martes, 11 de junio de 2013

Hombre y mujer los creó...



¿Por qué y para qué nos ha creado Dios?
Yo suelo formular esta pregunta de otro modo: ¿Por qué meterse en el lío de crear? La estructura íntima de la persona nos remite a un Interlocutor Absoluto, sin límites, una Persona Infinita. El mundo material nos remite a un Ser Absoluto y eterno. Es lo que solemos llamar Dios.
Pero, si Dios es Dios, es infinito, perfección absoluta, inmutable. Lo tiene ya todo. Y no puede ganar nada. Si alguien lo tiene todo, no puede ganar nada. ¿Por qué meterse en el lío de crear, si Él no puede ganar nada?
¿Cuál puede ser el «motivo» de que Dios se meta en este lío de crear gente libre que puede fallarle? ¿Cuál puede ser la intención que anima el acto creador divino? Porque aquí estamos nosotros, libres para hacer el bien y para hacer el mal. Libres para ser generosos o para encerrarnos en nosotros mismos.
Utilizando la razón, uno se da cuenta de que, si Él no puede ganar nada, el único posible motivo de que se haya metido en este lío es que quiera que haya otros que puedan ser felices. No hay ningún otro posible motivo.
Si Dios quiere que haya otros que puedan ser felices, entonces los tiene que hacer libres. Porque solo la libertad nos permite experimentar la felicidad.
En efecto, todos sabemos que la felicidad se encuentra en el amor mutuo. Amar y ser amados sin límite. Pero, para eso hay que ser libres. Si no somos libres, no podemos entregarnos. Y sin entrega no llega ese enamoramiento total que nos permite, a su vez, experimentar la dulzura del amor del otro.
El Universo físico, inmenso, ha sido creado para que nosotros podamos existir y ser felices. Parece una inmensa responsabilidad, y algunos tienen miedo de ser tan «importantes». Pero así somos para Dios: muy importantes. Imagínate que eres Dios. Has creado el universo material y has puesto el corazón en unas personas de carne con la única intención de que puedan ser felices. Y, de hecho, hay en su mundo un lío espantoso. ¿Tú qué harías? Yo tomaría la iniciativa de intervenir en la Historia, para dar a los hombres una posibilidad de salir del desastre en el que se han metido. Aunque fuera sólo por «rentabilizar» la inversión: me duele el corazón con el amor que les tengo.
No se puede decir que esto sea una «demostración», que sea «necesario», que Dios esté «obligado» a salvarnos. Pero es congruente con el amor que le ha llevado a crearnos. Si yo fuera Dios, lo haría. Es lógico pensar que un Dios que se arriesga con nuestra libertad, por puro amor, un amor eterno y sin vuelta atrás, haya intervenido en la Historia para salvarnos. Por eso, a partir de nuestra misma existencia como personas y del desastre actual del mundo, mi razón concluye que «tiene que haber» una iniciativa salvadora de Dios, y me pongo a buscarla.
Santamaría, M.