miércoles, 28 de noviembre de 2012

David, modelo de vida



David experimentó todo lo que cabe en una vida humana. Tuvo alegría, cayó en el pecado, hizo oración. Era humilde, tenía respeto y fidelidad. Era osado.
Siendo todavía un niño tenía que cuidar las ovejas de su familia en Belén. Tal vez de ese modo aprendió lo más importante para su vida: proteger a los débiles, conducir a los fuertes, mantener a todos unidos. Debió demostrar coraje. El profeta Samuel vino a ver a su padre a fin de elegir entre los ocho hijos al nuevo rey. El padre lo presentó a todos, con la sola excepción del pequeño David, el más joven, que estaba en el campo. El profeta preguntó por el más pequeño, a quien el padre no había llamado. Lo trajeron y fue elegido como el próximo rey. ¿Cuáles habrán sido sus sentimientos al verse colocado frente a un destino semejante y una tarea tan enorme? Tal vez le ayudó la despreocupación juvenil.  Pronto se encontró frente a los hostiles filisteos. Su jefe Goliat, un gigantón, era considerado invencible. David no tuvo miedo, sino que venció a Goliat, más poderoso que él, con su honda y su habilidad. A partir de ese momento, debió luchar a menudo y demostrar su coraje.
Era servidor del rey Saúl, a quien debía suceder. El rey sufría depresiones, y David lo alegraba con la música de su cítara. Podía componer poemas y hacer música: por eso, los salmos siguen llevando todavía hoy su nombre. David debió partir a la guerra por el rey, y tuvo éxito. Más que el mismo rey. Eso le acarreó la admiración de la gente, sobre todo de las mujeres. Pero el rey sintió que le hacía competencia y se puso celoso. Sin embargo, el hijo del rey, Jonatán, salvó a David de los planes malvados de Saúl.
Saúl y su hijo cayeron en una batalla, y David lloró por ellos. Ya rey, conquistó Jerusalén e hizo de ella su ciudad. Liberó el Santo de los santos, el arca de la alianza, de las manos de los enemigos y la llevó a Jerusalén en medio de danzas de alegría. Todo el poder estaba entonces en sus manos. Un día vio, desde la azotea, a una hermosa mujer en el jardín del vecino. Quiso poseerla, de modo que envió a su esposo a la guerra, a una posición en la que tenía que caer en la batalla. Tomó para sí a su mujer Betsabé. Pronto Betsabé dio a luz un hijo, pero este murió siendo aún pequeño. David no tenía consuelo. En su dolor tomó consciencia de su pecado y de su injusticia. La pareja tuvo un segundo hijo, Salomón, que como rey fue mucho más poderoso y glorioso que el padre. David reunió grandes reinos y erigió en Jerusalén el primer altar dedicado a Dios. Salomón hizo construir más tarde en ese lugar el templo.
A pesar de todos los éxitos exteriores, el rey David sufrió duros golpes del destino en su familia y en su pueblo. Su hijo Absalón se levantó contra él y lo expulsó del trono. David debió huir y fue objeto de escarnio. Yendo de camino hacia el monte de los Olivos, el loco Semeí le arrojó piedras y lo maldijo. El real fugitivo demostró su grandeza soportando el escarnio y renunciando a defenderse.
Después de que sus fieles seguidores devolvieran a David el poder, les rogó que respetaran en la lucha a Absalón, con el que se había enemistado. Los soldados no lo hicieron y, una vez más, David quedó desconsolado. Hizo duelo junto a la puerta de su palacio, al que había regresado. Sus generales debieron insistirle para que se hiciera cargo nuevamente del gobierno.
David asumió también su culpa personal y se convirtió. Más aún, aprendió de sus faltas y derrotas. Lo que me atrae de este hombre es que no demostró el mayor coraje en sus éxitos, sino en la forma en que sobrellevó las dificultades de la vida, las enemistades y los insultos. Luchó sin prestar atención a sus heridas y dio su vida por la tarea que Dios le había encomendado. David muestra a los jóvenes no sólo un modelo de vida fascinante, sino que podría infundir coraje también a los hombres que tienen tareas de dirección.
Carlo M. Martini