sábado, 26 de mayo de 2012

BIBLIA, ¿PUEDO CREERTE?


García Fernández, M. “Catequistas” nº 215,2011 Noviembre
Antes de preguntarnos: ¿Quién es la Biblia?, es necesario que nos plan­teemos la cuestión: ¿te puedo creer? Ya que si partimos de que la Biblia no dice la verdad y, además, está es­crita para «comer el coco», pues ¡apaga y vámonos! Por eso, aquí abor­damos tres interrogantes sobre su fiabilidad.

¿Hasta qué punto se ha utilizado la Biblia para «someter» a sus seguidores?
De lo que hasta ahora tengo cono­cimiento, la Biblia no ha sido escrita para «someter» a nadie. Otra cosa es que en algún momento de la his­toria haya habido interpretaciones un tanto fundamentalistas de sus páginas y que estas hayan hecho incu­rrir en errores o condenas que no han sido justas ni acertadas.
En lo que se refiere a los primeros siglos del cristianismo, sabemos que a la par que los Evangelios y Epístolas del NT, circulaban toda una se­rie de escritos -que hoy denomina­mos apócrifos- que también leían los miembros de las comunidades cristianas y que convivían con los escritos canónicos (aquellos que forman parte de la Biblia). Si realmente se hubiera querido imponer una sola idea, se hubiera eliminado toda esta literatura.
De hecho, hubo intentos dentro de la misma Iglesia que no cuajaron. Tal es el caso de un tal Marción que en el siglo II propuso eliminar el AT -ya que en este aparecía la figura de un Dios violento- y dejar únicamente el Evangelio de Lucas. Si hubiéramos seguido a Marción, hubiéramos tenido menos problemas. Sin embargo, la comunidad cristiana re­accionó contra esta doctrina. De ahí se deduce, que la Iglesia no utilizó la Escritura para «someter» a los cris­tianos. Hubiera sido más lógico se­guir lo que proponía Marción.
La pretensión de credibilidad de la Biblia no se distancia de la que pue­den tener otros libros. Es decir, cuan­do alguien escribe algo, es porque busca comunicar un mensaje y, en este sentido, busca «persuadir» so­bre la verdad de lo que dice para que otros se adhieran. Dicha pretensión es lícita. Otra cosa es utilizar la fuer­za, la violencia o la mentira para im­poner tus ideas.
El cristianismo primitivo fue una propuesta. Inclu­so una propuesta un tanto contradictoria y en infe­rioridad de condiciones. San Pablo dice en la carta a los Corintios que la cruz resulta necedad para unos y escándalo para otros. Realmente anunciar a un crucificado no era una doctrina muy convincente y, por ello, resulta extraño que se quisiera «comer el coco» a nadie con una argumentación tan débil y, encima, por una comunidad cristiana perseguida.

¿Como sabemos que la Biblia no es una «bola»?
Sabemos que la Biblia no es una “bola2 de la misma manera que sabemos que Gran Bretaña es una isla o que el mundo es redondo y no cuadrado, o que Edurne Pasaban llegó a la cima del Everest.
Hay muchas cosas que nosotros aceptamos como verdaderas y que no nos hemos molestado en com­probarlas. Gracias a Dios, también la ciencia se apo­ya en ese principio básico que es el de la confianza, Ya que, si tuviéramos que comprobar todo, no podríamos vivir ni avanzar.
Me resulta difícil pensar que alguien se haga la prueba del ADN para sa­ber si, con los que convive, son sus padres. Existe una historia, la de nues­tra infancia, que otros nos han con­tado y que hacemos nuestra sin más. Nos dicen que somos el de la foto y nos lo creemos.
Además, un mismo hecho no se vive por todos de igual manera. Dice el refrán español que «cada uno cuen­ta la feria según le va en ella». Y esto no significa que «nos inventemos la feria» o que sea mentira lo que con­tamos. Existe una dimensión interpretativa de la realidad.
La misma ciencia con el principio de incertidumbre de Heissenberg, reconoce algo parecido y es que nin­guna observación es puramente ob­jetiva, EI sujeto siempre interviene en la observación y, por tanto, in­troduce elementos subjetivos. Lo cual es una verdad de Perogrullo.
Pero volviendo a nuestro tema, la Biblia es un libro escrito por creyentes y para creyentes. Su transmisión se rige por un principio de confian­za y esta no es igual a que sea una «bola». Si la Biblia hubiera sido una mentira, seguramente no hubiera sido acogida por un colectivo de gen­te que en esos escritos vía reflejado lo que pasó.
Otra cosa es la interpretación que sobre un mismo acontecimiento se hace. Ahora bien, ya en los Evange­lios se encuentran recogidas las dis­tintas y dispares lecturas, así como las diferentes consecuencias que sa­can los fariseos, saduceos o, los mismos discípulos, sobre la persona de Jesus, sus milagros o su doctrina.
Desde mi punto de vista, este dato junto con otros, como es mostrar las debilidades de sus protagonistas -por ejemplo, el caso de las nega­ciones de Pedro o de las aspiracio­nes de los hermanos Zebedeo- es un criterio de veracidad. Nadie que qui­siera mentir o quedar bien con el personal, hubiera dejado constancia escrita de los trapos sucios y flaque­zas de sus dirigentes.

¿Donde están las pruebas científicas?
La cuestión me hace recordar a un profesor que, cuando le preguntaban donde se encontraba el manuscrito original de Isaías, respondía: «En la misma estantería que los de Aristóteles, Platón y Seneca». Con ello que­ría decir que, como todas las obras antiguas, no poseemos los origina­les. Contamos con copias de copias.
Siguiendo su ejemplo, a la pregun­ta «¿dónde están las pruebas científicas?», tendría que responder: «en el mismo dossier que se encuentran las pruebas de los documentos mesopotámicos y egipcios», Ahora bien, comprendo que esto no es una res­puesta si no devolver la pelota al otro campo. Por eso, vayamos por pasos

¿Que disciplinas científicas se aplican al estudio de la Biblia?

* La arqueología ayuda a verificar si sucedieron algunos de los aconte­cimientos narrados en la Biblia. Por ejemplo, la destrucción de Jerusalén. Si se encuentra que en el estrato del siglo VI a. C. hay muchas cenizas, se puede suponer que hubo un asedio. Ahora, también se puede pensar que hubo un incendio causado por la co­mida que se le quemó a una vecina. Por tanto, los datos arqueológicos igualmente se interpretan.
Hay cosas que pueden verificarse por la arqueología y otras que no y eso no significa que no existan. Así, el matrimonio de un rey o el amor. Además, aunque no haya pruebas sobre un hecho, no puede concluir­se que no sucediera. Se podrían en­contrar más tarde.
* La historia funciona comparan­do lo que está en la Biblia con otros documentos así llamados «históricos». Por ejemplo, si en otras listas aparecen reyes de la Biblia, es fácil pensar que existieron; también Je­sus, nombrado por historiadores ro­manos.
Sin embargo, habría que matizar que se entiende por historia. Pues pre­sionados por un faraón o por un em­perador las batallas se ven de mane­ra muy distinta. Es como animar al Real Madrid junto a los hinchas del Barca.
Es más, estos «documentos» también están marcados por su tradición religiosa. En aquella época era inconcebible colgar la religión en el perchero. Los documentos egipcios, griegos o romanos presentan una vi­sión «teológica» e «ideológica» de la realidad. No son neutrales.
* La critica textual. Ya hemos di­cho que, tanto para la Biblia como para Platón, Aristóteles, etc., no con­tamos con los originales de las obras, si no con copias de copias. ¿Qué hace la critica textual?
En caso de que el manuscrito esté da­ñado, busca reconstruir el texto. Esto es, si hay un agujero intenta «imagi­nar» lo que había escrito. Y, segun­do, en el caso, de que tengamos va­rios manuscritos con variantes, la crítica textual determina cual podría ser la versión más auténtica.
Como en las otras disciplinas, tam­poco aquí son matemáticas. Pues no nos encontramos en el ámbito de las ciencias exactas. Ahora bien estos mismos instrumentos “científicos” son los que se utilizan en otros ámbitos. Con la misma legitimidad que ellos lo utilizan, lo hace el estudio bíblico.