Manuel Lardín tenía los pulmones deshechos. La mina
no perdona a quien le perfora las entrañas para ganarse la vida. Debido a la enfermedad
lo habían jubilado. Así que llenó con nuevas ocupaciones el día. Por las tardes
tras recoger a su nieto Francisco de la escuela, daban un paseo. El pequeño le
preguntaba las cosas más inverosímiles; y ante sus respuestas fantásticas, el
nieto lo miraba como desconcertado. Se producía entonces un instante de silencio
que acababa rompiéndose con las risas de ambos: "No me gastes esas bromas,
abuelo". Terminaban el paseo comprando un globo. El abuelo lo hinchaba a
cambio del silencio del niño; pues por su enfermedad tenía prohibido forzar los
pulmones. Pero si a la mina entregó su salud cómo iba a negarse con el nieto.
Cuando
María, la mujer de Manuel, los veía entrar con el globo, se desesperaba: "No tienes arreglo Manuel, cualquier día
te quedas en el sitio". "Lo
he hinchado yo", saltaba Francisco en defensa de su abuelo. María no
hablaba por hablar, sabía bien lo que podía ocurrir si continuaba obstinadamente
hinchando globos al nieto. Y una tarde ocurrió. Después de vaciar el último aire
de sus pulmones en el globo, no le quedó aliento para subir las escaleras. María
al abrir la puerta y ver solo y asustado al niño, no necesitó mayores
explicaciones.
Francisco
no quiso ningún globo más. A partir de entonces, siempre salía de paseo con el último
globo hinchado por su abuelo. Mientras fue pequeño esta costumbre levantaba la
compasión de la gente. Pero se convirtió en burla al llegar Francisco a la
juventud; así que fue alejando sus paseos hasta un río de las afueras.
Mientras paseaba por el río, una tarde oyó gritos de
auxilio. Corrió y vio cómo una cabeza se hundía bajo el agua. Sin pensarlo se lanzó
y buceando encontró en el fondo a la persona. Quitó entonces el nudo al globo que
siempre le acompañaba y lo introdujo en la boca del moribundo. Apretando con fuerza
le llenó los pulmones con el último aire del abuelo Lardín.
Gracias, Dios
mío, por todas las personas buenas que has puesto en mi camino y que, cuando me
falta el aire, cuando me faltan fuerzas y alegría, son capaces de llenar mi
corazón.