Cuando
veo lo bello no puedo explicarlo, pero el asombro puede llevarme a Dios. En el
silencio, en la quietud, estando a la escucha, se llega muy cerca de Dios.
También podemos pelear con Dios como Jacob, dudar y luchar como Job, sufrir
tristeza como Jesús y sus amigas Marta y María. También estos son caminos que
nos llevan a Dios.
Dios nos acepta a todos, es
misericordioso. Por supuesto, en contra de esto está siempre el hecho de que no
puedo imaginarme cómo pueden estar junto a Dios Hitler, o un asesino que ha
abusado de niños. Más fácil me resulta la idea de que esos hombres serán
simplemente eliminados. Ese es el modo en que pensamos en este mundo. Pero, tal
vez, Dios tenga todavía en el otro mundo posibilidades nuevas. Hay que dejarlo
abierto. Es una pregunta a Dios.
Existe la imagen del purgatorio,
en el que hombre así –dicho con una expresión moderna- son sometidos a terapia
hasta que se abren y pueden recibir el amor de Dios. Que alguien que se ha
apartado de tal modo de Dios, alguien que según nuestra representación es malo,
pueda ser salvado por el Dios bondadoso y misericordioso es algo que supera
nuestra capacidad de imaginación.
El purgatorio es una de las
representaciones humanas de la forma en que se puede ser preservado del
infierno. La Iglesia ha desarrollado la idea del purgatorio, que significa que,
aun cuando seas un hombre que ha generado mucha desgracia, que ha producido mucho
infierno, tal vez existe también después de la muerte un lugar en el que puedes
ser sanado, en el que puedes convertirte y tienes todavía una oportunidad. Se
trata propiamente de la prolongación de una oportunidad y, en tal sentido, de
un pensamiento optimista.
El infierno en la predicación de
Jesús es una advertencia en el sentido de vivir de tal manera que nunca
produzcamos el infierno y nunca vayamos a parar a él. El mensaje decisivo es
que Jesús quiere preservarnos y liberarnos del infierno. Tenemos que procurar
que no terminemos allí. Y tenemos que ayudar a que otros no terminen allí. El
infierno es una advertencia, una amenaza, una realidad. Pero yo sigo
sosteniendo la fe en que, al final, el amor de Dios es más fuerte.
Un buen cristiano se distingue
por el hecho de que cree en Dios, de que confía; se distingue por el hecho de
que conoce a Cristo, de que lo conoce cada vez mejor y presta oídos a Él.
Conocer significa leer la Biblia, hablar con Cristo, dejarse llamar por Él,
asemejarse a Él. De ese modo, el cristiano se siente cada vez más apremiado a
actuar socialmente, a comprometerse por otros como lo hizo Jesús, que curó a
los hombres, llamó a sus discípulos, criticó a los poderosos, lanzó advertencias
a los ricos y recibió a los extranjeros. Así se llega a ser un hombre que se
siente sostenido e impulsado por Dios. En el momento de la muerte –y quiera Dios
que así sea-, podrás decir: Tú me sostienes, en Ti estoy cobijado, Tú me
aceptas.
Carlo M.
Martini