viernes, 9 de noviembre de 2012

El cuerpo resucitado de Jesús



En la resurrección, la vida humana de Jesús de Nazaret es plenamente asumida en la vida de Dios, y de ello resulta otro tipo de vida. Su antigua realidad adquiere nuevas cualidades insospechadas, al pasar más allá del espacio y del tiempo. Jesús resucitado entra en el cenáculo con las puertas cerradas, atraviesa las paredes. Tiene lo que llama San Pablo un "cuerpo espiritual", el «cuerpo glorioso" de la teología clásica. Parece contradictorio hablar de «cuerpo espiritual». La expresión quiere decir que se trata del mismo cuerpo de antes, pero con unas cualidades totalmente nuevas que le hacen casi contradictorio con lo que era.
                Creer en la resurrección es difícil, pero importante. La imaginación y el pensamiento nos traicionan constantemente. Y, sin embargo, tenemos que buscar la manera de hacerlo creíble para nosotros y para los demás. El Nuevo Testamento nos ofrece distintos
modelos que son muy expresivos. Pero tenemos que interpretarlos de manera adecuada, y no se pueden tomar simplemente a la letra. Se nos habla de Cristo sentado a la derecha del Padre, pero no nos tenemos que imaginar una silla o un trono y a Jesús sentado, con el mismo cuerpo exactamente que antes. Pero tampoco hemos de imaginar a Jesús resucitado como una realidad puramente espiritual, sin conexión con la corporeidad con la que vivió y murió en solidaridad con nosotros. La imaginación nos traiciona. Es mejor, más segura, mantenernos en la línea que indicábamos: el resucitado es la persona humana recuperada por Dios.
                Para hablar de la resurrección, lo mejor sería acudir al documento más antiguo que nos habla de ella: el capítulo 15 de la carta a los Corintios, escrita antes de que los mismos evangelios tomasen forma definitiva. Los Corintios no «se tragaban» lo de la resurrección. San Pablo tuvo que hacerles una catequesis especial. «Os recuerdo, hermanos, el evangelio que ya os anuncié, que vosotros aceptasteis, en el que perseveráis y en el que encontráis vuestra salvación si lo retenéis tal como os lo anuncié; porque, de otro modo, hubierais creído en vano. Os transmití, ante todo, la tradición misma que yo había recibido. Y lo que yo recibí es que Cristo murió por nuestros pecados según las Escrituras, que fue sepultado, y que resucitó al tercer día según las Escrituras; y que se apareció a más de quinientos hermanos a la vez, la mayoría de los cuales aún viven y otros ya están muertos. Después se apareció a Santiago y a todos los apóstoles, y al último de todos, como a un aborto, se me apareció también a mí». Toda esta gente ha tenido experiencia indudable de que Cristo vive. Se trata del contenido mismo de la fe. El contenido es que Cristo ha resucitado. Es decir, que la muerte no es la palabra definitiva sobre nuestra realidad humana. Esto es lo que Cristo vino a anunciar. La palabra definitiva es el amor de Dios, y el amor de Dios es fiel y permanece para siempre. Es el cumplimiento de las promesas de Dios. De manera que, si Cristo no hubiese resucitado, nuestra fe no tendría sentido, aunque tuviera argumentos.
                Añade después "pero alguno dirá: ¿Cómo resucitarán los muertos? Y ¿con qué cuerpo volverán?". Son preguntas que todos nos hacemos. Y contesta el mismo San Pablo: "¡Necio! Lo que siembras no llega a tener vida si no muere antes; y lo que siembras no es el cuerpo
de la planta que ha de nacer, sino un simple grano de trigo, por ejemplo, o de cualquier otra semilla. Y Dios le da un cuerpo como quiere a cada una de las semillas, un cuerpo distinto".
Es decir: si Dios hace el milagro de hacer salir una cosa tan distinta y maravillosa de una semilla, puede hacer el milagro de hacer salir otra cosa de lo que nosotros enterramos. Es la discontinuidad en la continuidad. Hay una continuidad: de nuestra vida terrena sale la resurrección; pero hay una discontinuidad: aquello que sale ya no es terreno. Es una nueva vida que sobrepasa todo lo que podemos imaginar.
JOSEP VIVES