Lucas
es el evangelista de la humanidad de Jesucristo. Y es cierto, pues, aunque
todos los demás afirman la verdad de la humanidad de Jesús, Lucas tiene como un
gusto particular en dibujar con especial detalle ante nosotros aquellos rasgos
de Jesús que hacen que le sintamos especialmente cercano.
Esos
rasgos tienen que ver especialmente con la misericordia y con la frecuente
alusión a los sentimientos de Cristo, comenzando por esa misma compasión, esas
entrañas de amor hacia los pobres, los excluidos y los pecadores. El resultado
es un retrato profundo y verosímil del alma del Señor, como si de un amigo muy
próximo se tratara.
Evidentemente,
al escribir así Lucas tiene en mente a los primeros destinatarios de su texto.
Según sabemos, y nos lo recuerda Pablo, el mismo Lucas era pagano de origen y
la comunidad a la que dirige su escrito debió de tener una gran mayoría de
paganos. Ahora bien, es sabido que los judíos trataban con inmenso desprecio a
los paganos, a quienes consideraban impuros y pervertidos.
Pablo,
que dedicó lo mejor de sus energías de apóstol a predicar entre los paganos, lo
recuerda discretamente en su Carta a los Efesios: "Recordad, pues, que en otro tiempo vosotros los gentiles en la
carne, llamados incircuncisión por la tal llamada circuncisión, hecha por manos
en la carne, recordad que en ese tiempo estabais separados de Cristo, excluidos
de la ciudadanía de Israel, extraños a los pactos de la promesa, sin tener
esperanza, y sin Dios en el mundo. Pero ahora en Cristo Jesús, vosotros, que en
otro tiempo estabais lejos, habéis sido acercados por la sangre de Cristo"
(Ef 2,11-13).
En
este sentido es entendible que Lucas, que se dirige a estos perpetuos
excluidos, subraye con mayor vigor aquellos aspectos de Cristo que muestran más
eso mismo que escribió Pablo. Y es una bendición que Lucas haya acompañado a
Pablo y haya tenido en sí mismo la experiencia de ser acogido con entrañas de
misericordia.