El
relato lo encontramos en Jn 20,1-18.
“El primer día de la semana” es un día posterior al sábado, día en el
que se conmemoraba la salida de Egipto. (El primer día de la semana es un nuevo
éxodo: Cristo sale victorioso de la tumba, de la esclavitud de la muerte, al
igual que el pueblo de Israel sale victorioso de la esclavitud de Egipto).
“Va María Magadalena de madrugada al
sepulcro cuando todavía estaba oscuro”. Podemos notar que sólo se la menciona a ella, a
nadie más, y que se pone en marcha cuando aún es de noche. Es verdad que hay
luna llena, pero la luna, en determinado momento de la noche, se pone, dejando
el lugar sumido en la más completa oscuridad. Resultaba irrazonable, por lo
tanto, ponerse en camino, era algo extraño; nadie salía en Jerusalén en esas
condiciones, por carreteras peligrosas y poco fiar. Cualquiera que se tropezara
con ella la confundiría con alguien de mala reputación. Desde el principio,
María de Magdala se nos presenta como una mujer que supera las convenciones; y
sale, porque ya no es capaz de seguir en su cama.
Cuando
llega al sepulcro se percata de que se ha quitado la piedra. Ha experimentado
la primera intuición de que se ha producido un cambio, pero no es capaz aún de
comprenderlo del todo.
Echa a
correr entonces para reunirse con Simón Pedro y con el otro discípulo. Por lo
tanto, su primer gesto es el de referir lo ocurrido a los jefes de la
comunidad, a quienes son los responsables, y les dice: “se han llevado del sepulcro al Señor, y no sabemos dónde le han
puesto”. Es lo que ella interpreta, lo que su fantasía le lleva a imaginar;
de hecho, sólo ha visto la tumba vacía, pero deduce de ello toda una historia.
Eso muestra su imperfección y su reduccionismo: buscaba el lugar donde podría
haber sido depositado el cuerpo de Jesús tras haber sido robado, no estaba aún
preparada para encontrarse con el Señor y reconocerlo.
“Estaba María junto al sepulcro fuera
llorando”. No sabemos el
motivo por el que permanece allí, tal vez un impulso del corazón, dado que no
hay motivo para demorarse; si el cuerpo de Jesús ya no está, no aparecerá por
más que se quede esperándolo. Y, sin embargo, la Magdalena advierte que debe
hacer algo y, al mismo tiempo, está profundamente turbada, vive una emoción fortísima,
violentísima, que la deja tendida. No se habla de llanto ni en el caso de Pedro
ni en el del otro discípulo; sólo en el de María.
Sobre
ese llanto el relato insiste repetidamente: “y
mientras lloraba se inclinó hacia el sepulcro, y vio dos ángeles de blanco”.
Advertimos que su mente está como ofuscada; anda buscando a Jesús y todo lo
demás, ángeles incluidos, que para el mundo antiguo eran presencias
extraordinarias, no le interesa. Ellos le dicen: “mujer, ¿por qué lloras?” y ella les repite la historia que se ha
imaginado: “porque se han llevado a mi
Señor, y no sé dónde le han puesto”. Insiste en su interpretación de los
hechos, no sabe decir otra cosa, es una idea obsesiva.
Carlo M.
Martini