Sólo se puede creer en Dios si hay resurrección:
la de Jesús y la nuestra. Porque si Dios permanece impasible e impotente
en su bienaventuranza celeste, contemplando la historia de las
injusticias, opresiones y asesinatos que es la historia humana, si ve cómo
los injustos y malvados casi siempre triunfan, mientras que los justos e
inocentes padecen en sus manos, y no hace nada, este Dios no es creíble.
Pensemos sólo en los seis millones de judíos deportados y exterminados
cruelmente en los campos de concentración nazis, o en los millares de
"desaparecidos" bajo los regímenes militares sudamericanos, o de
"campesinos" asesinados en Centroamérica, o de negros de
Sudáfrica... Ante esta injusticia radical, si Dios no actúa, no es Dios,
sino un monstruo o un impotente. Sólo un Dios que pueda resucitar a los
muertos es digno de fe. Si no podemos creer en la resurrección, no podemos
creer en Dios. La resurrección es el gran acto de justicia de Dios hacia
su Hijo Jesús, y esperamos que también, hacia sus otros hijos que han
sufrido absurdamente, que han padecido inocentemente. Esto es esencial. La
palabra definitiva de Dios no puede ser el oscuro silencio del Calvario,
sino la luz resplandeciente de la Pascua; y por eso hablamos del Misterio
Pascual.
El
Misterio Pascual es la protesta de Dios contra la malicia e injusticia de
los hombres. La resurrección es el acto de protesta de Dios contra la
injusticia que mata a su Hijo inocente, la protesta de Dios contra la
maldad de los hombres que se matan unos a otros. Si la resurrección no ha
acaecido "vana es nuestra fe" (1Co
15,14). Se ha de poder creer en un Dios que hace justicia, y la justicia
es que el inocente injustamente aplastado sea restablecido a la vida. Por
eso la resurrección es realmente la llave de la Historia. Parece que los
justos e inocentes son abandonados y que el mal siempre triunfa. Los
malvados odian, engañan, hacen violencia, explotan, matan al débil, al
pobre, al indefenso, y Dios parece que no hace nada para impedirlo. Como
si Dios no se entrometiera en este mundo. Es que éste es el mundo de
nuestra responsabilidad, de nuestra libertad. Aquí hay que recurrir a lo
que Jesús nos quiso decir con las parábolas del Reino de Dios. Dios es
aquel señor de las parábolas que se fue a tierras lejanas (Lc 19. 11-27).
Dejó a sus administradores a cargo de sus bienes, y ellos los malgastaron.
Pero el Señor volvió. La resurrección es el momento en que el Señor
vuelve, o en que nosotros volvemos al Señor y le tenemos que dar cuentas.
Si no hubiese este momento, este señor que se va y deja que los otros
hagan lo que quieran y no se preocupa de nada no es un Señor de verdad.
Por
eso la resurrección es la clave de nuestra vida cristiana. Creer en la
resurrección no es sólo creer una doctrina. Se ha de creer en la
resurrección con la vida; no sólo con la cabeza. Tenemos que hacer nuestra
la resurrección haciendo nuestro el juicio de Dios contra el mal. Dios no
tolera impasible el mal de los oprimidos, y nosotros tampoco lo debemos
tolerar. Sólo cree en la resurrección el que no está conforme con el mundo
tal como es. Tenemos que creer en la resurrección con nuestra actitud y
nuestras obras. Tenemos que hacer resurrección. Tenemos que preguntarnos
si nuestra vida, nuestra existencia, es causa de vida o causa de muerte
a nuestro alrededor, si es causa de crucifixión o de resurrección para
los que nos rodean. S. Pablo nos dice: "Si el Espíritu del que resucitó a Jesús de entre los muertos
habita en vosotros -¿y cómo habita el Espíritu en nosotros sino
haciéndonos decir 'Abba, Padre' y haciéndonos vivir la fraternidad?-, el
que resucitó a Cristo Jesús de entre los muertos vivificará también vuestros
cuerpos mortales por medio del Espíritu que habita en vosotros" (Rm
8,11).
JOSEP
VIVES