lunes, 17 de junio de 2013

¿Milagros?



«Milagro»: esta palabra suscita sin duda en nosotros un montón de cuestiones. Empecemos por medir su alcance. Nos ayudará a ello una discusión entre jóvenes:

“¿Los milagros? Son importantes, porque en ellos es donde se basa la fe.

-Demuestran que Jesús es Dios.

-Yo no creo que eso sea posible; de pequeño, sí que creía en ellos, pero ahora todo eso me suena a magia.

-Si no hubiera milagros, la gente creería más fácilmente, pero todo eso les repugna.

-¿Cómo pudo Jesús cambiar el agua en vino? ...

-La ciencia lo explica todo, o al menos procura explicarlo todo.

-¿Está entonces uno obligado a escoger entre la ciencia y la fe?

-Quizás la gente dijo que eran milagros, pero ¿no sería en el fondo más que una cuestión de puras coincidencias? Por ejemplo, cuando los hebreos pasaron el mar Rojo, quizás es que estaba casualmente seco.

 -Pero entonces, al hablarnos de milagro, nos «doraron la píldora».

-No necesariamente; quizás les chocó a ellos el que se secase el mar precisamente cuando lo necesitaban. Además, no importa cómo, es necesario creer para decir que se trata de un milagro. En Lourdes, por ejemplo, un ateo no dirá que es un milagro; solamente verá algo que él no sabe explicar. Y si los milagros no son una «prueba», ¿qué es lo que podrían ser?

-¿Quizás es que Jesús quiso mostrar con ellos su bondad?

-iY su injusticia!... porque no curó a los otros.

-Es verdad. Yo me pregunto si, cuando curaba a alguien, no nos querría dar un «anticipo», demostrarnos qué pasará más tarde cuando se resucite.

-A mí me parece que un nacimiento es un milagro. Desde luego, son los padres los que dan la vida, pero que uno pueda nacer así , que uno pueda caminar, utilizar las manos, vivir”


Son muchos los educadores que lo comprueban: los milagros son con frecuencia una ocasión para los jóvenes de abandonar la fe cuando llegan a la adolescencia; la fe les parece incompatible con la ciencia.

La mayoría de nuestras dificultades provienen de que se ha hecho del milagro una «prueba», una cosa científicamente comprobable, mientras que es ante todo un «signo» percibido por la fe. En otras palabras, se olvida que el milagro tiene dos caras, dos niveles de significación: una cara visible –el hecho extraordinario que todos pueden comprobar y otra cara invisible- el sentido religioso percibido por el creyente.

Pongamos algunos ejemplos escogidos deliberadamente de matiz distinto. Le damos una flor a un botánico; reacciona como científico: "¿Qué es esto?». La analiza, la clasifica y, si le es desconocida, no parará hasta que haya encontrado su origen. Un joven le da una flor a su novia; ésta descubre en ella un mensaje; esa flor “le dice algo”. Entonces, la cuestión no es ya:

“¿Qué es esto?”, sino:  “¿Qué es lo que esto significa?”. De este modo la flor es considerada en dos niveles de significación muy diversa. Esas dos visiones no son incompatibles -también hay botánicos enamorados-, pero son muy diferentes. Uno se sitúa al nivel del propio acontecimiento (“¿Qué es esto?”), el otro expresa la significación que reconoce en él (“¿Qué significa esto?”). Una curación en Lourdes: la oficina de cómo probaciones médicas, compuesta de médicos creyentes y no creyentes, declarará que tal curación no es explicable por la ciencia (precisando o sobreentendiendo: “en la actualidad”); el creyente reconocerá allí un milagro.

En lo que nosotros llamamos “milagro” hay que distinguir, por consiguiente, los dos niveles mencionados: el hecho, comprobado por todos y que puede tener un significado científico, y el signo, la interpretación que proviene de la fe.


No sólo la Biblia, sino también algunos textos griegos o judíos nos cuentan milagros. ¿Podemos a través de esos relatos reconstruir lo que ocurrió? Confesemos que esto resulta difícil, muchas veces imposible, y en el fondo sin mucho Interés. Esos relatos no son “procesos verbales” de escribanos, sino testimonios de creyentes. Al vivir en un mundo religioso, en donde se ve completamente natural que Dios o los dioses se manifiesten, las gentes de aquellas épocas no se fijan en el hecho histórico (“¿Qué pasó?”) que admiten espontáneamente, sino en su significado (“¿Qué quiere decirme eso? ¿Quién me habla y que es lo que me dice?”). Cuando se estudian esos relatos antiguos, no tenemos entonces que preguntarnos: ¿Cómo o cuándo tuvo eso lugar?”, sino más bien: “¿Por qué ha sido contado?”. Pero, por otra parte, el dar una interpretación humana o teológica de un hecho concreto no quiere decir que reconozcamos que eso no tuvo lugar. ¿Qué ocurrió en el mar Rojo, en el Sinaí o en el lago de Tiberíades? Es sin duda imposible -y sin interés- querer reconstruirlo. Lo único que sé es que ocurrió algo que el pueblo o los discípulos percibieron como un hecho extraordinario y en lo que descubrieron que Dios les interpelaba. Me basta con saber que en esos acontecimientos (¿cuáles? poco importa) los discípulos percibieron que “Dios obraba por ese hombre” (Hech 2, 22).

Para la ciencia no hay milagros; hay solamente hechos que comprobar. Su función es la de explicar el mundo y los acontecimientos y, para ello, encontrar las causas. La ciencia tiene como principio cierto el determinismo, esto es, el hecho de que la naturaleza tiene sus leyes y que las obedece; la ciencia tiene que descubrirlas; entonces puede actuar sobre las causas y hacer que se reproduzca, siempre que se desee, aquel mismo hecho. Mientras no haya encontrado las leyes que explican un hecho determinado, solamente puede comprobar su propia ignorancia y seguir investigando. Me han contado la reacción de un médico incrédulo ante un niño ciego, que había nacido sin retina, y que en Lourdes empezó a ver; declaraba: “es preciso que revise todas mis concepciones científicas; hasta ahora pensaba que era imposible ver sin retina y ahora compruebo que se puede ver sin retina”. Poco importa que esta reflexión sea exacta o inventada; indica perfectamente la reacción normal que el científico tiene espontáneamente ante un fenómeno inexplicado. Pero esto no quiere decir que el milagro, en su cara visible, sea un hecho extraordinario cumplido “fuera (o en contra) de las leyes de la naturaleza”. El milagro está por encima de las leyes, no ya en el sentido de que esté en contradicción con ellas o de que les sea totalmente extraño, sino en el sentido de que las utiliza... Todo ocurre como si Dios, fuente de toda vida, le diera al enfermo por unos instantes un aumento de vitalidad, una hipervitalidad, gracias a la cual la persona agraciada con el milagro repara en una fracción de segundo ciertas lesiones que quizás no hubiera visto nunca reparadas o que habrían tenido necesidad de años enteros para llegar a ese resultado... La curación sobrenatural no es otra cosa más que un fenómeno natural cuya rapidez y amplitud se salen de las reglas habituales. El milagro multiplica, transforma o cura, pero no crea. Supera las fuerzas naturales, pero no viola sus leyes. Los determinismos siguen en pie; lo que pasa es que son como utilizados por una libertad superior. Y dominándolos de ese modo es como se manifiesta misteriosamente esa libertad.

Charpentier, E.