Hay dos interpretaciones que se han ido a los
extremos: la de un Dios que es un juez implacable, castigador, vengativo, que
condena a sus hijos por sus faltas. Y la de un Dios bonachón, que todo lo
permite. Nuestro Dios sí es un Padre misericordioso “lento a la ira y rico en clemencia”, pero también es un Dios
justo. Él no condena ni castiga a nadie, ni tampoco regala su salvación a
la ligera, ya que es el ser humano, haciendo uso de su libertad, quien se
condena a sí mismo, o bien, quien se abre y acepta Su salvación.
FRANCISCO JAVIER CRUZ LUNA