– Entrada. Para entrar hemos tenido que salir de lo
nuestro, de nuestra casa, de nuestras labores… Es como un pequeño éxodo. A
Abrahán se le pidió salir de su tierra. Sólo dejando lo suyo se
le aseguraba un futuro y una tierra. Sólo saliendo de lo nuestro y dejándolo a
un lado, al menos por unos instantes, podemos encontrar a los que buscan al
Señor y al Señor que nos está buscando, llamando. «Ir a misa», «ir a la Eucaristía»
tiene ya sentido. Nos recuerda que somos personas en éxodo, en peregrinación
hacia un futuro y una promesa en la casa del Padre. «Ir a misa» es un camino
que recorremos dejando lo nuestro, a pesar de que tenemos muchas cosas que
hacer y poco tiempo para encontrarnos con otros y hacer comunidad, pueblo que
busca al Señor. Muchos no son capaces de emprender este pequeño éxodo porque
las cosas, las ocupaciones, o el calor de la casa y de los suyos (sólo los
suyos) es más importante que la llamada de Dios a la reunión. Quienes han
sabido cortar todo para encontrarse con otros, al iniciar la celebración, son
saludados, recibidos e invitados a formar un grupo convocado por el Señor.
Éstos saben muy bien que la asamblea cristiana reunida para la celebración de
la Eucaristía no es algo privado; están allí porque han sido convocados todos
por el mismo Señor. Las invitaciones para la celebración no están (no tendrían
que estar) firmadas por distintos convocantes (no vamos a la celebración para
ver a… ni porque la misa la celebra tal…). Si fuera así, comenzamos ya
dispersos y sin ideas claras de quién es el Señor Dios nuestro. Es el Señor quien
nos reúne y quien nos invita a salir de lo nuestro para encontrarnos con Él. En
la celebración, lo aquí explicado está ritualizado en: saludo del presidente,
invitación a reconocerse pecadores, oración que hace uno (el presidente) en
nombre de todos.
- Escucha de la Palabra. Constituida la asamblea, ésta escucha la voz de Dios
a través de la proclamación de los relatos bíblicos. Escuchar es tener la
posibilidad de conocer y reconocer más y más a Dios. No es que el creyente
escuche a Dios solamente en la celebración. Es que el creyente tiene una vida
de escucha a Dios, vive escuchando a Dios habitualmente en su vida ordinaria. Hay
momentos privilegiados para la escucha: cuando estamos reunidos como asamblea. Como
la Palabra de Dios no es siempre fácil, uno de la asamblea (ordinariamente el
presidente) intenta explicar a todos el sentido de lo escuchado. Es la homilía.
Son muchos los hombres y mujeres que miden la calidad de una celebración por la
calidad de las palabras del presidente en la homilía. Aquí hay una
importantísima responsabilidad para quienes presiden la asamblea eucarística.
Son ellos los primeros que tienen que alimentarse de la Palabra para servir de
altavoces a todos los demás congregados. En comunidades pequeñas y otros grupos
no sólo habla el presidente, sino que participan los que quieren, aportando
nuevas dimensiones a la Palabra de Dios escuchada, con sus intervenciones. La
escucha de la Palabra termina con la oración universal o de los
fieles. Es una manera de manifestar que los reunidos no piensan en ellos
mismos. Congregados como están por el Señor, le presentan las necesidades de la
Iglesia, de los hombres y del mundo entero.
- Liturgia eucarística. Está compuesta de muchos elementos que se apoyan y
entrelazan mutuamente. Comienza por la presentación de los dones (ofertorio).
Todo lo que los hombres hacemos y transformamos queda representado en el pan y
el vino. Dios se hace presente en todo lo que hacemos (pan) y en todo lo que
vivimos (vino); porque le hacemos presente y para seguir haciéndole presente,
transformando el mundo, traemos el pan y el vino. Lo que recibimos de Él es lo
que presentamos y lo que se nos devolverá como pan de vida y bebida de
salvación. Después de una oración, sigue la plegaria eucarística o
acción de gracias: «Es justo, es necesario, es nuestro deber darte gracias…».
Es la plegaria de quien reconoce a Dios como único Señor de quien todo nos
viene y su obra de salvación. Sólo quien no le reconoce está inhábil para dar
gracias. En el corazón de la plegaria eucarística se coloca el memorial de
la institución: Aquella noche, reunido con los suyos, dijo, «Tomad y comed», «Tomad y bebed», «Haced esto
de generación en generación». El creyente vive haciendo memoria de la
entrega de su Señor, y al hacer esta memoria, él mismo entra en el dinamismo de
la entrega, de perder la vida como modo mejor de dar vida. Celebrar la Eucaristía
es comprometerse a vivir para implicarse en la causa del Señor Jesús,
por la fuerza del Espíritu.
- Comunión. El pan y vino bendecidos están ahí. La asamblea se prepara para
recibirlos. En primer lugar confiesan a Dios como Padre (oración del
padrenuestro), llaman a los demás hermanos y se acogen recordando las palabras
del Señor: «Si vas al altar y te acuerdas
de que estás enfadado con alguien, deja tu ofrenda, reconcíliate con el
hermano, después, vuelve al altar» (gesto de la paz); participan en el pan
y el vino consagrados (comunión); piden ser capaces de hacer en la vida lo que
se ha hecho en la celebración (oración).
- Despedida. Aquí Dios ha partido pan y se ha entregado. Aquí, en
la asamblea reunida, Dios ha hablado a todos y a cada uno. Aquí han pasado
cosas ‘divinas’, id, pues, al mundo entero a hacer lo mismo, a seguir haciendo
la Eucaristía. Seguid viviendo en escucha, en ofrenda, en entrega por los
demás. Sí, id a la gran mesa del mundo y allí, sin ritos, sin nada, seguid
haciendo la Eucaristía de manera callada, como levadura en la masa anónima de
los hombres y mujeres que os encontréis. Id a dar de comer a todos el pan y el
vino que habéis comido. Escuchad las palabras de Jesús: «Ahora, dadles vosotros de comer». Él nos dio primero comida y nos
dijo que hay muchos que viven con hambre, esperando el pan y el vaso de agua…
Así se despide a los convocados. Acaba la Misa aquí, para seguir celebrándola
en todas las partes. La gran Eucaristía es, desde ese momento final, el mundo
donde un creyente esté presente.