domingo, 12 de agosto de 2012

Mamá ¿se está bien en el cielo?


1. La situación.
Roberto tiene ahora 8 años. Hace dos que falleció su abue­la, de una manera repentina. Sus pa­dres evitaron expo­nerle a la tormen­ta afectiva que se vive en los primeros momentos, de­jándole al cuidado de unos amigos. Pero a los pocos días fueron a re­cogerle, y no le ocultaron lo que había ocurrido. Al explicarle que la abuela ya no estaba con ellos, y que Dios la habría llevado con Él al cielo, Roberto les preguntó: "¿Y se está bien en el cielo?".

2. Las pistas.
2.1. El ser humano ante la muerte.
• Uno de los temas que más cues­ta tratar con nuestros hijos es el te­ma de la muerte. Y ello es debido a que toca una realidad-límite, una realidad ante la que el propio adul­to no siempre sabe situarse sere­namente. Sin embargo, es una de las realidades con mayor peso en lla existencia humana. Y de la que nadie está libre de verse afectado por ella, ni tan siquiera los propios niños. Por ello, no hay que evitar es­te tema en nuestra relación con los hijos, cuando además es un tema con una clara dimensión religiosa.

2.2. Dolor y esperanza.
• La experiencia creyente ante la muerte es una experiencia con dos caras: por un lado, el dolor de la separación y, por el otro, aparece abierta a la esperanza de un en­cuentro pleno con Dios
- El dolor de la separación ante per­sonas queridas, la afectación por la pérdida de hermanos nuestros, etc., nos puede provocar dolor, tristeza, desesperanza... y nues­tros hijos lo perciben. Cualquier explicación que les demos tiene que ser capaz de dar razón de esta experiencia dolorosa.
- La experiencia de un Dios amo­roso y fiel, que no abandona a los suyos ni siquiera ante la muer­te, es el punto central de referen­cia. No sabemos muy bien có­mo, pero tenemos la seguridad de que la vida no sólo sigue, si­no que se hace más plena jun­to a Él. Esto también tenemos que transmitírselo a nuestros hijos.

3. La respuesta.
• Idealizar la muerte acentuando sólo el lado positivo sería parcial y hasta peligroso, "Si en el cielo se está tan bien, yo también quiero morirme", puede ser la respuesta que nos encontremos. Es el mo­mento de hablarles del dolor de la separación, del hecho de no po­der seguir viviendo juntos, de no poder abrazar a la persona ama­da... También habrá que hablar­les del deseo de Dios de que vi­vamos esta vida al máximo de sus posibilidades; no hemos de tener prisa, porque al final siempre nos estará esperando con los brazos abiertos.
"La abuelita estaba enferma, y se puso tan malita que ya no está aquí con nosotros. Hemos guardado su cuerpo en una caja muy bonita, pa­ra que sepa lo que la queremos, y la hemos enterrado aquí para que nadie le haga daño, pero Dios ha llevado su alma, su espíritu, su vi­da, al cielo, junto a Él, y allí la cui­dará Y seguro que ella podrá es­tar siempre pendiente de nosotros. La pena es que ya no podremos abrazarla, como ahora yo te pue­do abrazar muy fuerte a ti porque te tengo cerca, y te quiero. Y tú tam­bién puedes abrazarme a mí por­que estás aquí, y me tienes cer­ca, y me quieres, ¿verdad?. Cariño, me duele un poco el alma. Me duele porque quiero mucho a N. y ya no está con nosotros. ¿Recuerdas cuando tú lloras porque se va papá o mamá o porque te sientes solo? A mí ahora me pasa algo parecido. El cariño hace que se sienta la ausencia de N.
Pero en medio del dolor tengo una esperanza muy grande: N. está con Dios. Y esto me consuela. Les manos de Dios yo creo que son muy buenas. ¿Verdad que cuando las manos de mamá te acarician, le abrazan, te curan, te… sus manos son una "bendición' una "alegría"? Yo sé que así son ahora las manos de Dios para N. Está en buenas manos. En ma­nos que dan vida.”

Vivir en el cielo es "estar con Cristo". Los elegidos viven "en Él", aún más, tienen allí, o mejor, encuentran allí su verdadera identidad, su propio nombre. Pues la vida es estar con Cristo; donde está Cristo, allí es­tá la vida, allí está el reino. (Catecismo de la Iglesia 1025)
Revista “Catequistas” nº 183, Noviembre 2007