viernes, 9 de noviembre de 2012

Resucitó al tercer día



Creer en la resurrección no es fácil. Cuando San Pablo fue a Atenas y hablo del Dios desconocido, le escucharon; cuando empezó a hablar de la resurrección, se pusieron a reír, se fueron y le dejaron solo. En Corinto acogieron bastante fácilmente el mensaje del Evangelio; pero cuando se hablaba de la resurrección, muchos se cerraban. Imagino que esto sigue pasando hoy. Si, ya sé que hablamos de la resurrección, pero no sé con qué convicción. Quizá es porque la más definitiva de las experiencias humanas es que la muerte es irreversible. Cuando alguien muere, se ha acabado. Imaginaos qué os pasaría si, después de haber ido al entierro de una persona muy querida, la encontrarais en la calle a los tres días...
                El tema de la resurrección es difícil y no hay que quitarle la dificultad. Por otro lado, es un tema absolutamente fundamental, el centro del cristianismo. Es decir, si no hay resurrección -San Pablo lo dice claramente-, "vana es nuestra fe". Para decirlo con el lenguaje de hoy: todo quedaría reducido a «un tinglado», un montaje. Y no sólo es difícil creer en la resurrección -que ya lo es bastante-, sino también imaginarla. Aunque uno quiera creer en ella, es difícil pensar en ella, imaginarla, darle contenido. La gran dificultad de creer en la resurrección, pienso que viene de otra, no menor, de no poder concebirla de una manera que no sea totalmente mitológica, como si fuese un cuento de hadas, que hoy día no estamos dispuestos a admitir en serio.
                Quisiera ayudar, no digo a entender o a demostrar (porque no se puede ir aquí por caminos puramente racionales), pero sí a pensar de una manera que no sea absolutamente mitológica la resurrección de Jesús. Lo primero de todo podría ser darnos cuenta de que la resurrección de Jesús no es un acontecimiento histórico como otro cualquiera. Un acontecimiento histórico es algo que pasa porque se ha dado un conjunto de causas que hace que se produzcan unos determinados efectos. La resurrección de Jesús no es un hecho de este tipo, que se pueda deducir de una serie de causas que podrían haber quedado testificadas en unos documentos. Es un acto absolutamente gratuito de Dios, que Dios hace porque sí, porque quiere y como quiere. La resurrección no se deduce de nada natural. El historiador no puede averiguar las causas y las consecuencias naturales y necesarias que comporta el hecho. Sólo pueden dar testimonio de él los que se han beneficiado, los que de alguna manera lo han experimentado. Se trata de algo que no está sometido propiamente a la historia, a los métodos históricos habituales. No es un acontecimiento directamente histórico. No quiero decir que indirectamente no tengamos unos recuerdos de aquellos testimonios y que, si nos merecen confianza, no podamos y aun debamos aceptarlos. Quiero decir que la resurrección,
propiamente, científicamente, no la podrá probar nadie. Es más, ni para los contemporáneos fue un hecho al alcance de todos. Sólo el que estaba dispuesto a creer en Jesús aceptaba propiamente la resurrección. El que no estaba en disposición de creer tenía que decir que había ocurrido una cosa extraña, fenómenos, apariciones, la tumba vacía... Pero creer en la resurrección, que quiere decir creer en el poder de Dios, en la gratuidad de Dios, sólo lo hace quien está dispuesto a admitir aquellos fenómenos como signos de este poder y de esta gratuidad de Dios.
                La resurrección de Jesús es un hecho histórico sólo tangencialmente. Es decir, la resurrección misma no se puede constatar históricamente, pero es el lugar donde una vida histórica, la vida de Jesús de Nazaret, desemboca en la eternidad. Ahora bien, ese otro lado donde esta vida desemboca no se ve. Pasa lo mismo con nuestra muerte y nuestra resurrección. Vemos hasta dónde llega una vida humana aquí en el mundo, y el que cree en el poder de Dios y está dispuesto a aceptarlo tendrá signos, pero no una evidencia palpable, de que esta vida no se ha acabado. El que busca una evidencia palpable busca que esta vida traspasada siga siendo la vida anterior. Pero esto no es posible. Porque, si Jesús Resucitado fuese un ser de nuestra historia que podemos constatar en el tiempo, en la temporalidad, entonces no habría muerto y seguiría estando aquí. En este sentido, la Resurrección no se ha de concebir -y en esto la imaginación nos traiciona- como una simple vuelta a la vida, que parece ser lo que la mayoría de la gente se imagina cuando se habla de resurrección. Es decir, no es un volver a nuestra manera de vivir actual, a esta vida, a nuestra situación histórico-temporal, de espacio, de tiempo, de relación... porque entonces sería sólo volver a empezar lo mismo. Esta parece que fue la resurrección de Lázaro, la resurrección del hijo de la viuda de Naim y cualquier otra resurrección que haya podido haber de este género. La resurrección de Jesús es de otro tipo, totalmente diferente.
                La vida terrena y temporal de Jesús se ha acabado. Ahora bien, cuando el mal ha ejercido todo su poder, entonces empieza la acción de Dios, y la acción de Dios hace comenzar un nuevo tipo de vida que ya no está sujeto al pecado, ni a las condiciones del pecado ni de la temporalidad ni de la muerte. La resurrección puede concebirse como un hecho sólo tangencialmente histórico; el lugar donde la historia toca la eternidad, donde el tiempo toca la escatología. Sin embargo, tampoco se puede decir que, por el hecho de que no sea algo puramente histórico, sea sólo algo puramente subjetivo, mera creación de la propia conciencia o simple imaginación de las personas que lo creen. Ante la resurrección nos encontramos en una situación un tanto extraña: la aceptan sólo aquellos que están en disposición de creer; pero esto no quiere decir que sea sólo imaginación de los que creen. Es algo objetivo, pero con una objetividad especial: la objetividad de las cosas de la fe. No es la objetividad inmediatamente constatable por nuestros sentidos, como puede ser la vista, o desde el puro análisis de documentos históricos. Pero tampoco es algo puramente subjetivo que, en definitiva, se da porque yo lo creo, que sólo depende de mi subjetividad. No es algo que sólo existe en mi conciencia, sino que es algo dado real y objetivamente, pero en unas condiciones que sólo podrá constatar aquel que tiene un determinado tipo de conciencia. Dios ha hecho algo en Cristo -no sólo en mí, sino en Cristo-, y esto Dios me lo hace conocer de alguna manera si estoy dispuesto a creer.
                La resurrección no es volver a la misma vida de antes. Es una vida distinta, pero en real continuidad con la situación anterior, con la vida previa. Creer en la resurrección de Jesús es creer que el mismo Jesús, que había vivido con nosotros y como nosotros, en condiciones naturales de espacio, de tiempo, etcétera, que pareció vencido y muerto por las fuerzas del mal y del pecado... este mismo Jesús sigue viviendo, por la acción poderosa del Padre, en una forma nueva de vida: una vida ya plena y total, definitiva participación de la vida misma de Dios, exaltado y glorificado a la derecha de Dios. Querría subrayar algo que es como el gran principio de toda la economía de la salvación: Dios no desecha lo que es viejo para hacer algo totalmente nuevo, como hacemos nosotros casi siempre. Desechamos un mueble viejo, lo damos al trapero y compramos uno nuevo, porque nos cuesta menos que componerlo, o porque lo nuevo nos gusta más. Ante nuestra vida destruida por el pecado, que vale poco, porque está corrompida, nosotros quizá diríamos: vale más que Dios lo deshaga todo y haga de raíz una criatura nueva. Pero nuestro Dios es como esas personas que aprecian las cosas de su casa paterna porque son suyas, obra suya. Y a nosotros nos ama como obra suya, obra de sus manos; y por eso, antes que desecharnos, prefiere renovar nuestra misma vida, hacerla nueva. Por eso los Santos Padres hablan de la restauración del hombre. La Salvación es como una restauración. Es renovar. También se dice «una re-creación», dando al re- el sentido de recuperar lo que ya era antes, no destruyéndolo, sino mejorándolo de una manera espléndida.
JOSEP VIVES