sábado, 11 de agosto de 2012

¿Dios quiere que los malos mueran?


1. La situación.
Lorena está en el segundo año de la catequesis de preparación para la Prime­ra Comunión. En la cate­quesis, le han contando al­gunos relatos del Antiguo Testamento, entre ellos el de la salida de Egipto. Le ha lla­mado mucho la atención el final trágico de los primo­génitos y de los soldados de Egipto, que no ve muy coherente con la bondad de Dios de la que le hablan tanto sus padres como sus catequistas. Cuando le pre­gunta a su padre, éste le dice que los egipcios eran malos, y se estaban portando mal. Lorena pregunta: «Enton­ces, ¿Dios quiere que los ma­los mueran?»

2. Las pistas.
2.1. La ira de Dios.
Son frecuentes en el Antiguo Testamento (AT) las imáge­nes de un Dios guerrero y vengador, que da la victoria a Israel aniquilando a sus ene­migos; por eso, se le pide
venganza o castigo para los que persiguen a los justos. Podemos verlo así en la huida de Egipto (muerte de los pri­mogénitos en la última plaga y de los soldados del faraón en el Mar Rojo. Éxodo, capí­tulos 11-15), en la conquista de la tierra prometida (losué 6), en la venganza de Sansón (que derriba el edificio en que está prisionero, matando con él a muchos filisteos; jue­ces 16,22-31) ... Incluso se incita a los hombres a tener un comportamiento similar: "Ojo por ojo y diente por diente» (Levítico 24, 20).
Es cierto que junto a esta ima­gen de Dios exterminador, hay otras imágenes de Dios en las que aparece como cle­mente, rico en misericordia, etc. Pero la imagen de un Dios justiciero tiene su fuerza a lo largo de todo el Antiguo Testamento.

2.2. Antiguo y Nuevo Testamentos.
Sin embargo, los cristianos no somos judíos: para los cristianos está la novedad de la presencia de Jesús; no nos quedamos en el Antiguo Testamento. Antes bien, y dada la unidad de Antiguo y Nuevo Testamento, la importancia salvadora del Hijo de Dios hace que los libros del AT que «contienen elementos imperfectos y pasajeros», «al­canzan y muestran su pleni­tud de sentido en el Nuevo Testamento» (Concilio Vati­cano 11, Dei Verbum 15-16).
Si en algo es constante el AT es en la percepción que tie­nen los judíos de la presencia de Dios en todo lo que acon­tece. Y esa misma experien­cia tiene su prolongación y culminación en Jesús de Na­zaret, el Revelador por exce­lencia de nuestro Padre Dios. La experiencia directa que Jesús tiene de Dios (Juan 14,6-9) se convierte en clave de comprensión del resto de la Escritura. Y esta experien­cia es la de un Dios miseri­cordioso, que deroga la ley del Talión, que hace salir el sol sobre justos e injustos, y que perdona a los pecado­res. Si algo quiere Dios no es la muerte del malvado, sino «que todos los hombres se salven» (1ª Timoteo 2,4).

La forma de narrar y revelar a Dios el Anti­guo Testamento es culminada en el Nuevo. Por otra parte, es normal que al escribir los libros sagrados, se atribuyera o apuntara a Dios las victorias del pueblo elegido pues era Dios que había «pactado» fidelidad y alianza con su pueblo. En este proceso de descubrimiento se nos ha manifestado la pedagogía de Dios, de un Dios que se nos revela en el Amor (1ª Juan 4).

3. La respuesta.
«No, Lorena, Dios no quiere la muerte de nadie. Antes bien, Dios quiere que todos los hombres seamos felices. Lo que pasa es que muchas veces las personas queremos un Dios que nos resuelva nuestros problemas, y creemos que se encuentra en aquellas co­sas que nos benefician. Y esto le pasó con frecuencia al antiguo pueblo judío.
Dios se manifiesta continuamente en la vida, sí, pero no en la violencia, sino en el amor y el perdón. Así nos lo enseñó Jesús, que, si re­cuerdas lo que nos contaron en la pasada Se­mana Santa, llegó a perdonar a los que lo ma­taban. Y esto es lo que quiere que hagamos nosotros. ¿Es muy difícil, verdad? Por eso, lo que podemos hacer es pedirle que nos ayude a tener esos mismos sentimientos, a encon­trarle donde a Él le gusta estar (en el amor), y a transmitir ese amor incluso a los que se por­tan mal, para que cambien. ¿Te parece que se lo pidamos ahora?»
 Revista “Catequistas”, nº 191, Noviembre 2008