viernes, 2 de noviembre de 2012

Brillo de humanidad



Se dice que la cara es el espejo del alma. El libro del Eclesiastés se expresa así: “el corazón del hombre hace cambiar su rostro, sea para el bien, sea para el mal. Un rostro alegre revela un buen corazón” (13,25-26). El rostro es el espejo del corazón. En el rostro de cada persona se leen sus mejores y sus peores sentimientos, el dolor y la alegría, la bondad y la severidad. A veces me pregunto el motivo por el que los terroristas ocultan su rostro. Quizás para que no se vea el horror que hay su cara. A algunas mujeres les obligan a tapar su cara. ¿Acaso quienes les obligan temen ver en su cara la denuncia de su propia maldad?
            Hay un chiste judío, inocente y espantoso, que circulaba por Varsovia en 1940. Un militar alemán que patrulla el guetto de Varsovia detiene a un niño judío por hacer contrabando. El alemán apunta con la pistola a la cara del niño, pero anuncia que le perdonará si adivina cuál es su ojo de cristal. “El izquierdo”, responde el niño judío. “¿Cómo lo has adivinado?” “Porque en ese ojo hay un brillo de humanidad”. ¡Lo humano del rostro del alemán reflejaba inhumanidad!
            En la cara de la gente con la que nos encontramos y en nuestro propio rostro es posible detectar brillos de humanidad y de inhumanidad. Rostro de un niño hambriento y cara oculta del terrorista. Cara amable del que dedica su tiempo y su vida a trabajar a favor de los necesitados y cara prepotente del poderoso y del rico. Cara gastada y bondadosa del anciano y cara gastada y pérdida por drogas, alcohol o sexo. Ojos tristes pero esperanzados del que baja de una patera y ojos ambiciosos de tanto político corrupto. Cara cansada, pero pacífica y hermosa de la madre saharaui y cara malhumorada de represores e inquisidores.
            En este mundo es posible aparentar y engañar. Hay quien tiene la habilidad de hacer decir a su rostro lo contrario de lo que el corazón piensa y quiere. En el momento decisivo de la vida, ese momento en el que seremos juzgamos por el amor, no hará falta ninguna pregunta. La cara nos delatará. Yo creo que también ahora nos delata. Debe ser por eso que san Pablo dice que los cristianos deben ir con la cara descubierta, para que se vea bien lo que en ella se refleja: el rostro de Cristo.
Martín Gelabert Ballester, OP