jueves, 14 de febrero de 2013

Emaús: el reencuentro



La escena de los dos personajes que van de Jerusalén a Emaús contiene grandes enseñanzas para todos nosotros. El cristiano, todo cristiano, necesita reencontrarse de nuevo con el Señor. El tiempo de Pascua que estamos viviendo, nos invita a ello. Jesucristo resucitado, que no está sujeto a los límites del espacio, sale al encuentro de cada uno de nosotros.
¿Cuántas veces no hemos emprendido tristes el camino de la desilusión y el desengaño apartándonos de Jerusalén, donde los apóstoles perseveraban unidos en la oración? Pero Jesucristo sigue acercándonos a nosotros en el camino y nos indica dos medios imprescindibles: su Palabra y su Alimento.
Las Escrituras han de volver a ser leídas desde Jesucristo. Porque toda la Sagrada Escritura habla de Él y su sentido permanece cerrado mientras no descubrimos la llave que nos abre su entendimiento. Es lo que Jesús hace con aquellos dos discípulos. Ello conduce a que sus corazones se enardezcan. Porque el anuncio y cumplimiento de las promesas de Dios nos llena de alegría. Pero eso no basta. Ese anuncio ha de ser aceptado por nosotros.
Dice el Evangelio que al llegar a su casa Jesús hizo ademán de seguir el camino. No es algo nuevo en Él. Siempre es respetuoso con nuestra libertad. Aquellos dos discípulos tienen la oportunidad de pedirle que se quede o de dejarle marchar. Siempre sucede así con nosotros. Dios nos atrae hacia Él, pero no nos impone su compañía.
Entonces viene la segunda parte. Jesús los sorprende en la partición del pan. Allí ellos lo reconocen. Es el mismo gesto de la Última Cena, donde instauró el memorial de su pasión y nos dejó el sacramento de la Eucaristía. Dice el texto que el Señor desapareció. Lo hizo porque estaba presente en las formas sacramentales. Alimentados por la Eucaristía aquellos hombres encontraron las fuerzas para regresar a Jerusalén. Porque uno de los efectos inmediatos de la comunión, como indica su nombre, es acrecentar nuestra unión a toda la Iglesia. Salimos de la soledad y la tristeza, en la que se encuentra el hombre sin esperanza y retornamos con alegría a la casa que Dios ha hecho para nosotros: la Iglesia.
Fijémonos, además, en otro aspecto. A raíz de su encuentro con Jesucristo, aquellos dos hombres entienden de una manera nueva lo acontecido en Jerusalén. Son iluminados para releer la historia. Lo que habían vivido como un terrible fracaso, la muerte de su Maestro, se les muestra ahora como la mayor de las victorias: ha resucitado. Podemos alargar esa nueva comprensión a todos los datos de nuestra vida. Encontrarnos con Jesús resucitado, y esa experiencia es tan posible hoy como lo fue en aquel viaje hacia Emaús, comporta poder leer nuestra propia historia y entenderla de una manera nueva. Podemos ver como el Señor ha aprovechado incluso nuestras faltas para hacer una obra grande. Como aquel día es Él quien sale a nuestro encuentro y nos ofrece su compañía. No nos impone nada. Ilumina nuestro interior y nos conduce al encuentro de la Eucaristía y nos da la fuerza que viene de lo alto y nos cautiva con una alegría que ningún otro nos puede dar.