Al hablar de la meditación
se escucha
mucho la expresión: ¡baja las ideas al corazón! ¿Qué significa esto? Significa que la meditación debe ser sobre todo un acto de amor.
Debemos tratar de penetrar el misterio
de Dios y Su Palabra con la inteligencia, iluminada por la fe;
luego buscar a Dios con la voluntad y expresarle afectos de adoración,
gratitud,
compunción del corazón, etc. Finalmente, o desde el inicio a ser posible,
llegar a lo más profundo del encuentro: gustar su presencia en la intimidad del
corazón. Quien practica el método de la Lectio divina
sabe que sus primeros momentos son la lectura meditativa y la reflexión sobre
el contenido y el sentido de la Palabra de
Dios, pero tras la lectura y la "meditación" (lectio y
meditatio) vienen los pasos llamados oratio y contemplatio: oración
y contemplación
que llevan al encuentro profundo y transformante con Dios. Las ideas, las
reflexiones, no son despreciables, pero sí hay que bajarlas al corazón. No es
mala oración ni es perder el tiempo profundizar el significado de las palabras
de Cristo y preguntarle qué quiere decirme hoy a mí. Pero si vamos más allá, es
mejor: si ponemos el misterio en el altar del propio corazón, conocemos a Jesús
de primera mano, con la ayuda del Espíritu Santo. Primero encontramos a Cristo
Maestro, luego a Cristo Amigo, finalmente a Cristo Esposo. Primero el conocimiento, luego el afecto,
luego el amor. Por ejemplo: para meditar en la pasión del Señor podemos
leer una parte de la narración de la pasión en alguno de los evangelios (Mt
26-27; Mc 14-15; Lc 22-23; Jn 13-19) y plantear preguntas como: ¿qué sucede?
¿quién se entrega?, ¿cómo muere?, ¿cuándo?, ¿porqué?, ¿por quién?... Al
escuchar las palabras del Maestro en la última cena y sobre la cruz, tratamos
de entender lo que dice, observar su comportamiento y sacar lecciones... Hecho
esto tratamos de penetrar los sentimientos de Cristo mientras sube a Jerusalén,
durante la última cena, en Getsemaní, cuando Pedro niega conocerle..., queremos
dejarnos tocar por el sufrimiento de
Cristo Amigo, sentir compasión, expresarle gratitud, darle amor y
compañía. Luego, mientras contemplamos
la imagen de Cristo en la Cruz, llevamos el misterio de su pasión a nuestro
corazón: busco recordar lo que hizo por mí, gustar la grandeza de su
amor redentor. Tomar la mano de María al pie de la cruz, abrazarla, consolarla,
mirar juntos a Jesús con un corazón agradecido. Podemos pronunciar interiormente las palabras: Perdón, Señor, perdón.
Hacerlo con calma, con un corazón profundamente dolido. Repetirlo 5-10 veces, y
luego guardar silencio. No hacen falta reflexiones, ni palabras, basta estar
allí, recibiendo amor y dando amor. La
sensibilidad, la inteligencia, la voluntad, se unifican todas en el corazón,
acogiendo el misterio de manera simple y silenciosa en la sintonía de las virtudes
teologales: «Aprenda el espiritual a estarse con
advertencia amorosa en Dios, con sosiego de entendimiento, cuando no puede
meditar, aunque le parezca que no hace nada; porque así, poco a poco y muy
presto, se infundirá en su alma el divino sosiego y paz con admirables y
subidas noticias de Dios, envueltas en divino amor». San Juan de la Cruz. El Espíritu Santo, que es el Espíritu de
amor, se encargará de hacer de aquel encuentro tuyo con Cristo crucificado un
encuentro de amor: al pronunciar Jesús ese tremendo "Tengo
sed", vendrá en busca tuya, afinará tu oído para que aprendas a escuchar,
tocará las fibras más sensibles de tu corazón profundo y unirá los dos
corazones en el Calvario. Entonces, tu presencia cercana y fiel junto Cristo
Redentor, será el mejor alivio para la sed que le atormenta. Eso es bajar las
ideas al corazón.
Evaristo Sada LC