Si bien es cierto que la ciencia astronómica tiene sus propios fines y
métodos, el hombre religioso recibe con sumo interés todos sus descubrimientos
y avances, porque para nosotros el firmamento es un lugar privilegiado por el
que nos asomamos al misterio de la inmensidad de Dios y a la contemplación de
su infinita belleza. Así lo dice el Salmo 8: “Cuando contemplo el cielo, obra de tus dedos, la luna y las estrellas
que has creado, ¿qué es el hombre, para que te acuerdes de él, el ser humano,
para darle poder?” (Sal 8, 4-5). La astronomía dispone de las
comprobaciones científicas suficientes para afirmar que el universo es finito y
que está en expansión. Recientemente, un astrónomo sevillano, José Luis
Comellas, nos impresionaba con unos datos que nos ayudan a contemplar el
universo: Cuando observamos el sol, lo estamos viendo tal y como era hace ocho
minutos. La razón es que, ése es el tiempo que tarda en llegar la luz desde el
sol hasta nosotros, a razón de 300.000 kilómetros por segundo. Y cuando miramos
en el firmamento la Estrella Polar, la estamos viendo como era hace
¡trescientos años! Pero… eso no es nada, comparado con la distancia que nos
separa de la Galaxia de Andrómeda: la luz que nos llega hoy desde ella, ha
salido hace ¡¡dos millones de años!! Podría haber ocurrido perfectamente que
esa galaxia hubiese desaparecido hace miles de años, y que nosotros no
tuviésemos todavía noticia de ello... Desde estos datos, los creyentes nos
maravillamos al considerar que toda esta inmensidad que forma el Universo, no
es sino una pequeña criatura del amor de Dios. Una de las cuestiones más
apasionantes es la posibilidad de encontrar otras formas de vida en el
Universo, y especialmente, otras formas de vida inteligente. De forma
mayoritaria, la comunidad científica no excluye esa posibilidad, aunque estima
que las probabilidades son pequeñas, dadas las condiciones tan hostiles para la
vida en el universo conocido. En la hipótesis de que solamente existiese vida
inteligente en la Tierra, parece lógico que los creyentes nos hagamos la
pregunta de por qué un universo tan inmenso: ¿Somos tan importantes como para
que Dios crease un universo de estas dimensiones, teniéndonos sólo a nosotros
como sus habitantes? Si así fuese, estaríamos ante una prueba más de la
dignidad del hombre. Tal vez, Dios nos está diciendo: “Si piensas que el firmamento es maravilloso, deberías ver mi obra
maestra en… ¡el espejo!”. Una de las leyendas negras más extendidas
contra la Iglesia Católica es la sospecha de que en su historia se ha
comportado como enemiga de los avances científicos. La realidad es justamente
lo contrario: Baste recordar que Copérnico fue un eclesiástico polaco; o que
Lemaître, el pionero en proponer la hipótesis del Big Bang como origen del
universo, era un sacerdote belga. Sin olvidar que los papas fueron grandes
impulsores del estudio del cosmos, hasta el punto de fundar tres observatorios
astronómicos. Por lo que respecta al caso Galileo, frecuentemente aducido, hoy
en día sabemos con precisión que el factor determinante del conflicto no fue
otro que las malas relaciones personales y las rivalidades entre científicos.
Conviene recordar que Galileo no estuvo un minuto en las cárceles de la
Inquisición, ni fue sometido a tortura o vejación alguna. Su condena, por no
cumplir su compromiso de enseñar el heliocentrismo como una hipótesis
–ciertamente, una injerencia indebida del tribunal eclesiástico, como reconoció
Juan Pablo II-, consistió solamente en una reclusión en su propia casa y la
recitación de algunas oraciones. La leyenda negra sobre Galileo no sólo ha
extendido la falsedad de su condena a la hoguera, sino que ha ocultado que
Galileo falleció en su vejez, bajo el cuidado de su hija religiosa, y habiendo
recibido la bendición papal. En el momento presente, la Santa Sede mantiene un Observatorio Astronómico,
conocido con el nombre de la “Specola Vaticana”, desde el que se están
impulsando importantes proyectos. Su razón de ser es el diálogo
interdisciplinar, ya que la astronomía es una ciencia que nos ayuda a poner en
perspectiva nuestra realidad, al mismo tiempo que nos introduce en un terreno
fronterizo, entre ciencia, teología y filosofía.
Munilla Aguirre, J.I.