viernes, 2 de noviembre de 2012

Tristeza e ira de Dios



¿Dios se entristece con nuestros pecados o es impasible?; ¿Qué es la santa ira de Dios? Juan Pablo II, en una de sus encíclicas, habla del dolor que, como consecuencia del pecado, se encuentra en el corazón mismo de la inefable Trinidad. Este dolor podríamos entenderlo como la tristeza que Dios siente al ver que el hombre se pierde a sí mismo. No se trata de un Dios irritado porque se siente ofendido, sino de un Padre que sufre cuando ve lo mal que lo pasan sus hijos queridos. Lo que entristece a Dios es el daño que me hago a mi mismo o que hago a los demás. Hay algo en Dios que se corresponde al sufrimiento que se siente por el amado, el sufrimiento de la madre al ver sufrir a su hijo, al verle enfermo, al ver que se pierde, al ver que no ama a sus hermanos. Dios es misericordioso y se siente afectado por nuestra situación, porque su amor hace que se implique en nuestra realidad. Dios no es un legislador distante al que no afecta la situación de las personas.
            Otra cosa es la posible ira de Dios. La ira es un pecado. Pero como en Dios no hay nada que sea equiparable al pecado, no puede haber ira en él. Cuando en la Escritura se encuentren expresiones de este tipo, hay que entenderlas como antropomorfismos que recuerdan la seriedad del pecado o como expresiones del apasionamiento con el que Dios mira al ser humano. Pero la Escritura deja claro que Dios no da curso al furor de su cólera, precisamente porque no es como los hombres (Os 11,9).
            Todo lo que decimos de Dios es inadecuado para reflejar lo que “es”. Quizás sabemos algo de lo que Dios “no es”, pero no lo que “es”. Y, aunque hay que ir con cuidado al aplicar a Dios nuestros sentimientos, me atrevo a afirmar a propósito de la pena y de la ira en Dios: Un Dios apenado, sí. Un Dios irritado, al menos  en el sentido que solemos dar a esta palabra, no.
Martín Gelabert Ballester, OP