jueves, 7 de junio de 2012
Sin complejos de inferioridad
Son bastantes los que se ríen hoy de las creencias religiosas y consideran a los creyentes como gente desfasada y poco culta que no sabe vivir con talante progresista. Basta que veas algunos programas de televisión o leas ciertos artículos en la prensa. Pronto te podrás encontrar con toda clase de burlas y parodias sobre el hecho religioso.
Es fácil que saques esta conclusión: al parecer, la fe es para muchos un conjunto de «tonterías» que sólo puede servir de alimento a personas poco inteligentes e ignorantes. Si eres un joven posmoderno o una persona un poco lúcida, tienes que «pasar» de la religión.
Sería una pena que, acobardado por ese clima social a veces tan contrario y hostil a lo religioso, terminaras viviendo tu pequeña fe con una especie de «complejo de inferioridad». Tal vez te sientes creyente en el fondo de tu corazón, pero no te atreves a confesarlo ante los demás. ¿Qué pensarían tus amigos? ¿Qué dirían tus compañeros de trabajo?
Hace algún tiempo pude leer en una obra de Javier Sádaba una serie de afirmaciones sobre la religión, que podrían acomplejar a cualquiera. Sádaba es un filósofo de Bilbao con cierto prestigio en algunos sectores y sus posiciones agnósticas suelen ser bien acogidas por jóvenes universitarios.
Según este escritor, «lo normal y extendido en nuestros días, es que un hombre adulto y razonablemente instruido no es un creyente o un incrédulo, sino que se despreocupa de tales cuestiones». ¿Qué te parece? Por lo visto, sólo las personas inmaduras o poco instruidas nos seguimos preocupando del origen último del ser humano. Ya no hay que hacerse ninguna de esas preguntas fundamentales que, por mucho que las queramos olvidar, siguen vivas dentro de nosotros: ¿qué somos?, ¿de dónde venimos?, ¿a dónde vamos?, ¿qué nos espera? Al parecer,
ahora lo más adulto y razonable es despreocuparse de todo esto y no hacerse preguntas. ¿Será realmente así? ¿Tú qué piensas?
Más adelante, Sádaba nos dice que la religión es algo desfasado: «Se podrá ser creyente por originalidad, inercia o quién sabe qué tipo de conveniencia», pero la religión «en poco o nada afecta la conducta del ciudadano a la altura de su tiempo». Te vaya confesar lo que sentí al leer estas páginas: «Yo debo ser un individuo bastante «raro». No creo que soy cristiano por originalidad, menos aún por desesperación, tampoco por inercia o no sé qué otros motivos. Yo sencillamente creo en Jesucristo porque descubro en él una verdad, una fuerza para vivir y una esperanza para enfrentarme a la existencia que, por ahora, no he encontrado en ninguna otra parte. ¿Será que no estoy a la altura de estos tiempos?»
Al parecer, Sádaba no conoce lo que puede aportarle a un creyente su experiencia de fe para vivir con un sentido más pleno. Está hablando de algo que ignora. No puede «entender» que haya personas que están a la altura, no sólo de los tiempos, sino a la altura del ser humano, precisamente porque han encontrado en Jesucristo una luz y una fuerza únicas para vivir con sentido, responsabilidad y esperanza.
Nunca se me olvidará lo que decía hace unos años Paul Tillich, el teólogo norteamericano más importante de todos los tiempos: “ser religioso significa preguntar apasionadamente por el sentido de la vida y estar abierto a una respuesta, aun cuando nos haga vacilar profundamente”. ¿No estaba Tillich a la altura de nuestros tiempos?, ¿no era un hombre adulto y moderno?, ¿no era un pensador razonablemente instruido?
Pagola, J.A. “Aranzazu” 2004-11