Un brillante
general francés, estando en una reunión familiar, relataba
dramáticas hazañas de su expedición en Marruecos. De pronto, una sobrinita, que
seguía llena de admiración los relatos de su tío, le pone una de sus manitas
sobre las rodillas, y le pregunta: "Tío, has hecho cosas maravillosas por
Francia. Y por Dios, ¿qué has hecho?" El gran general se quedó sin
palabras ante la pregunta inocente de una pequeña y pasó toda aquella tarde
pensativo. ¡No había hecho absolutamente nada por Dios! Al poco tiempo dejó la
carrera militar y se consagró al servicio de Dios y de los demás. Había nacido
un gran misionero y un futuro santo: Charles de Foucauld.