miércoles, 23 de mayo de 2012

Resurrección


Es radicalmente imposible que podamos imaginar nuestra vida en el otro mundo. Quizá una comparación nos ayudaría a comprender.
Supongamos que, estando en el seno de nuestra madre en posesión de plena consciencia, pudiéramos responder a alguien que nos preguntara acerca de nuestra situación. Responderíamos sin duda: «me encuentro bien, me rodea una temperatura agradable, y me alimento en la medida de mis necesidades».Y supongamos que se nos replicara: «infeliz, triste es tu existencia, tienes manos y no te puedes servir de ellas y tus pies no te permiten trasladarte en el espacio. Nada puedes ver con tus ojos. Sal y conocerás lo que es la vida». A eso diríamos nosotros: «¡pero salir será la muerte!», incapaces de imaginar un mundo fuera del claustro materno.
Algo así puede ser nuestra situación en la actualidad. Nosotros tenemos fuertes aspiraciones a la verdad, al bien, a la justicia, a la fraternidad y a la integridad corporal; son éstas profundas aspiraciones, que se identifican con nuestra propia naturaleza. Pero somos incapaces de satisfacerlas plenamente en el estado actual de nuestra existencia. Para alcanzar esa plenitud, debemos renacer, es decir, ascender a un mundo nuevo, el de la resurrección, que únicamente por la experiencia podremos conocer, un mundo que «ni ojo humano ha visto, ni oído ha escuchado» (1Co 2, 9), un mundo que hoy por hoy nos resulta imposible imaginar y cuya realidad permanece velada a nuestro entendimiento.
MOREAU, Y. “Razones para creer”