miércoles, 13 de febrero de 2013

Los Evangelios



Los cuatro Evangelios narran los mismos hechos, coincidiendo en lo fundamental y diferenciándose en lo accidental. Si cada uno por su lado se hubiera propuesto engañar, no hubieran coincidido tanto; y si se hubieran puesto de acuerdo para engañar, se hubieran evitado las diferencias llamativas. Cada uno ha narrado sinceramente los hechos recogiendo los detalles que a él más le habían impresionado. Cada evangelista hizo su selección de materiales y acontecimientos, e incluso la sucesión de los hechos, según su finalidad catequética.
Cada evangelista presenta desde un ángulo de visión personal la figura y doctrina de Jesús. El Evangelio de Mateo, dirigido a una comunidad cristiana proveniente del judaísmo, y el Evangelio de Lucas dirigido a una comunidad proveniente de la gentilidad, muestran enfoque diverso.
Los Evangelios ofrecen diferencias debidas a que no siempre citan textualmente las palabras de Jesús, ni cuentan las cosas con la exactitud rigurosa que exigimos modernamente. Cada uno cuenta lo que recuerda a su modo, según su propio estilo: unos se limitan a lo esencial, otros se extienden más en los detalles, sin destacar claramente los elementos esenciales; unos tienen una narración más abstracta, otros más concreta o popular, etc. Varía mucho la narración de un hecho según la psicología del narrador, de su modo de observar, de su memoria, de su imaginación, de su carácter y del auditorio al que se dirige. Teniendo en cuenta que no se trata de observadores o narradores de psicología occidental y moderna de hoy día, sino de un mundo antiguo, de cultura y mentalidad muy simple, en que domina más el elemento imaginativo. Pero como son libros inspirados, todo lo que dicen tiene la aprobación de Dios, que respeta la peculiaridad del escritor-instrumento, y no le dicta como a un mecanógrafo las cosas que tiene que decir, sino que respeta su modo de hablar, y tan sólo le detiene ante el error.
El Evangelio de San Mateo se escribe para los judíos, por eso se insiste en que Jesús es el Mesías profetizado en el Antiguo Testamento.
El Evangelio de San Marcos refleja la catequesis en Roma de San Pedro a quien acompañaba; por eso explica muchas costumbres y tradiciones judías a los que no lo son.
El Evangelio de San Lucas se escribe para comunidades de cristianos de mentalidad griega, procedentes del paganismo, por eso se insiste en que Jesús es el Salvador.
El Evangelio de San Juan es el último que se escribe. Por eso completa a los otros tres, que se parecen mucho entre sí (por eso se llaman sinópticos), y cuenta cosas que los otros omitieron. Se centra en la persona de Jesús, y es el más teológico de los cuatro.
Los evangelistas no escribieron sus libros como un historiador actual puede describir un hecho histórico investigado por él con fechas concretas e itinerarios exactos.
Los Evangelios no son una sucesión de hechos cronológicamente narrados, sino una catequesis para la fiel trasmisión de la verdad cristiana Los Evangelios no tienen forma histórica, sino de mensaje. Los evangelistas no pretenden relatar los acontecimientos en orden exactamente cronológico, sino presentar la persona, la doctrina, la obra redentora de Jesús, a los hombres con el fin de que crean.
Los Evangelios son relatos fragmentarios y esquemáticos, selecciones y resúmenes. Por otra parte, han tenido siempre la finalidad práctica de la predicación: pretenden ser una enseñanza, transmitir un mensaje que hemos de acoger y vivir en la fe; no pretenden tanto darnos una información, cuanto contribuir a la formación de un mundo nuevo, nacido de la obra redentora de Cristo; presentan al Señor Jesús, para que uno se encuentre con Él y se haga su discípulo.
Los Evangelios no son ni un diario ni una biografía en el sentido moderno de la palabra. Son síntesis de la predicación apostólica.
Cuanto más se penetra en los métodos propios de los evangelistas, en su fin y en su plan, más se convence uno del carácter episódico y fragmentario que los distingue, y cuán poco les interesaba a ellos muchas cosas pequeñas que a nosotros nos pueden parecer hoy problemas casi substanciales. Los evangelistas pretenden cimentar la fe de sus lectores, y para ello les basta escoger algo de lo más saliente de la vida y doctrina del Señor. El marco topográfico y cronológico no era necesario y, por lo mismo, lo descuidan. Muchos hechos y muchas palabras están fuera de su marco histórico» Generalmente, el evangelista, no tiene ningún interés cronológico. A veces acumula parábolas, milagros o controversias con los judíos con una palabra de enlace («entonces», «enseguida», «después»); aunque hayan ocurrido en momentos muy distantes. «La intención de los evangelistas fue inculcar una forma de vida, una enseñanza religiosa.
Lo histórico es base de la narración, pero no como nosotros entendemos hoy la historia.
Los Evangelios son libros históricos aunque la historia no la entiendan al modo actual. Pero su estilo describiendo lugares y encajando personajes históricos en su tiempo, dan a entender claramente que no pretenden hacer una obra de ficción. A veces, aunque no siempre, señalan con exactitud el día y la hora, y dan una porción de detalles que muestran la voluntad de describir hechos reales.
El Evangelio es histórico en el sentido vulgar, corriente. Así lo creyó siempre la Iglesia: los Padres y los fieles. Es evidente que no fueron inventados.
Los evangelistas afirman que lo que narran es la verdad. San Lucas al principio de su evangelio garantiza a los lectores de la certeza de su narración, pues son «cosas verdaderas y auténticas». Dice San Lucas que se ha determinado escribir los acontecimientos recientemente ocurridos «después de haber investigado con exactitud todos esos sucesos desde su origen». Y San Juan afirma que lo que él narra es «lo que vieron sus ojos y oyeron sus oídos».
«Aquel que lo ha visto da testimonio de ello, y su testimonio es cierto: y él sabe que dice la verdad a fin de que vosotros creáis».
«Los Evangelios aparecen, escritos sin verdadera preocupación apologética, en el sentido moderno de la palabra, sino con el fin de transmitir, tal cual, el hecho de que dan testimonio... Los Evangelios no son una especulación doctrinal, sino la atestación de un hecho... Los autores no sólo no hacen su propio elogio, sino que hasta desaparecen detrás de su obra. No se inciensa a los Apóstoles, se les presenta sin inteligencia, ambiciosos, pendencieros, cobardes, traidores. Se presenta a Cristo abandonado del Padre... Los milagros están descritos con una sobriedad que los distingue inmediatamente de los relatos no evangélicos».
El origen apostólico, directo o indirecto, y la génesis literaria de los Evangelios justifican su valor histórico. Derivados de una predicación oral que se remonta a los orígenes de la comunidad primitiva, tienen en su base la garantía de testigos oculares.
Indudablemente ni los Apóstoles ni los demás predicadores y narradores evangélicos trataron de hacer historia en el sentido técnico de esta palabra; su propósito era menos profano y más teológico; hablaron para convertir y edificar, para inculcar e ilustrar la fe, para defenderla contra los adversarios. Pero lo hicieron apoyándose en testimonios verídicos y controlables, exigidos tanto por la probidad de su conciencia como por el afán de no dar pie a refutaciones hostiles... Si los Evangelios no son "libros de historia", no es menos cierto que no tratan de ofrecer nada que no sea histórico. El valor histórico de los Evangelios, aparte de ser cierto para el crítico, es para el católico una verdad de fe.
Jorge Loring