jueves, 7 de febrero de 2013

La Cuaresma



La Cuaresma, que llega a nosotros ya desde el Miércoles de Ceniza como tiempo por excelencia para la gracia y salvación y para la autenticidad, encuentra siempre en el primer domingo los llamados relatos sinópticos –los de los evangelios de Mateo, Marcos y Lucas- sobre las tentaciones de Jesús en el desierto. Ello nos indica que la Cuaresma es un tiempo de desierto, de prueba y de superación de las distintas tentaciones: del poder, del tener, del aparentar. La transfiguración del Señor centra siempre el segundo domingo cuaresmal. Ello nos habla que la Cuaresma es tiempo para dejar y alternar el valle de la vida con la subida a la montaña de la contemplación. Esto es, que la Cuaresma debe ser aprovechada con tiempos fuertes de oración, retiro, oración y encuentro personal y transformador con el Señor. Ello nos habla también que estos tiempos fuertes de oración se han de iluminar y nutrir de la Palabra de Dios, que nos mostrará el destino transfigurado de la existencia humana. Y ello nos habla finalmente que después de subir y permanecer en la montaña es preciso regresar al valle de la vida para continuar la misión, conscientes, eso sí, de que la transfiguración –la Pascua, en suma- es nuestro futuro. En el ciclo A, en los domingos tercero, cuarto y quinto se proclaman los pasajes evangélicos de la Samaritana, la curación del ciego de nacimiento y la resurrección de Lázaro. Son símbolos de la iniciación cristiana, de la fuerza del encuentro transformador con Jesucristo, del destino que aguarda a los cristianos. La importancia de estos mensajes es tal que siempre se pueden leer estos relatos evangélicos, aunque el año en cuestión no sea del ciclo A. El tiempo de gracia y de salvación de la Cuaresma debe ser aprovechado para, en primer lugar, tomar conciencia de las distintas tentaciones que amenazan nuestra salud cristiana. En segundo lugar, que el discernimiento y la fuerza para superar las tentaciones la encontramos en la oración y en la Palabra de Dios. Y, en tercer lugar, que la vocación cristiana es la misión de cada día para transmitir con nuestra vida que el Evangelio de Jesucristo es la novedad y la transformación definitiva –de ahí los símbolos del agua, de la luz y de la resurrección- que todos y cada uno de nosotros y nuestra entera humanidad tanto necesitamos. La Cuaresma –recordamos- es el tiempo para tomar conciencia y superar las tentaciones de cada día; para llenarnos de la luz transfigurada de Jesucristo y salir al valle de la vida a transmitir con nuestra vida que Él, solo Él, es el agua, la luz y la vida que tanto anhelamos y necesitamos. 
Jesús de las Heras Muela