lunes, 17 de junio de 2013

Signos del encuentro con Dios en la vida



El primero de estos signos es la capacidad de misericordia, de mirar al mundo, a las personas y a mí mismo, con lucidez y, sin embargo, con misericordia; con lucidez y con ternura. Esta misericordia no es el sentimiento que espontáneamente nos surge, ni aquel al que nos pueden llevar consideraciones meramente humanas. Pero sentir a Dios en la experiencia cotidiana es sentir tan abrumadoramente un amor sin razones, es experimentar tan frecuentemente el efecto salvador de la ternura, que acaba por contagiársenos ese modo divino de ver el mundo.
Otro signo es la gratuidad, que significa capacidad de don sin respuesta o sin recompensa, priorización de la necesidad del otro sobre mis gustos o sentimientos, capacidad de amar lo no amable pero necesitado de cariño, relativización tanto del éxito como del fracaso, ejercicio permanente de la paciencia... Esa gratuidad tiende a hacerse gesto concreto en el servicio, en el sentido más evangélico de la palabra, en el vivir la vida a los pies del otro. Servicio sin pretensiones, sin ostentación, sin facturas ni inmediatas ni a medio o largo plazo.
Vivir el seguimiento de Cristo en la vida cotidiana no es fácil: requiere amor, pasión, paciencia, en ocasiones incluso tensión. Pero probablemente por ninguna otra ruta nuestra humanidad puede dar tanto de sí. Nada menos que a percibir presente al Dios vivo que nos sostiene y acompaña, a Aquel que dijo a Moisés: Yo soy.
Mateos, J.A.