1. Jesús libera al hombre de su profunda
incapacidad para lograr la realización de sus deseos más profundos. Podemos
decir que Jesús vino para permitirnos alcanzar nuestra felicidad total; y
precisamente para decirnos que esta felicidad radica en el encuentro con
Dios que nosotros ignorábamos hasta entonces.
2. La realidad de la existencia humana comporta
también la del pecado; en esta esfera reside la necesidad más profunda
de salvación. Todo hombre, que conozca a Dios y se dé cuenta de haberlo
ofendido, se encuentra en la necesidad del perdón. Jesús nos trae el
perdón del Padre. No se trata solamente de algunas faltas
individuales de las que nos damos más o menos cuenta. Se trata del dominio
del pecado sobre la humanidad. Este dominio incluye una inclinación
interior al mal. ¿En qué consiste el pecado? Puede decirse que
consiste fundamentalmente en antropocentrismo cerrado en sí mismo. El
hombre se hace a sí mismo centro de su existencia, se toma por su propio
fin último, rehúsa orientarse hacia Dios, rehúsa «conocer a Dios», como
dice la Biblia. Este antropocentrismo se presenta bajo dos formas: la
suficiencia del hombre en cuanto a sí mismo y su desconfianza respecto a
Dios. Jesús libera al hombre de su falsa autosuficiencia. Despierta
en nosotros el sentido de los valores superiores, y en referencia inmediata
a Dios. Nos invita al desprendimiento de una confianza exagerada en los
bienes de este mundo o en el poder del hombre como fuente de felicidad.
Nos da la luz espiritual. Nos presenta el testimonio, a la vez accesible y
trascendente, de una vida vivida enteramente para Dios y con Dios.
3. Cuando se habla de males terrenos se piensa
normalmente en primer lugar en los infortunios físicos: el hambre, la
enfermedad, la miseria; o, según la terminología que se aviene mejor con
la de nuestro tiempo: el subdesarrollo económico. La historia nos enseña que
estos males provienen, en gran parte, de las guerras y de la falta de
justicia entre los hombres. En el terreno de los desórdenes causados por
el pecado, Cristo nos trae la salvación, haciendo posible evitar el pecado
que se encuentra en la fuente misma de estos desórdenes. 4. Al tomar
conciencia de los derechos que pertenecen a su dignidad de persona humana,
el hombre comprueba que un campo de liberación, entre los más importantes,
es el de las servidumbres que impone un legalismo exagerado. En el
Evangelio, Cristo mostró claramente su desaprobación a los fariseos que
consideraban la ley con un sentido demasiado rígido. Jesús dijo que,
incluso el sábado, está hecho para el hombre; este sábado es el día en que
el hombre debe estar libre para honrar a Dios con un culto público. La ley
suprema que Cristo nos ha revelado es la de su Espíritu, que nos comunica
para vivir conforme a su Mensaje evangélico. Por consiguiente, el
cristianismo libera del falso legalismo al reconocer y admitir la
prioridad de la norma interior que es el dinamismo de la caridad
sobrenatural y total.
5. El hombre está sometido a la muerte, y por eso
es incapaz de asegurar el cumplimiento total de su felicidad. En efecto,
para evitar el fracaso final, para lograr la felicidad definitiva, debe
pasar a un orden totalmente distinto de existencia. Debe pasar del tiempo
a la eternidad, de la tierra al cielo, y a esa misteriosa tierra nueva que
corresponde a la resurrección de los cuerpos. Cristo vino a
liberarnos de esta última insuficiencia.
M.
VAN CASTER