No están habituados nuestros oídos a escuchar
palabras como éstas de Jesús: “Si el
grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere, da
mucho fruto”. Nosotros pensamos que lo único realmente positivo que puede
construir nuestra vida es la salud, el éxito, lo agradable, lo que nos sale
bien. ¿Qué pueden aportar de bueno y positivo a nuestra existencia la
enfermedad, el sufrimiento, la desgracia o el fracaso? Pensemos, por ejemplo,
en esa experiencia dolorosa de la enfermedad que todos podemos sufrir, tarde o
temprano, en nuestra propia carne. La enfermedad se nos presenta como algo
totalmente malo y negativo. Una fatalidad absurda e injusta que nos ataca de
pronto echando por tierra todos nuestros proyectos. Sin embargo, los mismos
científicos nos advierten que la enfermedad no es siempre algo dañoso. Puede
ser también la reacción sabia del organismo que emite una señal de alarma para
que la persona se cure de heridas y conflictos profundos, y reoriente su vida
de manera más sana. En cualquier caso, la enfermedad puede ser una experiencia
de crecimiento y renovación si el enfermo acierta a vivirla de manera positiva.
He aquí algunas sugerencias. La enfermedad grave rompe nuestra seguridad.
Vivíamos tranquilos y sin problemas, y de pronto nos vemos obligados a dejar el
trabajo, detener nuestra vida y permanecer en el lecho. Y llegan las preguntas:
¿Por qué me sucede esto a mí? ¿Me curaré? ¿Podré hacer de nuevo mi vida de
siempre? Al enfermar, comprobamos que nuestra vida es frágil y está siempre
amenazada. Si estamos atentos, escucharemos cómo la enfermedad nos invita a
apoyarnos en algo o alguien más fuerte y seguro que nosotros. Al mismo tiempo,
en esas largas horas de silencio y dolor, el enfermo comienza a revivir
recuerdos gozosos y experiencias negativas, deseos insatisfechos, errores y
pecados. Y surgen de nuevo las preguntas: ¿Y esto ha sido todo? ¿Para qué he
vivido hasta ahora? ¿Qué sentido tiene vivir así? Es el momento de
reconciliarse con uno mismo y con Dios, confesar los errores del pasado y
acoger en nosotros la paz y el perdón. Pero la enfermedad nos ayuda, además, a
abrir los ojos y ver con más lucidez el futuro. Al caer muchas falsas
ilusiones, el enfermo empieza a descubrir lo que de verdad es importante en la
vida, lo que no quisiera perder nunca: el amor de las personas, la libertad, la
paz del corazón, la esperanza. Es el momento de reorientar nuestra vida de
manera más humana. Intuimos que nos irá mejor. Pasarán los días y las noches.
El organismo se curará o, tal vez, caerá en un proceso incurable. Pero
siguiendo a Cristo, más de uno podrá descubrir que el grano que muere da fruto,
el sufrimiento purifica y la enfermedad puede conducir a una vida más sana.