Digo bien “la Biblia” y no “la
Palabra de Dios”. Porque la naturaleza también es “Palabra de Dios”. Y la
gramática para entender la naturaleza la proporciona la ciencia. Ya
Buenaventura y Tomás de Aquino hablaban de dos Sagradas Escrituras que Dios ha
dado a los hombres: el libro de la creación y la Biblia. Benedicto XVI se ha
referido al libro de la naturaleza como palabra de Dios. Por tanto, si la misma
Palabra de Dios se encuentra en dos escrituras, no puede haber contradicción
entre ellas. Una puede ayudar a comprender la otra.
La
Biblia (término plural: “libros”) está escrita por autores humanos. Cada autor
tiene su propio estilo y sus presupuestos culturales. Un texto se entiende
cuando se tienen en cuenta estos condicionantes. Una novela no puede tomarse
como relato histórico, ni entender como narración exacta de acontecimientos lo
que está escrito en lenguaje poético, simbólico, o en forma de oración. No
tener en cuenta estos principios ha supuesto muchos falsos conflictos entre fe
y ciencia a la hora de interpretar los textos del Génesis sobre la creación del
mundo y del ser humano. Es bueno recordar que Galileo, en su conflicto con el
Santo Oficio, hizo notar el doble lenguaje de la ciencia y de la Biblia, un
lenguaje no siempre coincidente y no fácilmente traducible desde la ciencia a
la biblia y a la inversa.
Los
datos científicos no contradicen la Biblia. Pero sí que, en ocasiones,
contradicen interpretaciones y lecturas teológicas de algunos pasajes bíblicos.
Por tanto, los datos científicos pueden ayudar a entender mejor la Biblia,
buscando una interpretación de la misma que no sea contradictoria con estos
datos. Más aún, puesto que los autores bíblicos (por ejemplo los redactores del
Génesis) estaban imbuidos, a su pesar, de una cosmología ya superada, la
ciencia permite comprender mejor el texto bíblico, en la medida en que consigue
determinar el estado de conocimientos habidos en el momento en que se escribió
el texto. Así la ciencia ayuda a distinguir lo propio de la afirmación de fe y lo
que es un ropaje que no tiene valor absoluto. Juan Pablo II reconoció, en
distintas intervenciones, que para declarar que el mundo ha sido creado por
Dios, la Biblia se expresa en los términos de la cosmología del tiempo del
escritor y, por tanto, no avala de ningún modo una cosmología caduca.
Finalmente,
importa notar que la verdad no se limita a la exactitud de las mediciones
científicas. Es de otro orden. Por esto, aunque el texto bíblico repose sobre
una información científica superada, no pierde su verdad antropológica y
teológica. Sigue siendo un texto revelado.
Martín Gelabert Ballester