A muchos de nuestros contemporáneos no acaban de gustarles las
representaciones que muestran a Jesús con el corazón traspasado y, a menudo,
rodeado con una corona de espinas (pongan en google: “sagrado corazón de
Jesús”, pinchen en “imágenes” y verán lo que encuentran). Si queremos
actualizar esta devoción y encontrarle un sentido que responda a los anhelos de
muchas personas de hoy, es necesario dejar de concentrar nuestra mirada en el
corazón físico de Jesús (“yo no tengo devoción a una víscera”, me dijeron una
vez en el confesionario), y recuperar el sentido bíblico y amplio del corazón
como centro de nuestra afectividad y de nuestras decisiones más íntimas. En
este sentido, el corazón de Jesús sería un buen símbolo de la misericordia de
Dios que se expresa en todas las palabras y hechos de Jesús. Walter Kasper ha
tenido el acierto de señalar dos pasajes del evangelio de Juan que pueden
ayudarnos a dar un sentido más actual a esta devoción. El primero, el texto de
Jn 13,23, que muestra al discípulo amado descansando sobre el pecho o el
corazón de Jesús. Esta representación, dice Kasper, puede ilustrar que en medio
de la inquietud y del ajetreo del mundo, existe un lugar en el que podemos
descansar y encontrar la paz interior. Todos necesitamos un buen amigo que nos
apoye en los momentos difíciles, un amigo en el que poder confiar. Los
creyentes sabemos que Jesús es este buen amigo que nunca falla (cf. Jn 15,15: a
vosotros os he llamado amigos). El otro texto que cita Kasper es el del
escéptico Tomás que cree cuando introduce su dedo en la herida, pascualmente
transfigurada, del costado de Jesús (Jn 20,24-29). Este encuentro puede ser
importante para aquellos que se hacen preguntas y viven con un corazón
inquieto, atormentados por las dudas. En cierto modo, todos somos como Tomás:
no queremos creer fiados solo en la palabra de los demás, necesitamos una
experiencia de encuentro personal con Cristo. A propósito de este segundo texto
(Tomás puso su dedo en el costado de Jesús), me surge la pregunta de cómo se
compagina con este otro de Jn 20,17, en el que, cuando María Magdalena quiere
abrazar a Jesús resucitado, éste le dice: no me toques. A Jesús resucitado no
se le puede tocar materialmente. Una pista para entender los dos textos juntos,
la ofrece Blas Pascal cuando dice: tras su resurrección, Jesús solo permite que
se toquen sus heridas. La cuestión entonces es: ¿dónde están hoy las heridas de
Jesús? O dicho de otra manera: ¿dónde pone hoy Jesús su corazón? Jesús pone su
corazón en sus heridas que permanecen en este mundo: los pobres, los
hambrientos, los malqueridos sociales. Ahí es donde debemos poner la mano si
queremos encontrar el corazón de Jesús.