David
experimentó todo lo que cabe en una vida humana. Tuvo alegría, cayó en el
pecado, hizo oración. Era humilde, tenía respeto y fidelidad. Era osado.
Siendo
todavía un niño tenía que cuidar las ovejas de su familia en Belén. Tal vez de
ese modo aprendió lo más importante para su vida: proteger a los débiles,
conducir a los fuertes, mantener a todos unidos. Debió demostrar coraje. El
profeta Samuel vino a ver a su padre a fin de elegir entre los ocho hijos al
nuevo rey. El padre lo presentó a todos, con la sola excepción del pequeño
David, el más joven, que estaba en el campo. El profeta preguntó por el más
pequeño, a quien el padre no había llamado. Lo trajeron y fue elegido como el
próximo rey. ¿Cuáles habrán sido sus sentimientos al verse colocado frente a un
destino semejante y una tarea tan enorme? Tal vez le ayudó la despreocupación
juvenil. Pronto se encontró frente a los
hostiles filisteos. Su jefe Goliat, un gigantón, era considerado invencible.
David no tuvo miedo, sino que venció a Goliat, más poderoso que él, con su
honda y su habilidad. A partir de ese momento, debió luchar a menudo y
demostrar su coraje.
Era servidor
del rey Saúl, a quien debía suceder. El rey sufría depresiones, y David lo
alegraba con la música de su cítara. Podía componer poemas y hacer música: por
eso, los salmos siguen llevando todavía hoy su nombre. David debió partir a la
guerra por el rey, y tuvo éxito. Más que el mismo rey. Eso le acarreó la
admiración de la gente, sobre todo de las mujeres. Pero el rey sintió que le
hacía competencia y se puso celoso. Sin embargo, el hijo del rey, Jonatán,
salvó a David de los planes malvados de Saúl.
Saúl y
su hijo cayeron en una batalla, y David lloró por ellos. Ya rey, conquistó
Jerusalén e hizo de ella su ciudad. Liberó el Santo de los santos, el arca de
la alianza, de las manos de los enemigos y la llevó a Jerusalén en medio de
danzas de alegría. Todo el poder estaba entonces en sus manos. Un día vio,
desde la azotea, a una hermosa mujer en el jardín del vecino. Quiso poseerla,
de modo que envió a su esposo a la guerra, a una posición en la que tenía que
caer en la batalla. Tomó para sí a su mujer Betsabé. Pronto Betsabé dio a luz
un hijo, pero este murió siendo aún pequeño. David no tenía consuelo. En su
dolor tomó consciencia de su pecado y de su injusticia. La pareja tuvo un
segundo hijo, Salomón, que como rey fue mucho más poderoso y glorioso que el
padre. David reunió grandes reinos y erigió en Jerusalén el primer altar
dedicado a Dios. Salomón hizo construir más tarde en ese lugar el templo.
A pesar
de todos los éxitos exteriores, el rey David sufrió duros golpes del destino en
su familia y en su pueblo. Su hijo Absalón se levantó contra él y lo expulsó
del trono. David debió huir y fue objeto de escarnio. Yendo de camino hacia el
monte de los Olivos, el loco Semeí le arrojó piedras y lo maldijo. El real
fugitivo demostró su grandeza soportando el escarnio y renunciando a
defenderse.
Después
de que sus fieles seguidores devolvieran a David el poder, les rogó que
respetaran en la lucha a Absalón, con el que se había enemistado. Los soldados
no lo hicieron y, una vez más, David quedó desconsolado. Hizo duelo junto a la
puerta de su palacio, al que había regresado. Sus generales debieron insistirle
para que se hiciera cargo nuevamente del gobierno.
David
asumió también su culpa personal y se convirtió. Más aún, aprendió de sus
faltas y derrotas. Lo que me atrae de este hombre es que no demostró el mayor
coraje en sus éxitos, sino en la forma en que sobrellevó las dificultades de la
vida, las enemistades y los insultos. Luchó sin prestar atención a sus heridas
y dio su vida por la tarea que Dios le había encomendado. David muestra a los
jóvenes no sólo un modelo de vida fascinante, sino que podría infundir coraje
también a los hombres que tienen tareas de dirección.
Carlo M. Martini