1.
La situación.
Roberto
tiene ahora 8 años. Hace dos que falleció su abuela, de una manera repentina. Sus
padres evitaron exponerle a la tormenta afectiva que se vive en los primeros
momentos, dejándole al cuidado de unos amigos. Pero a los pocos días fueron a recogerle,
y no le ocultaron lo que había ocurrido. Al explicarle que la abuela ya no estaba
con ellos, y que Dios la habría llevado con Él al cielo, Roberto les preguntó: "¿Y se está bien en el cielo?".
2.
Las pistas.
2.1.
El ser humano ante la muerte.
•
Uno de los temas que más cuesta tratar con nuestros hijos es el tema de la muerte.
Y ello es debido a que toca una realidad-límite, una realidad ante la que el propio
adulto no siempre sabe situarse serenamente. Sin embargo, es una de las realidades
con mayor peso en lla existencia humana. Y de la que nadie está libre de verse afectado
por ella, ni tan siquiera los propios niños. Por ello, no hay que evitar este tema
en nuestra relación con los hijos, cuando además es un tema con una clara dimensión
religiosa.
2.2.
Dolor y esperanza.
•
La experiencia creyente ante la muerte es una experiencia con dos caras: por un
lado, el dolor de la separación y, por el otro, aparece abierta a la esperanza de
un encuentro pleno con Dios
-
El dolor de la separación ante personas queridas, la afectación por la pérdida
de hermanos nuestros, etc., nos puede provocar dolor, tristeza, desesperanza...
y nuestros hijos lo perciben. Cualquier explicación que les demos tiene que ser
capaz de dar razón de esta experiencia dolorosa.
-
La experiencia de un Dios amoroso y fiel, que no abandona a los suyos ni siquiera
ante la muerte, es el punto central de referencia. No sabemos muy bien cómo,
pero tenemos la seguridad de que la vida no sólo sigue, sino que se hace más plena
junto a Él. Esto también tenemos que transmitírselo a nuestros hijos.
3.
La respuesta.
•
Idealizar la muerte acentuando sólo el lado positivo sería parcial y hasta peligroso,
"Si en el cielo se está tan bien, yo
también quiero morirme", puede ser la respuesta que nos encontremos. Es
el momento de hablarles del dolor de la separación, del hecho de no poder seguir
viviendo juntos, de no poder abrazar a la persona amada... También habrá que hablarles
del deseo de Dios de que vivamos esta vida al máximo de sus posibilidades; no hemos
de tener prisa, porque al final siempre nos estará esperando con los brazos abiertos.
•
"La abuelita estaba enferma, y se puso
tan malita que ya no está aquí con nosotros. Hemos guardado su cuerpo en una caja
muy bonita, para que sepa lo que la queremos, y la hemos enterrado aquí para que
nadie le haga daño, pero Dios ha llevado su alma, su espíritu, su vida, al cielo,
junto a Él, y allí la cuidará Y seguro que ella podrá estar siempre pendiente
de nosotros. La pena es que ya no podremos abrazarla, como ahora yo te puedo abrazar
muy fuerte a ti porque te tengo cerca, y te quiero. Y tú también puedes abrazarme
a mí porque estás aquí, y me tienes cerca, y me quieres, ¿verdad?. Cariño, me duele un poco el alma. Me duele porque
quiero mucho a N. y ya no está con nosotros. ¿Recuerdas cuando tú lloras porque
se va papá o mamá o porque te sientes solo? A mí ahora me pasa algo parecido.
El cariño hace que se sienta la ausencia de N.
Pero en medio del dolor tengo una esperanza
muy grande: N. está con Dios. Y esto me consuela. Les manos de Dios yo creo que
son muy buenas. ¿Verdad que cuando las manos de mamá te acarician, le abrazan, te
curan, te… sus manos son una "bendición' una "alegría"? Yo sé que
así son ahora las manos de Dios para N. Está en buenas manos. En manos que dan
vida.”
Vivir
en el cielo es "estar con Cristo". Los elegidos viven "en Él",
aún más, tienen allí, o mejor, encuentran allí su verdadera identidad, su propio
nombre. Pues la vida es estar con Cristo; donde está Cristo, allí está la vida,
allí está el reino. (Catecismo de la Iglesia 1025)
Revista “Catequistas” nº 183, Noviembre 2007