jueves, 7 de junio de 2012

Creer, ¿para qué?


A veces, cuando hablo de Dios con algunas personas que han abandonado toda práctica religiosa, me doy cuenta de que, seguramente, nunca han tenido la experiencia de encontrarse con él. Han oído hablar de un Dios que prohíbe ciertas cosas, y que promete la "vida eterna" a quienes le obedecen, pero no sabrían decir mucho más.
                        Si a ti te ha pasado algo de esto, es normal que la fe no te resulte atractiva: ¿qué te puede aportar?, ¿qué puedes salir ganando con preocuparte de estas cosas?, ¿para qué sirve creer? Hoy quiero hablar contigo de esto.
                        Tú sabes muy bien que los creyentes tenemos los mismos problemas y sufrimientos que todo el mundo. La fe no le dispensa a nadie de las preocupaciones y dificultades de cada día. Pero si un creyente cuida en el fondo de su corazón la confianza en Dios, descubre una luz, un estímulo y un horizonte nuevo para vivir.
                        En primer lugar, el creyente puede acoger la vida cada mañana como un regalo de Dios. La vida no es una casualidad; tampoco es una lucha solitaria frente a las adversidades. Dios me regala un nuevo día. No estoy solo en la vida. Alguien cuida de mí. Viviré este día confiando en él.
                        El creyente puede conocer también la alegría de saberse perdonado. En medio de sus errores y mediocridad puede experimentar la inmensa comprensión de Dios. Yo no soy mejor que los demás. Conozco mi pecado y mi fragilidad. Mi suerte es poder sentirme perdonado y renovado interiormente para comenzar siempre de nuevo una vida más humana.
                        El creyente cuenta también con una luz nueva frente al mal. La fe no es una droga ni un tranquilizante frente a las desgracias. Yo no me veo liberado del sufrimiento, pero le puedo dar un sentido nuevo y diferente. Dios quiere verme feliz. Puedo vivir sin autodestruirme ni caer en la desesperación.
                        ¿Para qué creer? Para sentirme acogido por Dios cuando me veo solo e incomprendido; para sentirme consolado en el momento del dolor y la depresión; para verme fortalecido en mi impotencia y pequeñez; para sentirme invitado a vivir, a amar, a crear vida a pesar de mi fragilidad.
                        ¿Para qué creer? Para situar las cosas en su verdadera perspectiva y dimensión; para vivir incluso los acontecimientos que parecen pequeños e insignificantes con más hondura; para tener más fuerza para amar a las personas.
                        ¿Para qué creer? Para no ahogar en mí el deseo de vida hasta el infinito; para defender mi libertad y no terminar esclavo de cualquier ídolo esclavizador; para vivir abierto a la verdad última de la vida; para no perder la esperanza en el ser humano y en la vida.
                        ¿Para qué creer? Para no vivir a medias; para no contentarme con "ir tirando"; para no ser un «vividor»; para vivir de una manera digna y gratificante; para no estancarme en la vida; para ir aprendiendo desde el evangelio maneras nuevas y más humanas de trabajar y disfrutar, de sufrir y de vivir.
                        Siempre me ha conmovido esa postura noble del gran científico ateo lean Rostand. Cuentan que le gustaba repetir a sus amigos cristianos: "vosotros tenéis la suerte de creer". Y, cuando planteaba la cuestión de la fe, solía afirmar: "de lo que yo estoy seguro es que me gustaría que Dios existiera". Son palabras que hacen pensar.
                        Son bastantes las personas que, poco a poco, han arrinconado a Dios de su vida. Ya no cuentan con él a la hora de orientar y dar sentido a su vivir diario. No les preocupa que Dios exista o deje de existir. Piensan que tener fe es creer una serie de cosas extrañas que nada tienen que ver con la vida. Si quieres reavivar tu fe, tienes que abrirte a un Dios vivo, que te quiere ver lleno o llena de vida. Un Dios que puede ser para ti el mejor estímulo y la mejor ayuda para vivir.
                        Hoy se habla mucho de quienes se alejan de la fe, pero no se dice que hay personas que, no sólo no abandonan su fe, sino que se preocupan más que nunca de cuidarla y purificarla porque sienten que Dios les ayuda a enfrentarse a la vida de una manera más humana.
Pagola, J.A. “Aranzazu” 2006-4