¿Puedo conseguir la fe por mí mismo, o solo puedo tenerla si me la da
Dios? Si solo puede alcanzarse así, ¿por qué Dios se la da a unos y a otros no?
Hay personas que creen en
Jesucristo y otras que no tienen esa fe. Entre los que no creen, las
situaciones no son idénticas: unos no creen porque nunca han oído hablar de la
fe cristiana; otros no tienen fe porque, aunque pueden tener noticia del
Evangelio, nunca han sido cristianos; otros finalmente no creen porque han
perdido la fe que en otro tiempo poseían.
La doctrina cristiana enseña que
la fe es un acto libre del hombre y al mismo tiempo gracia de Dios. Sin la
gracia no puede haber fe en Jesucristo; tampoco sin libertad pueden las
personas adultas tener verdadera fe. Veamos, en primer lugar, qué significa que
la fe es gracia de Dios.
La fe es gracia de Dios porque
solo existe como respuesta a la libre y amorosa comunicación de Dios a los
hombres que llamamos revelación.
La revelación de Dios no puede
ser conquistada por el esfuerzo humano, sino solamente recibida como don
gratuito. Además, quien escucha la palabra de Dios puede experimentar una
atracción interior, una apertura, una inclinación a creer, que es fruto de la
acción interior de Dios en el alma. En este sentido, puede compararse la fe con
una barca que se nos ofrece para trasladarnos a nuevas regiones del
conocimiento y de la realidad: la barca está ahí, pero es necesario querer
subir a ella y aceptar las condiciones del viaje.
Lo anterior significa que la
acción interior de Dios que mueve o atrae hacia la fe solo es eficaz en quien
no pone obstáculos ni se cierra al compromiso de la fe. Si el hombre se
enfrenta a Dios con orgullo y le pide «pruebas» como condición para aceptarle,
entonces se queda espiritualmente «ciego», porque la condición para escuchar a
Dios es la humildad de quien no exige, de quien no pone condiciones, sino que
se abre a su acción y deja que Él actúe. La fe solo se puede alcanzar si se
desea sinceramente, se está dispuesto al compromiso que implica y se pide con
humildad.
Dios ofrece su revelación a todos
los hombres, pero de hecho llega solamente a aquellos que escuchan la
predicación, el anuncio de Cristo. Ahora bien, la salvación es más amplia que
la revelación: quienes no tienen noticia de Jesucristo pueden llegar a la salvación
a través de la fidelidad a Dios tal como lo perciben en su conciencia, y se
salvan en Cristo, que es el único Salvador, aunque no lo sepan.
Aquellos a quienes llega de
manera suficiente el Evangelio ya han recibido la primera gracia de la fe,
puesto que a ellos se les invita a aceptar el anuncio cristiano. La gracia
actúa también moviéndoles a la aceptación de la fe, pero además es necesaria la
conversión, la disposición de aceptar incondicionalmente a Cristo y su verdad
salvadora.
En consecuencia, quien no acepta
la fe que se le ofrece es responsable de su propia situación porque no ha
respondido a la gracia que le invita a aceptarla. Esto sucede con especial
claridad en aquellos que después de haber recibido la fe en el bautismo la han
perdido, porque no se puede perder involuntariamente la fe recibida. La razón
es clara: la gracia de Dios da los medios para perseverar en la fe recibida y
proporciona los medios para vencer los obstáculos que se le presentan.
Izquierdo C.