martes, 4 de diciembre de 2012

María Magdalena y Jesús resucitado 1 de 2



El relato lo encontramos en Jn 20,1-18.
“El primer día de la semana” es un día posterior al sábado, día en el que se conmemoraba la salida de Egipto. (El primer día de la semana es un nuevo éxodo: Cristo sale victorioso de la tumba, de la esclavitud de la muerte, al igual que el pueblo de Israel sale victorioso de la esclavitud de Egipto).
“Va María Magadalena de madrugada al sepulcro cuando todavía estaba oscuro”. Podemos notar que sólo se la menciona a ella, a nadie más, y que se pone en marcha cuando aún es de noche. Es verdad que hay luna llena, pero la luna, en determinado momento de la noche, se pone, dejando el lugar sumido en la más completa oscuridad. Resultaba irrazonable, por lo tanto, ponerse en camino, era algo extraño; nadie salía en Jerusalén en esas condiciones, por carreteras peligrosas y poco fiar. Cualquiera que se tropezara con ella la confundiría con alguien de mala reputación. Desde el principio, María de Magdala se nos presenta como una mujer que supera las convenciones; y sale, porque ya no es capaz de seguir en su cama.
Cuando llega al sepulcro se percata de que se ha quitado la piedra. Ha experimentado la primera intuición de que se ha producido un cambio, pero no es capaz aún de comprenderlo del todo.
Echa a correr entonces para reunirse con Simón Pedro y con el otro discípulo. Por lo tanto, su primer gesto es el de referir lo ocurrido a los jefes de la comunidad, a quienes son los responsables, y les dice: “se han llevado del sepulcro al Señor, y no sabemos dónde le han puesto”. Es lo que ella interpreta, lo que su fantasía le lleva a imaginar; de hecho, sólo ha visto la tumba vacía, pero deduce de ello toda una historia. Eso muestra su imperfección y su reduccionismo: buscaba el lugar donde podría haber sido depositado el cuerpo de Jesús tras haber sido robado, no estaba aún preparada para encontrarse con el Señor y reconocerlo.
“Estaba María junto al sepulcro fuera llorando”. No sabemos el motivo por el que permanece allí, tal vez un impulso del corazón, dado que no hay motivo para demorarse; si el cuerpo de Jesús ya no está, no aparecerá por más que se quede esperándolo. Y, sin embargo, la Magdalena advierte que debe hacer algo y, al mismo tiempo, está profundamente turbada, vive una emoción fortísima, violentísima, que la deja tendida. No se habla de llanto ni en el caso de Pedro ni en el del otro discípulo; sólo en el de María.
Sobre ese llanto el relato insiste repetidamente: “y mientras lloraba se inclinó hacia el sepulcro, y vio dos ángeles de blanco”. Advertimos que su mente está como ofuscada; anda buscando a Jesús y todo lo demás, ángeles incluidos, que para el mundo antiguo eran presencias extraordinarias, no le interesa. Ellos le dicen: “mujer, ¿por qué lloras?” y ella les repite la historia que se ha imaginado: “porque se han llevado a mi Señor, y no sé dónde le han puesto”. Insiste en su interpretación de los hechos, no sabe decir otra cosa, es una idea obsesiva.
Carlo M. Martini