lunes, 10 de diciembre de 2012

¿DE QUÉ NOS LIBERA JESÚS?



1. Jesús libera al hombre de su profunda incapacidad para lograr la realización de sus deseos más profundos. Podemos decir que Jesús vino para permitirnos alcanzar nuestra felicidad total; y precisamente para decirnos que esta felicidad radica en el encuentro con Dios que nosotros ignorábamos hasta entonces.
2. La realidad de la existencia humana comporta también la del pecado; en esta esfera reside la necesidad más profunda de salvación. Todo hombre, que conozca a Dios y se dé cuenta de haberlo ofendido, se encuentra en la necesidad del perdón. Jesús nos trae el perdón del Padre. No se trata solamente de algunas faltas individuales de las que nos damos más o menos cuenta. Se trata del dominio del pecado sobre la humanidad. Este dominio incluye una inclinación interior al mal. ¿En qué consiste el pecado? Puede decirse que consiste fundamentalmente en antropocentrismo cerrado en sí mismo. El hombre se hace a sí mismo centro de su existencia, se toma por su propio fin último, rehúsa orientarse hacia Dios, rehúsa «conocer a Dios», como dice la Biblia. Este antropocentrismo se presenta bajo dos formas: la suficiencia del hombre en cuanto a sí mismo y su desconfianza respecto a Dios. Jesús libera al hombre de su falsa autosuficiencia. Despierta en nosotros el sentido de los valores superiores, y en referencia inmediata a Dios. Nos invita al desprendimiento de una confianza exagerada en los bienes de este mundo o en el poder del hombre como fuente de felicidad. Nos da la luz espiritual. Nos presenta el testimonio, a la vez accesible y trascendente, de una vida vivida enteramente para Dios y con Dios.
3. Cuando se habla de males terrenos se piensa normalmente en primer lugar en los infortunios físicos: el hambre, la enfermedad, la miseria; o, según la terminología que se aviene mejor con la de nuestro tiempo: el subdesarrollo económico. La historia nos enseña que estos males provienen, en gran parte, de las guerras y de la falta de justicia entre los hombres. En el terreno de los desórdenes causados por el pecado, Cristo nos trae la salvación, haciendo posible evitar el pecado que se encuentra en la fuente misma de estos desórdenes. 4. Al tomar conciencia de los derechos que pertenecen a su dignidad de persona humana, el hombre comprueba que un campo de liberación, entre los más importantes, es el de las servidumbres que impone un legalismo exagerado. En el Evangelio, Cristo mostró claramente su desaprobación a los fariseos que consideraban la ley con un sentido demasiado rígido. Jesús dijo que, incluso el sábado, está hecho para el hombre; este sábado es el día en que el hombre debe estar libre para honrar a Dios con un culto público. La ley suprema que Cristo nos ha revelado es la de su Espíritu, que nos comunica para vivir conforme a su Mensaje evangélico. Por consiguiente, el cristianismo libera del falso legalismo al reconocer y admitir la prioridad de la norma interior que es el dinamismo de la caridad sobrenatural y total.
5. El hombre está sometido a la muerte, y por eso es incapaz de asegurar el cumplimiento total de su felicidad. En efecto, para evitar el fracaso final, para lograr la felicidad definitiva, debe pasar a un orden totalmente distinto de existencia. Debe pasar del tiempo a la eternidad, de la tierra al cielo, y a esa misteriosa tierra nueva que corresponde a la resurrección de los cuerpos. Cristo vino a liberarnos de esta última insuficiencia.
M. VAN CASTER