Jesús enseñaba a los suyos que era “preciso orar siempre
sin desfallecer” (Lc 18,1). Sin duda, recordando esta enseñanza, el apóstol
Pablo, en uno de sus más antiguos escritos, decía: “orad constantemente” (1Tes
5,17). Uno buena interpretación de estas recomendaciones me parece que la
ofrece uno de los himnos de la liturgia de las horas, cuando coloca en los
labios de aquellos que se aprestan a ir a dormir, una palabra de acción de
gracias a Dios por “la bondad de su empeño de convertir nuestro sueño en una
humilde alabanza”. Sí, también el sueño puede ser un momento de alabanza a
nuestro Dios. Porque hagamos lo que hagamos y estemos donde estemos, los
creyentes deberíamos sentirnos siempre en presencia de Dios. Y la oración es
precisamente eso: ponerse en presencia de Dios. La vida del cristiano es una
continua oración porque la oración no es solo el acto mental o vocal, personal
o comunitario, que habitualmente llamamos oración, sino más bien la conciencia
de la presencia de Dios en nuestra vida. Y así como el amante está siempre
amando al amado, aunque solo pueda pensar explícitamente en él en momentos
determinados, así la vida del creyente está siempre determinada por la
presencia y el amor de Dios, aunque sólo en determinados y contados momentos
piense explícitamente en ello. Un posible criterio para saber cuál es nuestro
grado de fe y de oración sería que no nos gustase la pregunta que, a veces, se
hace: ¿cuándo ora usted? Y prefiriéramos esta otra: ¿cuándo dejo yo de orar? La
oración es una forma de amor. Preguntar al amante cuando ama es casi ofensivo.
Siempre vive en el clima del amor. La cuestión que preocupa al amante es esta
otra: ¿Cuándo dejo yo de amar a Dios, de saberme acompañado por él, de estar en
su presencia? Del mismo modo, la cuestión no es tanto cuando rezo (en el
sentido de estar en una actitud mental o vocal que piensa explícitamente en
Dios), sino cuando dejo de rezar, en el sentido de adoptar actitudes contrarias
a la voluntad de Dios, actitudes que me alejan de los criterios evangélicos de
vida y que ponen mi vida de espaldas a Dios.