Quisiera invitar a todos a renovar nuestra confianza firme en el Señor, a encomendarnos como niños a los brazos de Dios, seguros de que esos brazos nos sostienen siempre y son los que nos permiten caminar cada día, a pesar del cansancio. Quisiera que cada uno se sintiera amado por ese Dios que entregó a su Hijo por nosotros y que nos mostró su amor ilimitado. Quisiera que cada uno sintiera la alegría de ser cristiano. En una bonita oración que se reza cada mañana se dice: «Te adoro, Dios mío, y te amo de todo corazón. Te doy gracias de haberme creado, hecho cristiano…». Sí: estamos contentos por el don de la fe; ¡es el don más precioso, que nadie puede arrebatarnos! Demos gracias por ello al Señor cada día, con la oración y con una vida cristiana coherente. ¡Dios nos ama, pero espera que también nosotros lo amemos!
Benedicto XVI