¿Dios se entristece con nuestros
pecados o es impasible?; ¿Qué es la santa ira de Dios? Juan Pablo II, en una de
sus encíclicas, habla del dolor que, como consecuencia del pecado, se encuentra
en el corazón mismo de la inefable Trinidad. Este dolor podríamos entenderlo
como la tristeza que Dios siente al ver que el hombre se pierde a sí mismo. No
se trata de un Dios irritado porque se siente ofendido, sino de un Padre que
sufre cuando ve lo mal que lo pasan sus hijos queridos. Lo que entristece a
Dios es el daño que me hago a mi mismo o que hago a los demás. Hay algo en Dios
que se corresponde al sufrimiento que se siente por el amado, el sufrimiento de
la madre al ver sufrir a su hijo, al verle enfermo, al ver que se pierde, al
ver que no ama a sus hermanos. Dios es misericordioso y se siente afectado por
nuestra situación, porque su amor hace que se implique en nuestra realidad.
Dios no es un legislador distante al que no afecta la situación de las
personas.
Otra
cosa es la posible ira de Dios. La ira es un pecado. Pero como en Dios no hay
nada que sea equiparable al pecado, no puede haber ira en él. Cuando en la
Escritura se encuentren expresiones de este tipo, hay que entenderlas como
antropomorfismos que recuerdan la seriedad del pecado o como expresiones del
apasionamiento con el que Dios mira al ser humano. Pero la Escritura deja claro
que Dios no da curso al furor de su cólera, precisamente porque no es como los
hombres (Os 11,9).
Todo
lo que decimos de Dios es inadecuado para reflejar lo que “es”. Quizás sabemos
algo de lo que Dios “no es”, pero no lo que “es”. Y, aunque hay que ir con
cuidado al aplicar a Dios nuestros sentimientos, me atrevo a afirmar a
propósito de la pena y de la ira en Dios: Un Dios apenado, sí. Un Dios
irritado, al menos en el sentido que
solemos dar a esta palabra, no.
Martín Gelabert Ballester, OP