La
Cuaresma, que llega a nosotros ya desde el Miércoles de Ceniza como tiempo por
excelencia para la gracia y salvación y para la autenticidad, encuentra siempre
en el primer domingo los llamados relatos sinópticos –los de los evangelios de
Mateo, Marcos y Lucas- sobre las tentaciones de Jesús en el desierto. Ello nos
indica que la Cuaresma es un tiempo de desierto, de prueba y de superación de
las distintas tentaciones: del poder, del tener, del aparentar. La
transfiguración del Señor centra siempre el segundo domingo cuaresmal. Ello nos
habla que la Cuaresma es tiempo para dejar y alternar el valle de la vida con
la subida a la montaña de la contemplación. Esto es, que la Cuaresma debe ser
aprovechada con tiempos fuertes de oración, retiro, oración y encuentro
personal y transformador con el Señor. Ello nos habla también que estos tiempos
fuertes de oración se han de iluminar y nutrir de la Palabra de Dios, que nos
mostrará el destino transfigurado de la existencia humana. Y ello nos habla
finalmente que después de subir y permanecer en la montaña es preciso regresar
al valle de la vida para continuar la misión, conscientes, eso sí, de que la
transfiguración –la Pascua, en suma- es nuestro futuro. En el
ciclo A, en los domingos tercero, cuarto y quinto se proclaman los pasajes
evangélicos de la Samaritana, la curación del ciego de nacimiento y la
resurrección de Lázaro. Son símbolos de la iniciación cristiana, de la fuerza
del encuentro transformador con Jesucristo, del destino que aguarda a los
cristianos. La importancia de estos mensajes es tal que siempre se pueden leer
estos relatos evangélicos, aunque el año en cuestión no sea del ciclo A. El tiempo de gracia y de salvación de
la Cuaresma debe ser aprovechado para, en primer lugar, tomar conciencia de las
distintas tentaciones que amenazan nuestra salud cristiana. En segundo lugar,
que el discernimiento y la fuerza para superar las tentaciones la encontramos
en la oración y en la Palabra de Dios. Y, en tercer lugar, que la vocación
cristiana es la misión de cada día para transmitir con nuestra vida que el
Evangelio de Jesucristo es la novedad y la transformación definitiva –de ahí
los símbolos del agua, de la luz y de la resurrección- que todos y cada uno de
nosotros y nuestra entera humanidad tanto necesitamos. La
Cuaresma –recordamos- es el tiempo para tomar conciencia y superar las
tentaciones de cada día; para llenarnos de la luz transfigurada de Jesucristo y
salir al valle de la vida a transmitir con nuestra vida que Él, solo Él, es el
agua, la luz y la vida que tanto anhelamos y necesitamos.
Jesús de las Heras Muela
Jesús de las Heras Muela