Los cuatro Evangelios narran los
mismos hechos, coincidiendo en lo fundamental y diferenciándose en lo
accidental. Si cada uno por su lado se hubiera propuesto engañar, no hubieran
coincidido tanto; y si se hubieran puesto de acuerdo para engañar, se hubieran
evitado las diferencias llamativas. Cada uno ha narrado sinceramente los hechos
recogiendo los detalles que a él más le habían impresionado. Cada evangelista
hizo su selección de materiales y acontecimientos, e incluso la sucesión de los
hechos, según su finalidad catequética.
Cada evangelista presenta desde
un ángulo de visión personal la figura y doctrina de Jesús. El Evangelio de
Mateo, dirigido a una comunidad cristiana proveniente del judaísmo, y el
Evangelio de Lucas dirigido a una comunidad proveniente de la gentilidad,
muestran enfoque diverso.
Los Evangelios ofrecen diferencias
debidas a que no siempre citan textualmente las palabras de Jesús, ni cuentan
las cosas con la exactitud rigurosa que exigimos modernamente. Cada uno cuenta
lo que recuerda a su modo, según su propio estilo: unos se limitan a lo
esencial, otros se extienden más en los detalles, sin destacar claramente los
elementos esenciales; unos tienen una narración más abstracta, otros más
concreta o popular, etc. Varía mucho la narración de un hecho según la
psicología del narrador, de su modo de observar, de su memoria, de su
imaginación, de su carácter y del auditorio al que se dirige. Teniendo en
cuenta que no se trata de observadores o narradores de psicología occidental y
moderna de hoy día, sino de un mundo antiguo, de cultura y mentalidad muy
simple, en que domina más el elemento imaginativo. Pero como son libros
inspirados, todo lo que dicen tiene la aprobación de Dios, que respeta la
peculiaridad del escritor-instrumento, y no le dicta como a un mecanógrafo las
cosas que tiene que decir, sino que respeta su modo de hablar, y tan sólo le
detiene ante el error.
El Evangelio de San Mateo se
escribe para los judíos, por eso se insiste en que Jesús es el Mesías
profetizado en el Antiguo Testamento.
El Evangelio de San Marcos
refleja la catequesis en Roma de San Pedro a quien acompañaba; por eso explica
muchas costumbres y tradiciones judías a los que no lo son.
El Evangelio de San Lucas se
escribe para comunidades de cristianos de mentalidad griega, procedentes del
paganismo, por eso se insiste en que Jesús es el Salvador.
El Evangelio de San Juan es el
último que se escribe. Por eso completa a los otros tres, que se parecen mucho
entre sí (por eso se llaman sinópticos), y cuenta cosas que los otros
omitieron. Se centra en la persona de Jesús, y es el más teológico de los
cuatro.
Los evangelistas no escribieron
sus libros como un historiador actual puede describir un hecho histórico
investigado por él con fechas concretas e itinerarios exactos.
Los Evangelios no son una
sucesión de hechos cronológicamente narrados, sino una catequesis para la fiel
trasmisión de la verdad cristiana Los Evangelios no tienen forma histórica,
sino de mensaje. Los evangelistas no pretenden relatar los acontecimientos en
orden exactamente cronológico, sino presentar la persona, la doctrina, la obra
redentora de Jesús, a los hombres con el fin de que crean.
Los Evangelios son relatos
fragmentarios y esquemáticos, selecciones y resúmenes. Por otra parte, han
tenido siempre la finalidad práctica de la predicación: pretenden ser una
enseñanza, transmitir un mensaje que hemos de acoger y vivir en la fe; no
pretenden tanto darnos una información, cuanto contribuir a la formación de un
mundo nuevo, nacido de la obra redentora de Cristo; presentan al Señor Jesús,
para que uno se encuentre con Él y se haga su discípulo.
Los Evangelios no son ni un
diario ni una biografía en el sentido moderno de la palabra. Son síntesis de la
predicación apostólica.
Cuanto más se penetra en los
métodos propios de los evangelistas, en su fin y en su plan, más se convence
uno del carácter episódico y fragmentario que los distingue, y cuán poco les
interesaba a ellos muchas cosas pequeñas que a nosotros nos pueden parecer hoy
problemas casi substanciales. Los evangelistas pretenden cimentar la fe de sus
lectores, y para ello les basta escoger algo de lo más saliente de la vida y
doctrina del Señor. El marco topográfico y cronológico no era necesario y, por
lo mismo, lo descuidan. Muchos hechos y muchas palabras están fuera de su marco
histórico» Generalmente, el evangelista, no tiene ningún interés cronológico. A
veces acumula parábolas, milagros o controversias con los judíos con una
palabra de enlace («entonces», «enseguida», «después»); aunque hayan ocurrido
en momentos muy distantes. «La intención de los evangelistas fue inculcar una
forma de vida, una enseñanza religiosa.
Lo histórico es base de la
narración, pero no como nosotros entendemos hoy la historia.
Los Evangelios son libros
históricos aunque la historia no la entiendan al modo actual. Pero su estilo
describiendo lugares y encajando personajes históricos en su tiempo, dan a
entender claramente que no pretenden hacer una obra de ficción. A veces, aunque
no siempre, señalan con exactitud el día y la hora, y dan una porción de
detalles que muestran la voluntad de describir hechos reales.
El Evangelio es histórico en el
sentido vulgar, corriente. Así lo creyó siempre la Iglesia: los Padres y los
fieles. Es evidente que no fueron inventados.
Los evangelistas afirman que lo
que narran es la verdad. San Lucas al principio de su evangelio garantiza a los
lectores de la certeza de su narración, pues son «cosas verdaderas y
auténticas». Dice San Lucas que se ha determinado escribir los acontecimientos
recientemente ocurridos «después de haber investigado con exactitud todos esos
sucesos desde su origen». Y San Juan afirma que lo que él narra es «lo que vieron sus ojos y oyeron sus oídos».
«Aquel que lo ha visto da testimonio de ello, y su testimonio es
cierto: y él sabe que dice la verdad a fin de que vosotros creáis».
«Los Evangelios aparecen,
escritos sin verdadera preocupación apologética, en el sentido moderno de la
palabra, sino con el fin de transmitir, tal cual, el hecho de que dan
testimonio... Los Evangelios no son una especulación doctrinal, sino la
atestación de un hecho... Los autores no sólo no hacen su propio elogio, sino
que hasta desaparecen detrás de su obra. No se inciensa a los Apóstoles, se les
presenta sin inteligencia, ambiciosos, pendencieros, cobardes, traidores. Se
presenta a Cristo abandonado del Padre... Los milagros están descritos con una
sobriedad que los distingue inmediatamente de los relatos no evangélicos».
El origen apostólico, directo o indirecto,
y la génesis literaria de los Evangelios justifican su valor histórico.
Derivados de una predicación oral que se remonta a los orígenes de la comunidad
primitiva, tienen en su base la garantía de testigos oculares.
Indudablemente ni los Apóstoles
ni los demás predicadores y narradores evangélicos trataron de hacer historia
en el sentido técnico de esta palabra; su propósito era menos profano y más
teológico; hablaron para convertir y edificar, para inculcar e ilustrar la fe,
para defenderla contra los adversarios. Pero lo hicieron apoyándose en
testimonios verídicos y controlables, exigidos tanto por la probidad de su
conciencia como por el afán de no dar pie a refutaciones hostiles... Si los
Evangelios no son "libros de historia", no es menos cierto que no
tratan de ofrecer nada que no sea histórico. El valor histórico de los
Evangelios, aparte de ser cierto para el crítico, es para el católico una
verdad de fe.
Jorge Loring