Hay un proverbio Noruego que dice: El heroísmo consiste
en aguantar un minuto más.
Cuando
yo era un niño en la escuela primaria, una de las historias de nuestro libro de
texto de literatura tenía ese título, y contaba la historia de un niño que
había caído en el hielo mientras patinaba y se quedó aferrado al borde del
hielo, frío y solo, con ninguna ayuda a la vista. Mientras aguantaba en esta
situación aparentemente desesperada, fue tentado muchas veces por el simple
dejarse ir, ya que según parecía, nadie iba a venir a rescatarlo. Y sin embargo
aguantó, a pesar de todos los pronósticos. Finalmente, cuando todo parecía
estar más allá de la esperanza, se aferró un minuto más y después de ese minuto
extra la ayuda llegó. La historia era simple y su moral era sencilla: Este
joven vivió porque tuvo el valor y la fuerza para aguantar un minuto más. El
Rescate llega justo después de que hayas renunciado a él, así que aumenta tu
valentía y esperara un minuto más.
Aunque
ésta es una historia de heroísmo físico, clarifica esta cuestión, el heroísmo
frecuentemente consiste en mantener el rumbo lo suficiente, en aguantar cuando
todo parece estar sin esperanza, en sufrir el frío y la soledad mientras
se espera un nuevo día.
Las
Escrituras nos enseñan más ó menos lo mismo sobre el heroísmo moral: En la
segunda carta a los Tesalonicenses, Pablo pone fin a una larga y desafiante
reprimenda, diciendo: nunca te canses de hacer el bien. Y en su carta a los
Gálatas, Pablo prácticamente repite el proverbio Noruego: No nos cansemos de
hacer el bien, ya que si no nos damos por vencidos, tarde o temprano
recogeremos la cosecha.
Esto que
parece tan sencillo, sin embargo, nos sitúa en el corazón de muchas de nuestras
luchas morales. Nos damos por vencidos demasiado pronto, cedemos demasiado
pronto, y no llevamos nuestra soledad a su nivel más alto. Simplemente,
no sostenemos la tensión el tiempo suficiente.
Todos
experimentamos tensión en nuestras vidas: tensión con nuestras familias,
tensión con nuestras amistades, tensión en nuestros lugares de trabajo, tensión
en nuestras iglesias, tensión en nuestras comunidades, y tensión en nuestras
conversaciones sobre otras personas, sobre la política y sobre la actualidad.
Y, como somos personas de buen corazón, sobrellevamos esa tensión con
paciencia, respeto, amabilidad y paciencia – ¡por un tiempo! Luego, en un
momento concreto sentimos que esa tensión llega al límite, nos cansamos de
hacer el bien, sentimos que algo estalla dentro de nosotros, y escuchamos una
voz interna que nos dice: ¡Basta! ¡He estado en esto demasiado tiempo! ¡No voy
a tolerar esto más! Y nos dejamos llevar, al contrario que el niño que se
aferró al hielo a la espera de rescate. Perdemos la paciencia, el respeto, la
amabilidad y el auto-dominio, ya sea por desfogarse, o por devolver lo
recibido, ó simplemente por huir de la situación con la actitud de dejar de
todo se vaya al fresco. De cualquier manera, nos negamos a cargar con la
tensión por más tiempo.
Pero ese
momento exacto, cuando tenemos que elegir entre abandonar o mantenernos,
sostener la tensión ó dejarnos llevar, es un punto moral crucial que determina
el carácter de una persona: la bondad, la nobleza, la madurez profunda o la
santidad espiritual, frecuentemente se ponen de manifiesto en la respuesta a
las siguientes preguntas: ¿Cuánta tensión se soportar? ¿hasta dónde llega
nuestra paciencia y nuestra tolerancia? ¿Cuánto podemos aguantar? Los padres
maduros soportan mucha tensión en la crianza de sus hijos. Los grandes
maestros aguantan mucha tensión al tratar de abrir las mentes y los corazones
de sus alumnos. Los amigos maduros asumen mucha tensión en el permanecer fieles
el uno al otro. Mujeres y hombres, jóvenes y adultos, aguantan mucha tensión
sexual mientras se preparan para el matrimonio. Los cristianos maduros aguantan
mucha tensión al cargar con las inmadureces y los pecados de sus iglesias.
Hombres y mujeres son nobles noble precisamente cuando pueden caminar con
paciencia, respeto, amabilidad y autodominio en medio de la tribulación y las
tensiones, cuando nunca se cansan de hacer lo que es correcto.
Por
supuesto, esto viene con una advertencia: aguantar la tensión no significa
aceptar abusos. Los de carácter noble y con un alma santa se enfrentan a los
abusos en lugar de aceptarlos a través de una bien intencionada
conformidad. A veces, en nombre de la virtud y la lealtad, se nos anima a
aceptar el abuso, sin embargo esto es la antítesis de lo que Jesús hizo.
El amó, desafió, y absorbió la tensión de una forma tal que quitó los pecados
del mundo. Ahora sabemos que gracias esta la larga y amarga experiencia,
por muy noble que sea nuestra intención, cuando aceptamos los abusos en lugar
de enfrentarlos, no evitamos el pecado sino que lo permitimos.
Sin
embargo, todo esto no es fácil. Este es un camino de intensa soledad, con
muchas tentaciones de dejarnos llevar y de escapar. Pero, si perseveras y nunca
te cansas de hacer el bien, en tu funeral, los que te conocieron se sentirán
bendecidos y agraciados de que tú seguiste creyendo en ellos, incluso cuando
ellos por un tiempo habían dejado de creer sí mismos.
Ron Rolheiser