Debemos intentar ver
nuestra vida en perspectiva y no lamentarnos ante los momentos de
dificultad, como si fueran algo estéril o carente de sentido. No. Cuando
la cruz se vive en oración, en unión con Dios, no digo que se deje de sufrir y
que no duela, pero sí puedo afirmar con cada una de las letras que ese
sufrimiento gana en peso de cara a mi vida y de cara a mi eternidad.
Recuerdo
particularmente una persona que conozco que me comentaba el dolor que sentía
ante la separación de sus padres. No lo entendía y le reclamaba a Dios
su dolor. Pero el paso del tiempo, y las oraciones que continuamente
elevaba a Dios -muchas veces enojado y gritándole- lograron que, tras dos años,
se diese cuenta de cuánto había aprendido y crecido interiormente: él y su
familia.
¿Cuántas tinieblas
rodean tu vida? ¿Muchas? ¿Una sola, pero intensa? Eleva a Dios tu
oración, deja que Él te acompañe y llore contigo. El paso del tiempo te hará
ver que fueron justamente esos años los que más te ayudaron a crecer y a
hacerte fuerte interiormente. Vivirlos alejados de Dios y sin orar es
como querer salvarse en una tormenta en el mar sin salvavidas. Pero quien los
vive con Dios, dialogándolo con Él, logrará que las negras lágrimas que salen
de sus ojos rieguen cada dolor y lo conviertan en una hermosa flor multicolor
de paz interior en esta vida y de certeza en la eternidad que un día
disfrutaremos con Dios.
Juan A. Ruiz