viernes, 9 de noviembre de 2012

La resurrección: Dios habla



Sólo se puede creer en Dios si hay resurrección: la de Jesús y la nuestra. Porque si Dios permanece impasible e impotente en su bienaventuranza celeste, contemplando la historia de las injusticias, opresiones y asesinatos que es la historia humana, si ve cómo los injustos y malvados casi siempre triunfan, mientras que los justos e inocentes padecen en sus manos, y no hace nada, este Dios no es creíble. Pensemos sólo en los seis millones de judíos deportados y exterminados cruelmente en los campos de concentración nazis, o en los millares de "desaparecidos" bajo los regímenes militares sudamericanos, o de "campesinos" asesinados en Centroamérica, o de negros de Sudáfrica... Ante esta injusticia radical, si Dios no actúa, no es Dios, sino un monstruo o un impotente. Sólo un Dios que pueda resucitar a los muertos es digno de fe. Si no podemos creer en la resurrección, no podemos creer en Dios. La resurrección es el gran acto de justicia de Dios hacia su Hijo Jesús, y esperamos que también, hacia sus otros hijos que han sufrido absurdamente, que han padecido inocentemente. Esto es esencial. La palabra definitiva de Dios no puede ser el oscuro silencio del Calvario, sino la luz resplandeciente de la Pascua; y por eso hablamos del Misterio Pascual. 
                El Misterio Pascual es la protesta de Dios contra la malicia e injusticia de los hombres. La resurrección es el acto de protesta de Dios contra la injusticia que mata a su Hijo inocente, la protesta de Dios contra la maldad de los hombres que se matan unos a otros. Si la resurrección no ha acaecido "vana es nuestra fe" (1Co 15,14). Se ha de poder creer en un Dios que hace justicia, y la justicia es que el inocente injustamente aplastado sea restablecido a la vida. Por eso la resurrección es realmente la llave de la Historia. Parece que los justos e inocentes son abandonados y que el mal siempre triunfa. Los malvados odian, engañan, hacen violencia, explotan, matan al débil, al pobre, al indefenso, y Dios parece que no hace nada para impedirlo. Como si Dios no se entrometiera en este mundo. Es que éste es el mundo de nuestra responsabilidad, de nuestra libertad. Aquí hay que recurrir a lo que Jesús nos quiso decir con las parábolas del Reino de Dios. Dios es aquel señor de las parábolas que se fue a tierras lejanas (Lc 19. 11-27). Dejó a sus administradores a cargo de sus bienes, y ellos los malgastaron. Pero el Señor volvió. La resurrección es el momento en que el Señor vuelve, o en que nosotros volvemos al Señor y le tenemos que dar cuentas. Si no hubiese este momento, este señor que se va y deja que los otros hagan lo que quieran y no se preocupa de nada no es un Señor de verdad.
                Por eso la resurrección es la clave de nuestra vida cristiana. Creer en la resurrección no es sólo creer una doctrina. Se ha de creer en la resurrección con la vida; no sólo con la cabeza. Tenemos que hacer nuestra la resurrección haciendo nuestro el juicio de Dios contra el mal. Dios no tolera impasible el mal de los oprimidos, y nosotros tampoco lo debemos tolerar. Sólo cree en la resurrección el que no está conforme con el mundo tal como es. Tenemos que creer en la resurrección con nuestra actitud y nuestras obras. Tenemos que hacer resurrección. Tenemos que preguntarnos si nuestra vida, nuestra existencia, es causa de vida o causa de muerte a nuestro alrededor, si es causa de crucifixión o de resurrección para los que nos rodean. S. Pablo nos dice: "Si el Espíritu del que resucitó a Jesús de entre los muertos habita en vosotros -¿y cómo habita el Espíritu en nosotros sino haciéndonos decir 'Abba, Padre' y haciéndonos vivir la fraternidad?-, el que resucitó a Cristo Jesús de entre los muertos vivificará también vuestros cuerpos mortales por medio del Espíritu que habita en vosotros" (Rm 8,11).
JOSEP VIVES