muchas veces las personas queremos un Dios
que nos resuelva nuestros problemas, y creemos que se encuentra en aquellas cosas
que nos benefician. Y esto le pasó con frecuencia al antiguo pueblo judío.
Dios
se manifiesta continuamente en la vida, sí, pero no en la violencia, sino en el
amor y el perdón. Así nos lo enseñó Jesús, que, si recuerdas lo que nos contaron
en la pasada Semana Santa, llegó a perdonar a los que lo mataban. Y esto es lo
que quiere que hagamos nosotros. ¿Es muy difícil, verdad? Por eso, lo que podemos
hacer es pedirle que nos ayude a tener esos mismos sentimientos, a encontrarle
donde a Él le gusta estar (en el amor), y a transmitir ese amor incluso a los que
se portan mal, para que cambien. ¿Te parece que se lo pidamos ahora?»
Revista “Catequistas”, nº 191,
Noviembre 2008