Siempre me ha maravillado que Jesús, cuando enseñó a rezar a sus
discípulos, les invitara a pedirle a Dios sólo «el pan para hoy», como dice el
texto original. No que les resuelva para siempre sus problemas. No que llene
sus graneros. Sólo el pan para hoy, estrictamente para hoy. Y no es, como decía
el humorista, que no pidamos el pan para más días porque se nos pondría duro,
sino que Dios quiere que nos acostumbremos a vivir en sus manos, dejados a su
Providencia, abandonados de tal modo que no soñemos en almacenar seguridad,
virtud, perfección, sino que le pidamos sólo la ración para hoy, seguros de que
mañana nos dará la de mañana. Dios sabe que, si tuviéramos todo resuelto para
meses, para años, nos acostumbraríamos a pensar que no le necesitamos, que eso
que hay en el granero es «nuestro». Basta, pues, el pan para hoy. Como basta un
poco de luz para dar ese paso que hoy tenemos que dar. Sería mucho más bonito,
mas tranquilizador, que nos hiciera «ver claro el futuro». Pero, en realidad,
eso no es necesario: Basta la luz para hoy, para el paso de hoy. Esto es aplicable a todos los órdenes de la vida humana. La mayoría de los humanos vive
entre tinieblas. ¿Qué sentido tiene su vida? ¿Será corta, larga? ¿Por qué el
dolor? ¿Por qué tanto sufrimiento en este mundo? ¿Y todo no tendrá más
desenlace -mas desaguadero, más bien- que la muerte? La noche de la Humanidad
es densa. Y daríamos todo por ver claro nuestro futuro. Si Dios nos explicara
que nuestros dolores van a servir para algo, sufriríamos más serenamente. Si
Dios nos aclarara cómo será de feliz nuestro matrimonio, qué será de nuestros
hijos, cuánto durará nuestra aventura sobre la tierra… Pero éstas son preguntas
que nadie nos contesta. Y son muchos los que, entonces, se acobardan, se
enroscan en su propia alma y ya no se atreven a caminar. Es un error. Porque
para caminar basta la luz para hoy y la confianza para mañana. El hombre debe
caminar porque ésa es su obligación, ir adelante porque ése es su deber. Y debe
hacerlo tanto si tiene luz como si no la tiene. En todo caso, le basta con
tener la luz para el paso de hoy. ¡Y ay del que, por miedo a no tener luz
mañana, deje de dar el paso de hoy: se está autocondenando a la muerte! Desgraciadamente
son en el mundo muchos más los que temen el futuro que los que viven con coraje
el presente. A la gente le encanta lo que yo llamo «sufrir por hipótesis»: ¿Y
si me quedo sin trabajo? ¿Y si…? Y tanto se angustian por lo que podría pasarles
– y que, luego, normalmente no les pasa nunca- que antes de que lleguen los
dolores ya los han sufrido una docena de veces. El hombre debe, desde luego,
hacerse planes de futuro, porque sin ellos difícilmente se construye, pero,
después, dedicarse apasionadamente a dar los pasos de hoy, confiando en que
mañana volverá a tener unos nuevos centímetros de coraje para seguir luchando. Un
paso, sólo un paso. No construye una catedral más que el que pone una o dos
piedras cada día. No se ama todo de golpe; cada día tiene su pequeño amor. Y
sólo con muchos pequeños pasos de pequeño amor se logra atravesar la noche.