sábado, 28 de marzo de 2015

Envejecer con sabiduría



Envejecer no es una desgracia. Nuestra vida tiene su ritmo y no lo podemos alterar. La verdadera sabiduría consiste en saber aceptarlo sin amargura ni enojos inútiles, tal como Dios lo ha querido para cada uno de nosotros. Saber caminar en paz, al ritmo de cada edad, disfrutando del encanto y las posibilidades que nos ofrece cada día que vivimos. En una sencilla parábola, Jesús nos pone en guardia ante un peligro que acecha siempre al ser humano pero que puede acentuarse en los últimos años. El peligro de gastarnos, “quedarnos sin aceite”, dejar que el espíritu se apague en nosotros. Sin duda, la vejez trae consigo limitaciones inevitables. Nuestro cuerpo no nos responde como quisiéramos. Nuestra mente no es tan lúcida como en otros tiempos. El contacto con el mundo que nos rodea puede hacerse más difícil. Pero nuestro mundo interior puede crecer y ensancharse. Cuando han terminado ya otras preocupaciones y trabajos que nos han tenido tantos años lejos de nosotros mismos, puede ser el momento de encontrarnos por fin con nosotros y con Dios. Es el momento de dedicarnos a lo realmente importante. Tenemos tiempo para disfrutar de cada cosa por pequeña que nos parezca. Podemos vivir más despacio. Descansar. Hacer balance de las experiencias acumuladas a lo largo de los años. Tal vez, sólo el anciano puede vivir con verdadera sabiduría, con sensatez y hasta con humor. El sabe mejor que nadie cómo funciona la vida, cuánta importancia le damos a cosas que apenas la tienen. Sus años le permiten mirarlo todo con más realismo, con más comprensión y ternura. Lo importante es no perder la energía interior. Cuando nos quedamos vacíos por dentro, es fácil caer en la amargura, el aburrimiento, el desequilibrio emocional y mental. Por eso, cuánto bien puede hacerle al hombre avanzado en años el pararse a rezar despacio y sin prisas, con una confianza total en ese Dios que mira nuestra vida y nuestras debilidades con amor y comprensión infinitas. Ese Dios que comprende nuestra soledad y nuestras penas. El Dios que nos espera con los brazos abiertos. Jesús tenía razón. Hemos de cuidar que no se nos apague por dentro la vida. Si no encontramos la paz y la felicidad dentro de nosotros, no las encontraremos en ninguna parte. Como ha dicho alguien con ingenio, lo importante no es añadir años a nuestra vida sino añadir vida a nuestros años.