La fe nunca se impone. Simplemente se le dan
al niño las "herramientas" para que comprenda la Fe y viva según la
ley de Cristo. Si el niño que crece no quiere hacerlo, siempre será libre de
rechazar la fe de sus padres. Pero la base sobre la que piensan los padres
cristianos es que deben darle al hijo la oportunidad de pertenecer a la Iglesia
y hacerse partícipes de los dones que administra con la autoridad del mismo
Señor Jesús. Bautizar a un niño es hacerle un regalo inmenso: regalarle el don
del Espíritu Santo, hacerle partícipe de la vida divina. Este es un regalo que
en su futuro podrá aprovechar o lo podrá abandonar, pero que siempre tendrá a
la mano para acercarse a la Iglesia y por medio de ella al mismo Señor Jesús. Lo
vamos a ver más claro con algunos ejemplos: si mi hijo recién nacido nace con
una enfermedad, ¿le niego la medicina argumentando que no es consciente de
estar recibiéndola? ¿Diría que sería mejor esperar a que tenga suficiente uso
de razón? Y si, por otro lado, alguien le regala algo hermoso o le quiere dar
su herencia a mi hijo ¿me niego a que la reciba porque aún no es mayor? ¿No
sería lo más sensato y justo que lo reciba y que, tiempo después, si él no está
de acuerdo, lo rechace? Querer regalarle algo a alguien amado, ¿es una
imposición? ¿Y qué pasa con aquellos que no reciben el Bautismo, se condenan?
No sabemos de todos los caminos de los que Dios se vale para salvar a quienes
han llevado una vida responsable, a pesar de que, no hayan tenido la oportunidad de
conocer a Cristo y creer en Él. Pero, ciertamente, sabemos que, ciertamente,
los Sacramentos son momentos, situaciones, estados, en los que Dios nos salva,
nos ofrece su ayuda, su fuerza, su luz, SU VIDA.
¡Gracias,
Dios mío, por cuidar de mí y por hacerte presente en mí en los Sacramentos!
¡Gracias, Dios mío, por mis padres y por todas las personas que, con sus decisiones y buen hacer, me han ayudado a conocerte y amarte!
¡Creo en Ti, Dios Padre tierno! ¡No permites que nada ni nadie me separe de Ti!
¡Haz que un día pueda vivir en tu presencia para toda la eternidad!
¡Gracias, Dios mío, por mis padres y por todas las personas que, con sus decisiones y buen hacer, me han ayudado a conocerte y amarte!
¡Creo en Ti, Dios Padre tierno! ¡No permites que nada ni nadie me separe de Ti!
¡Haz que un día pueda vivir en tu presencia para toda la eternidad!