viernes, 26 de diciembre de 2014

Creación y resurrección



El primer artículo del Credo, que confiesa a Dios como Creador, está estrechamente relacionado con el último, que habla de resurrección de los muertos. Ambos artículos se refieren a la vida: Dios, como Creador, está en el origen de la vida; él hace surgir el ser del no ser, llama a la existencia a lo que no es. Y el Dios que resucita a los muertos es también un Dios amante de la vida, que quiere seguir amando por toda la eternidad a aquellos a los que ha amado desde el comienzo. El Credo se abre y se cierra con la vida. Todo él está al servicio de la vida. Nuestro Dios es un Dios de salvación. Entre creación y resurrección hay una relación estrecha, profunda e indisociable. En efecto, la resurrección presupone la creación (sin vida previa no hay resurrección), y la resurrección encuentra su mejor fundamento en la creación: si Dios puede dar vida una vez, ¿por qué no va a poder darla de nuevo? Mejor aún: si Dios puede dar vida, ¿por qué no va a poder mantenerla? ¿Para que se necesita más poder, para sacar vida de la nada o para mantener la vida en el ser? La mejor “prueba” de la resurrección (de la capacidad que Dios tiene de dar vida) es la creación. De este modo, la creación aparece como una verdad llena de esperanza. Se crea o no se crea en Dios, la pregunta por el poder que ha dado origen a la vida, sea cual sea, aunque sea la casualidad, es también la pregunta por la posibilidad de que la vida aparezca de nuevo o permanezca: ¿por qué lo que ha ocurrido una vez no puede repetirse? ¿Por qué la buena suerte no va a poder tocar dos veces? Si además, Dios existe, entonces la fe en la resurrección resulta sumamente creíble, sobre todo si la fundamentamos en el poder y en el amor de Dios. El poder de Dios, que en la creación se ha manifestado con capacidad absoluta para dar vida, puede en la resurrección seguir ejerciéndose con la misma facilidad. Y si la creación tiene su origen en el amor de Dios hacia la criatura, entonces la resurrección resulta una consecuencia de este amor, pues el amante quiere siempre estar con el amado.
Martín Gelabert Ballester