Debemos afirmar rotundamente que Jesús no vive
porque su causa sigue adelante, sino que sigue adelante su causa porque
vive. Sin embargo, a la vez, debemos aclarar que no vive igual que
nosotros. Recientemente fueron descubiertos en los alrededores de
Jerusalén los huesos de un crucificado -uno de tantos como hubo- de casi
dos mil años de antigüedad. No faltó quien se preguntase: “¿Y si fueran los restos de Jesucristo?
¿Qué pasaría entonces con la fe en la resurrección?” Semejante pregunta
denota un error en la concepción de la resurrección de Cristo. Piensan
que consistió en la revivificación de su cadáver. Sin embargo,
debemos afirmar con claridad que hay una diferencia fundamental entre
la resurrección de Jesús y la de Lázaro (Jn 11,1-44), aunque
designemos a ambas con el mismo término. Lázaro volvió a la vida de antes;
simplemente se le concedió una prórroga para morir. Jesús, en cambio, "ya no muere" (Rom 6,
9) porque no volvió a esta vida, sino que "entró
en su gloria" (Lc 24, 26). Mientras a Lázaro hay que soltarle las
vendas para que pueda moverse (Jn 11, 44), como a cualquier ser humano, el
Resucitado se presenta en medio de sus discípulos sin abrir las puertas
(Jn 20, 19 y 26). Y es que el cuerpo de Cristo resucitado no es como el
cuerpo físico que tenía antes de morir. San Pablo dedica casi una veintena
de versículos (1 Cor 15, 35-53) a explicar la diferencia entre los cuerpos
físicos y los cuerpos resucitados, tras lo cual uno tiene la impresión de
no haberse enterado de nada. Y es que la resurrección carece de analogías.
Desde luego, no ha sido el Nuevo Testamento quien ha proporcionado a
tantos pintores los datos para representar a Jesús en el momento de
salir glorioso de la tumba. Afirman los evangelistas que nadie presenció
la resurrección en si misma. Es lógico: Si no hubo testigos de tal
acontecimiento es sencillamente porque no podía haberlos. Los cuerpos
gloriosos no impresionan la retina. Santo Tomás de Aquino afirma que los
apóstoles vieron a Cristo tras la resurrección "oculata fide", no
con los ojos del cuerpo, sino con los "ojos de la fe". Por eso
el Nuevo Testamento resalta expresamente que sólo hubo apariciones a
creyentes: se aparece "no a todo el
pueblo, sino a los testigos que Dios había escogido de antemano"
(Hech 10, 41), es decir, a los que creían en Él, como los apóstoles, o a
los destinados a creer, como Pablo. Si Pilato o Tácito hubieran estado en
el lugar en que Jesús se apareció a sus apóstoles, no habrían visto nada.
Hacía falta fe.
En
este sentido afirmamos que la resurrección de Cristo es un hecho real,
realísimo, pero no es un acontecimiento histórico porque nadie lo
presenció ni podía presenciarlo. La resurrección de Cristo, afortunada o
desafortunadamente, no puede ser probada ni desmentida por la historia. Para
aquello que constituye el meollo de lo humano nunca hay garantías: no
existen garantías para la belleza de un cuadro, para la fuerza
arrebatadora de una sonata, para el amor auténtico de una mujer" . Lo
más que podríamos decir es que la resurrección de Cristo es un acontecimiento
metahistórico porque, sin ser histórico, toca a la historia en cuanto contribuye
a modificar los acontecimientos de este mundo y ha sido percibido en sus
efectos. Pero haríamos mejor en decir que es un acontecimiento escatológico (la
escatología se refiere al final. La resurrección de Cristo es final no en sentido
cronológico, por ser lo último, sino en sentido cualitativo, por ser algo
en sí mismo insuperable y, por tanto, definitivo).
Nos
gustaría poder imaginar cómo fue todo. ¡Desgraciadamente no es posible en
absoluto! Con esa dificultad toparon los apóstoles al querer expresar la vivencia
que tuvieron y que era inexpresable. Les fallaba el lenguaje y tenían que
corregirse a sí mismos constantemente: afirman que el cuerpo resucitado
era como antes (Jn 20, 20) y a la vez que no era igual (Jn 20, 15; 20, 19;
Lc 24, 16...).
La
tumba-vacía (Jn 20, 1-10) habría que inscribirla en este contexto de inadecuación
del lenguaje. ¿Dijeron los apóstoles que Jesús había resucitado porque
encontraron la tumba vacía, o afirmaron que la tumba estaba vacía para
expresar que Jesús había resucitado? Realmente, si la resurrección de Cristo es
como la nuestra, y nosotros no dejaremos de resucitar porque nuestros
cuerpos queden en la tumba, ningún problema habría en que eso mismo haya
ocurrido con el de Jesús. Repitamos una vez más que la resurrección no es
volver a esta vida terrena, sino, a través de la puerta de la muerte, pasar
a la vida eterna, entrar en una nueva dimensión.
LUIS GONZÁLEZ-CARVAJAL