domingo, 4 de noviembre de 2012

Los que nunca se cansan…



Hay un proverbio Noruego que dice: El heroísmo consiste en aguantar un minuto más.
            Cuando yo era un niño en la escuela primaria, una de las historias de nuestro libro de texto de literatura tenía ese título, y contaba la historia de un niño que había caído en el hielo mientras patinaba y se quedó aferrado al borde del hielo, frío y solo, con ninguna ayuda a la vista. Mientras aguantaba en esta situación aparentemente desesperada, fue tentado muchas veces por el simple dejarse ir, ya que según parecía, nadie iba a venir a rescatarlo. Y sin embargo aguantó, a pesar de todos los pronósticos. Finalmente, cuando todo parecía estar más allá de la esperanza, se aferró un minuto más y después de ese minuto extra la ayuda llegó. La historia era simple y su moral era sencilla: Este joven vivió porque tuvo el valor y la fuerza para aguantar un minuto más. El Rescate llega justo después de que hayas renunciado a él, así que aumenta tu valentía y esperara un minuto más.
            Aunque ésta es una historia de heroísmo físico, clarifica esta cuestión, el heroísmo frecuentemente consiste en mantener el rumbo lo suficiente, en aguantar cuando todo parece estar sin esperanza, en sufrir el frío y  la soledad mientras se espera un nuevo día.
            Las Escrituras nos enseñan más ó menos lo mismo sobre el heroísmo moral: En la segunda carta a los Tesalonicenses, Pablo pone fin a una larga y desafiante reprimenda, diciendo: nunca te canses de hacer el bien. Y en su carta a los Gálatas, Pablo prácticamente repite el proverbio Noruego: No nos cansemos de hacer el bien, ya que si no nos damos por vencidos, tarde o temprano recogeremos la cosecha. 
            Esto que parece tan sencillo, sin embargo, nos sitúa en el corazón de muchas de nuestras luchas morales. Nos damos por vencidos demasiado pronto, cedemos demasiado pronto, y no llevamos nuestra soledad a su nivel más alto.  Simplemente, no sostenemos la tensión el tiempo suficiente.
            Todos experimentamos tensión en nuestras vidas: tensión con nuestras familias, tensión con nuestras amistades, tensión en nuestros lugares de trabajo, tensión en nuestras iglesias, tensión en nuestras comunidades, y tensión en nuestras conversaciones sobre otras personas, sobre la política y sobre la actualidad. Y, como somos personas de buen corazón, sobrellevamos esa tensión con paciencia, respeto, amabilidad y paciencia – ¡por un tiempo!  Luego, en un momento concreto sentimos que esa tensión llega al límite, nos cansamos de hacer el bien, sentimos que algo estalla dentro de nosotros, y escuchamos una voz interna que nos dice: ¡Basta! ¡He estado en esto demasiado tiempo! ¡No voy a tolerar esto más! Y nos dejamos llevar, al contrario que el niño que se aferró al hielo a la espera de rescate. Perdemos la paciencia, el respeto, la amabilidad y el auto-dominio, ya sea por desfogarse, o por devolver lo recibido, ó simplemente por huir de la situación con la actitud de dejar de todo se vaya al fresco.  De cualquier manera, nos negamos a cargar con la tensión por más tiempo.
            Pero ese momento exacto, cuando tenemos que elegir entre abandonar o mantenernos,  sostener la tensión ó dejarnos llevar, es un punto moral crucial que determina el carácter de una persona: la bondad, la nobleza, la madurez profunda o la santidad espiritual, frecuentemente se ponen de manifiesto en la respuesta a las siguientes preguntas: ¿Cuánta tensión se soportar? ¿hasta dónde llega nuestra paciencia y nuestra tolerancia? ¿Cuánto podemos aguantar? Los padres maduros soportan mucha tensión en la crianza de sus hijos.  Los grandes maestros aguantan mucha tensión al tratar de abrir las mentes y los corazones de sus alumnos. Los amigos maduros asumen mucha tensión en el permanecer fieles el uno al otro. Mujeres y hombres, jóvenes y adultos, aguantan mucha tensión sexual mientras se preparan para el matrimonio. Los cristianos maduros aguantan mucha tensión al cargar con las inmadureces y los pecados de sus iglesias. Hombres y mujeres son nobles noble precisamente cuando pueden caminar con paciencia, respeto, amabilidad y autodominio en medio de la tribulación y las tensiones, cuando nunca se cansan de hacer lo que es correcto.
            Por supuesto, esto viene con una advertencia: aguantar la tensión no significa aceptar abusos. Los de carácter noble y con un alma santa se enfrentan a los abusos en lugar de aceptarlos a través de una bien intencionada conformidad.  A veces, en nombre de la virtud y la lealtad, se nos anima a aceptar el abuso, sin embargo esto es la antítesis de lo que Jesús hizo.  El amó, desafió, y absorbió la tensión de una forma tal que quitó los pecados del mundo.  Ahora sabemos que gracias esta la larga y amarga experiencia, por muy noble que sea nuestra intención, cuando aceptamos los abusos en lugar de enfrentarlos, no evitamos el pecado sino que lo permitimos.
            Sin embargo, todo esto no es fácil. Este es un camino de intensa soledad, con muchas tentaciones de dejarnos llevar y de escapar. Pero, si perseveras y nunca te cansas de hacer el bien, en tu funeral, los que te conocieron se sentirán bendecidos y agraciados de que tú seguiste creyendo en ellos, incluso cuando ellos por un tiempo habían dejado de creer sí mismos.
Ron Rolheiser