El origen del universo
El Credo comienza
con una afirmación fuerte: Creo en Dios Padre, todopoderoso, creador del
cielo y de la tierra. Sin embargo, hoy, son muchos los que piensan que
los progresos de las ciencias naturales hacen innecesario pensar en un creador.
Cuando se conocían muy pocas cosas acerca del universo, del origen de la vida,
de la estructura de la materia, de las complejidades de los seres vivos, no
llamaba la atención que se dijese que un Dios todopoderoso lo había creado para
dar razón de lo que no se sabía explicar científicamente. Pero ahora, cada vez
son más los puntos oscuros acerca de la realidad para los que se descubren las
leyes de su funcionamiento, por lo que está muy extendida la opinión de que la
ciencia terminará por hacer innecesario el “Dios de los agujeros” que tapa los
huecos del conocimiento científico. Además, los
relatos bíblicos acerca del origen del mundo y del hombre utilizan un lenguaje
primitivo, muy alejado del lenguaje técnico de la física, la química, la
geología, la biología o la astronomía actuales. En ellos se presenta a Dios
creando el mundo mediante su palabra, en siete días, o se narra la creación del
hombre como la plasmación de un muñeco de barro, al que Dios sopla en sus
narices para hacerlo un ser vivo. De ahí que haya personas que consideren esos
relatos y las verdades que la fe cristiana relaciona con ellos como creaciones
literarias de una encantadora ingenuidad, propias de épocas remotas, pero no
explicaciones fiables de la realidad. De otra parte,
hipótesis que se consideran más que suficientemente comprobadas por la ciencia,
como por ejemplo la evolución de las especies, a veces se suelen ver como
opuestas al concepto de creación tal y como se expresa en la Biblia, lo que
llevaría a considerar imposible creer en un creador. Por último, si
se considera que la materia existe desde siempre, que se estructura de acuerdo
con las leyes de la naturaleza, físicas o químicas, y que en un tiempo que no
tiene fin hayan confluido alguna vez en algún lugar las condiciones ambientales
necesarias para el surgimiento de la vida, no parece que sea necesario pensar
en Dios para nada. La materia, con sus propias leyes, permitiría dar razón de
todo lo que existe. Entonces, ¿tiene
algún origen el universo, o existe por sí solo desde siempre? ¿Es la idea
de Dios creador un concepto nacido “para tapar agujeros” que el progreso de las
ciencias hace innecesaria? Digamos, de
entrada, que los relatos bíblicos de la creación no pretenden ofrecer un
modelo explicativo del principio del mundo. Son expresiones en lenguaje
mítico de unas realidades primordiales acerca del origen y sentido de las
cosas: hay un ser personal, Dios, que ha querido que exista el universo –y en
particular el ser humano, varón y mujer–, lo ha hecho dotado de unas leyes
sapientísimas de funcionamiento, y lo acompaña hasta su plenitud. No se trata de
afirmaciones contradictorias con lo que descubre la ciencia, sino perfectamente
complementarias. La ciencia se mueve en el ámbito de lo observable, y la
afirmación teológica en el de las realidades más profundas: el ser, las causas
y los fines. Ciencia y fe
permiten acceder al conocimiento de la realidad, cada una
a su nivel. La ciencia, a partir de la observación y la experimentación,
permite conocer cada vez mejor el funcionamiento de las realidades materiales,
la fe proporcionándonos preciosas indicaciones acerca de su origen y destino.
Las ciencias naturales no pueden excluir de manera dogmática que en la
naturaleza haya procesos orientados a un fin, ni es tarea de la teología
definir cómo se producen esos procesos en el desarrollo de la naturaleza. El conocimiento
científico avanza y la ciencia tiene sus propios mecanismos para desechar las
falsas teorías. Ahora bien, ¿abarca la ciencia todos los niveles de la
realidad? La ciencia da una explicación muy fundamental de la realidad que
percibimos, ¿pero se puede reducir todo a ciencia? Un ejemplo claro lo
encontramos en la creación artística. Podemos descomponer en ondas acústicas
una interpretación del Réquiem de Mozart, determinar la composición química de
la pintura de Las Meninas y calcular la distribución de cargas que se da en la
Basílica de san Pedro; ¿pero ofrece cada una de esas descripciones una
explicación completa de la realidad a la que nos enfrentamos? La imagen del
“Dios de los agujeros” que presenta el ateísmo científico tiene su parte de
verdad. No obstante, considera iguales a todos los agujeros: simples vacíos de
conocimiento que terminará colmando la comprensión científica. Sin embargo no
todos son iguales. Hay algunos agujeros que, sin duda, la ciencia irá
rellenando. Pero hay otros, e importantes, que escapan a sus propias
posibilidades, ya que la ciencia experimental no es capaz de dar por sí sola
una explicación racional y completa del mundo.
Francisco
Varo