martes, 29 de mayo de 2012

Entre ángeles y demonios


Revista “Catequistas” nº 121, 2000
MORAL J. L. (Profesor de Teología Pastoral, Director de la revisto "Misión Joven")
¿Existen los ángeles y el diablo? Si de una pregunta espontá­nea se tratara o de un inte­rrogante coloquial acerca del existir "como existimos nosotros" o, incluso, como decimos de Dios que existe, la respuesta sería muy senci­lla y clara: ¡No! No existen ni los ángeles ni el diablo, si con existencia pretendemos referirnos a seres personales como podemos serlo noso­tros o como lo es Dios. Conforme subrayamos en los artículos precedentes, hemos sido creados por amor y pa­ra la salvación. Entre origen -amor- y destino -salva­ción-, el recorrido de la vida humana se define esencial­mente por la libertad. Y es precisamente ahí donde bien podemos afirmar que la li­bertad humana se vive ... entre ángeles y demonios!
En el ámbito del misterio -¡otra vez la palabreja!- que envuelve la vida humana, la libertad puede servir para librarnos, esto es, para ha­cernos personas o, por el contrario, para esclavizarnos y deshacernos. En ese cami­no de libertad que configura la vida de todos, Dios está con nosotros enviándonos to­da clase de mensajes y ayu­das; pero también existen otro tipo de reclamos.
1 MÁS QUE ÁNGELES Y DEMONIOS, MISTERIO DEL BIEN Y DEL MAL
La mayoría de las culturas de todas las épo­cas hablan de "fuerzas angélicas" y "fuerzas demoníacas". Básicamente, dicha cuestión se desarrolla al amparo de los esquemas dualis­tas de explicación del universo -principio del bien y principio del mal, en particular-. En pri­mer lugar, pues, no se trata tanto del misterio del demonio o de los ángeles, cuanto del mis­terio del bien y del mal.
Más propiamente expresado: nos enfrenta­mos ante el misterio de la solidaridad en el bien que hacemos o que nos hacen y del mal que igualmente somos capaces de imponer o I que padecemos. Y, puesto que no contamos con ninguna respuesta exhaustiva, fácilmente recurrimos a potencias espirituales o a perso­nificar el bien y el mal.
• Ángeles o mensajeros de Dios
El término griego "angellos" –que traducido al latín por "angelus" conduce a nuestro vocablo "ángel"- significa, lo mismo que el original he­breo, mensajero. Al respecto, ya san Agustín indicaba que ángel es nombre de función y no de naturaleza.
Los ángeles, entonces, son los mensajeros que Dios manda a los hombres. La raíz sim­bólica con la que se relatan sus intervencio­nes es innegable. Siempre se habla de ellos para referirse a distintas actuaciones salvífi­cas de Dios. Incluso sus nombres -Rafael o "Dios cura", Miguel o "quién como Dios", Ga­briel o "fuerza de Dios"- muestran cómo esas figuras concretas, en el fondo, son una espe­cie de recurso literario para remitir a interven­ciones divinas.
• Los malos espíritus o el "mysterium iniquitatis"
La palabra griega "daimon" o "daimonion", de donde deriva nuestro término "demonio", originariamente significaba potencia sobrehuma­na, pero pronto se tiñó de carácter maligno entendiéndose, sobre todo, como mal espíritu o quien pone división. En el Antiguo Testamento se destaca la figura de uno de ellos, la de Satán o "el adversario", si traducimos el original hebreo.
Los espíritus malignos y, más en concreto, la figura de "el adversario" desembocan en "el diablo" o tentador -así vierte la traducción griega de la Biblia el término "Satán"-. Nin­guno de los dos Testamentos especula so­bre el asunto, pero sí se retrata simbólica­mente al diablo o maligno en las raíces del "mysterium iniquitatis" o misterio del mal que invade la creación y llega a colocarse por encima de la voluntad personal y colecti­va de los hombres, aunque no elimine su li­bertad.

2 HISTORIA CRISTIANA DE ÁNGELES Y DEMONIOS
Cuando hablamos de religión, antes de nada, hemos de entender que se trata no de una realidad divina sino de una cuestión o tinglado humano -otra cosa muy distinta sería la fe con la que respondemos a la revelación y amor de Dios, a cuyo servicio debe ponerse todo cuan­to organizamos con la religión-.
Pues bien, las "cosas de la religión" abarcan desde el mundo inmediato del hombre hasta la esfera del Dios que da el sentido último a la vida. Entre ambos mundos, existe un amplio espacio donde se alojan infinidad de figuras mediadoras que conectan el uno con el otro. Cuando de religiosidad popular se trata, di­chas figuras tienden a representarse con for­mas concretas.
• Ángeles y demonios en la Biblia
Sólo al final del Antiguo Testamento -a partir de los siglos III y II a.C.- y por influencias iraníes y mesopotámicas se produce un significati­vo desarrollo de la angelología y demonología. Pero, en conjunto, demonios y ángeles -éstos algo más- no pintan mucho en la narración ve­terotestamentaria.
El Nuevo Testamento asume espontánea­mente las creencias del tiempo en lo angéli­co y demoníaco: separación y funciones contrarias de ángeles y demonios, etc. Aun­que Jesús y el cristianismo primitivo tienen las mismas ideas de sus contemporáneos, sin embargo existen transformaciones y re­traducciones decisivas.
En primer lugar, los ángeles pierden importan­cia puesto que su función la cumplen eminentemente Cristo y el Espíritu. Después, Jesús no confirma la comprensión demoníaca y prácti­cas mágicas de la época, sino que subraya la soberanía de Dios y su enviado, quien actúa con autoridad y los demonios le obedecen (cf. Mc 1,27), además de otorgar a sus discípulos el poder frente a ellos (cf. Mt 10, 1.8).
• Una historia que complica el tema
La novedad de Jesús, por un lado, conduce a la "cristologización de lo angélico" y, por otro, más que detenerse a construir teorías o explicacio­nes del mal, empuja a luchar contra él, a desenmascarar y plantar batalla a "lo demoníaco".
La historia de la Iglesia y la teología, no obstan­te, se vieron obligadas a desarrollar teóricamente el tema. Y los jaleos se multiplicaron. Así, al estudiar el texto de Génesis 6,1-4, que se refiere al origen de los demonios o "hijos de Dios", la rebelión de que se habla allí se achacó a las relaciones sexuales entre los ángeles y las mujeres. Con el tiempo surgiría toda una "espi­ritualidad angelical" -encabezada por el "ángel de la guarda" y su "dulce compañía"- continua­mente azuzada por el demonio.

3 AMOR, SALVACIÓN Y... ¡LIBERTAD ENTRE ANGELES Y DEMONIOS!
Amor y salvación, como claves del origen y destino del hombre, y vida en libertad, como definición fundamental del camino hasta la meta, son las verdades esenciales con las que Dios quiere al ser humano. Fuera de esos lími­tes ha habido y hay no poco de invención y hasta de superstición.
Demonio y ángeles tienen más de símbolo que de cualquier otra cosa o realidad. Respecto al primero, por ejemplo, los últimos papas lo iden­tifican con "el mentiroso cósmico" (Juan Pablo II) o con "aquel mal, que llamamos demonio" (Pablo VI). Sin embargo, el misterio del bien y del mal al que remiten, nos obligan a conside­rarlos como algo más que un símbolo. Ángeles y demonios no son realidades personales, pero tampoco meras figuras simbólicas: los prime­ros, nos sirven para personalizarnos, para ha­cernos personas conforme a cuanto Dios nos sugiere; los segundos, representan la antiper­sona, están en ese mal que nos deshace como personas, en esa libertad que termina convir­tiéndonos en esclavos.