Seguramente has conocido a
alguna persona que, en un momento determinado, te ha sorprendido cambiando
profundamente su estilo de vida. Parece otra. Se le ve actuar de manera diferente, con más alegría y generosidad,
con más autenticidad.
Tú sabes que no es lo habitual. Por lo general cambiamos poco.
Somos los mismos a través de las distintas etapas de nuestra vida: con los
mismos errores y defectos, con los mismos egoísmos de siempre. ¿Por qué no
cambiamos?
Muchas veces, no creemos en .nuestra propia transformación. Según van pasando los años, nos podemos hacer cada vez escépticos.
¿No te está pasando a ti algo de esto? Te conoces demasiado para creer que puedes
realmente cambiar.
Es nuestra primera equivocación: no ser conscientes de todas las posibilidades que se encierran
dentro de nosotros. No digas nunca «es que yo soy así», «es mi temperamento»,
«no tengo fuerza de voluntad». Te puedes hacer mucho daño pensando así. Tu vida puede cambiar más de lo
que crees.
Otras veces, no cambiamos porque realmente no deseamos
cambiar. Nos contentamos con «corregir»
algún aspecto de nuestro comportamiento para evitamos mayores complicaciones y
molestias, pero no nos atrevemos a plantearnos un cambio más profundo. 'Nos da
miedo pensar en las consecuencias que se seguirían de tomar más en serio la vida y la fe.
Otras veces, no nos atrevemos a llamar a las cosas por su nombre.
No queremos hacemos preguntas que ya están dentro de nosotros: ¿estoy contento
con la vida que llevo?, ¿no me estoy organizando todo de una manera cada vez
más individualista y superficial?, ¿por qué me he alejado de todo lo
religioso?, ¿qué pienso de verdad sobre la vida?
Por lo general, no nos gusta hablar de cambio, menos aún de conversión. Enseguida
pensamos en algo triste, penoso, muy unido a la penitencia y el ascetismo. ¿Has
pensado tú alguna vez en tu propia conversión o te parece un lenguaje absurdo,
que no tiene ningún sentido para ti?
Si escuchas un poco la voz de ese Dios que te habla desde
dentro sin palabras humanas, sentirás una llamada suave y alentadora a ir
cambiando tu corazón. Dios no espera de ti algo forzado. Sencillamente quiere
verte viviendo una vida más humana y más dichosa. No tienes que esforzarte para
intentar hacerla todo bien. No. Lo importante es que escuches a Dios que te
quiere ver viviendo mejor.
El cambio que Dios te pide no es algo triste y penoso. Es
exactamente lo contrario: ir descubriendo una manera más gozosa de vivir. Escuchar a Dios con sinceridad
no es renunciar a disfrutar de la vida. Es sentirse más vivo que nunca; descubrir hacia dónde puedes
orientar tu vida; empezar a intuir que puedes vivir de otra manera más profunda
y plena.
Si escuchas la voz de Dios dentro de ti, irás limpiando
tu mente de egoísmos e intereses que, en el fondo, te hacen daño; irás liberando
tu corazón y tu vida de líos y complicaciones que te estás fabricando tú mismo con
tus actuaciones equivocadas; aprenderás a
prescindir de cosas que no necesitas para ser feliz y, sobre todo, aprenderás a
querer más a personas que te necesitan.
Es fácil saber cuándo vas cambiando tu vida en la línea
de lo que Dios quiere de ti. Sencillamente cuando no te preguntes «¿cómo puedo
ganar más dinero?», sino que pienses «¿cómo puedo ser más humano?». Cuando no
te preocupes tanto de disfrutar de esto y de aquello, sino que te digas: «¿cómo puedo llegar a ser más
libre y más sincero conmigo mismo?».
No tengas miedo de fallar una y otra vez. Dios te
entiende. Comprende tu debilidad y te anima
a seguir caminando. Puedes presentar te ante él tal como estás. De él sólo escucharás
una palabra de perdón y de aliento. '
Nunca es tarde para cambiar porque nunca es tarde para
ser más feliz; nunca es demasiado tarde para dejarse perdonar y renovar
por Dios, Seguramente no te lo crees, pero tú
puedes ser mejor.
Pagola, J.A. “Aranzazu” 2006-2